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Madre Angelini O.S.B. Madre Angelini O.S.B. 

Retiro Sinodal: Introducción a la Misa del 1º octubre

Publicamos la introducción a la misa del domingo 1 de octubre de la Madre Ignazia Angelini en el encuentro espiritual al que asistien miembros, delegados fraternos y enviados especiales del Sínodo de los Obispos en la Fraterna Domus de Sacrofano.

Rev. Maria Grazia Angelini O.S.B.

“Yo ya no encuentro nada en los libros, a no ser en el Evangelio. Este libro me basta”. Santa Teresa de Lisieux

Al disponernos a celebrar la Eucaristía, concedámonos una pequeña "statio" en el umbral. Porque escuchar la Palabra no es nunca -para nadie- un acto que se puede dar por descontado. Para que sea posible, se nos pide que nos detengamos en el umbral. Se nos pide que recojamos de la dispersión los pensamientos de la mente y los sentimientos del corazón, que redescubramos en ellos un interrogante abierto, más aún, una invocación. Sólo así será posible escuchar la Palabra, la entrega del Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Hijo. Las palabras de Jesús, las palabras todas de las Sagradas Escrituras, son nuestra "lengua materna". Y, sin embargo, siempre es preciso reapropiarse de esa lengua, desde el principio. Tal necesidad es señalada precisamente por el gesto supremo de Jesús.

La parábola de los dos hijos -de las últimas de Jesús (sólo Mateo la recoge)-, ilustra la suprema, regia seguridad y, al mismo tiempo, la mansedumbre con que Jesús da razón a sus censores de la autoridad trascendente que lo anima.

"¿Qué les parece?" (Mt 21,28): este inicio cautivador nos atrapa también a nosotros, y nos envuelve. La pregunta es crucial, y se vale de toda la aportación reveladora de la parábola de dos hijos y de un padre que vincula su pasión por su amada viña al apoyo de ellos. "¿Qué les parece?": la participación en esta Asamblea Sinodal, con sus tensiones y sus esperanzas, y la apertura a lo posible y a lo imposible, obliga a responder a esta pregunta. Está en juego la viña del Señor, que espera la aportación de todos juntos y de cada uno.

En el Evangelio de hoy, nos encontramos en el centro de la revelación de la novedad inaudita, inconcebible, de Dios en Jesús, que entra regiamente, humilde y manso, como el Autorizado reconocido por el pueblo de los pobres. La marcha inicia incluso en las profundidades de la perdición: "publicanos, prostitutas" (21,32), dice Jesús. Autoridad insondable de la mansedumbre que convierte el corazón incluso de esa marginalidad considerada "infame".

De nuevo una viña (Is 5,1-7), símbolo del mundo tan amado (Jn 3,16) por el que el Creador trabaja siempre (cfr. Jn 5,17). Su delicia, plantada por su mano (Sal 80,15).

“Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña” -nos dice el Señor-. “Ve a ese campo sobre el que he vertido todo mi cuidado, ternura, esperanza, lágrimas, y también toda mi ‘indignación’ por su desastrosa infecundidad, que incluso es escandalosa". ¿Y qué otra cosa podría ser un camino sinodal? ¿Tan solo la constatación de un “en vano y para nada” (Is 49,4)?

En la parábola, la esperanza viene del hijo que dice “no”, del hijo que en un primer momento no va a la viña, no le apetece. Con pocos trazos intuimos toda la maraña de movimientos del ánimo de los personajes. No sabemos cuánto dura la renuencia del hijo (ùsteron: "pero luego"); podemos intuir todo un proceso. Y en ese "pero luego" podemos ver también todas las complejas etapas del proceso de la Iglesia sinodal, más allá del sí y del no aparentes.

El hijo rebelde recapacita, sometiéndose a un intenso trabajo interior. Ha captado la decepción silenciosa del padre; madura en él la experiencia que le hace cuestionarse a sí mismo, ponerse en discusión: “se arrepintió” (metameletheis – un verbo muy raro en el Nuevo Testamento). Se trata de cambiar el modo de sentir, de cambiar la orientación del sentir profundo, de los intereses vitales, de las aspiraciones motivadoras. En efecto, más que un cambio de pensamiento, este arrepentimiento supone sentir un dolor dejándose llevar por la preocupación paterna hecha propia, es decir, por la pasión que mueve al padre al solemne envío de su hijo a la viña. Por fin, la discreción mansa y desarmante del amor del padre conmueve al hijo reacio y lo convierte. ¡He aquí la autoridad de la mansedumbre! [ Mateo utilizará aquel mismo verbo – muy raro - sólo para narrar que Judas se arrepiente de su comercio ilícito, de su vana estrategia, y devuelve el dinero a los sacerdotes en el templo (Mt 27,3). Lo cual da que pensar].

No estamos solos. Los publicanos y las prostitutas – dice Jesús – “van delante de ustedes”. Ser precedido es una experiencia iluminadora que los discípulos tendrán que aprender siempre de nuevo para entrar en la novedad de la Pascua. Después de predecirlo (Mt 26,32), Jesús resucitado llama de nuevo a los doce: “Yo iré delante de ustedes a Galilea” (Mt 28, 7). Pero aquí, los precursores de sus pasos son, paradójicamente, publicanos y prostitutas, son ellos los que abren el camino. Testigos de la gracia que siempre precede a todos. La pequeña Teresa, sentada con alegría liberada a la mesa de los pecadores, nos acompaña. 

Como en el principio (Jos 2, 1-21) Rahab precede a la generación de Jesús en la carne (Mt 1, 5), así también hoy -en esta Asamblea Universal del Sínodo– otros nos abren el camino. Y debemos percibir la expectación y la fuerza reveladora de esta presencia que nos impulsa y nos abre el camino.La benevolencia del Padre – no sin amable ironía - conoce estos “ardides”. Las Sagradas Escrituras son una revelación incesante de ello. El camino de la justicia es siempre distinto de nuestro camino (Is 55, 8-9). Su camino está abierto a la entrega, al amor gratuito, a la autoridad de la mansedumbre.  Así también el camino sinodal llama a la conversión. Llama a madurar una nueva disponibilidad para servir en la viña amada, tras las huellas del manso Señor.

“Ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él”, dice Jesús. La autoridad cristiana – incluso la de los obispos, cualquier autoridad en la Iglesia - no consiste en poseer luces especiales, vibraciones extraordinarias, dotes de liderazgo u otras cosas. Consiste en sintonizarse una y otra vez – gracias a la Eucaristía - con la autoridad de Jesús, y, con su luz, conocer la realidad y, en consecuencia, reconocer honestamente cuándo nos hemos equivocado de camino. Esto lo reconocieron pecadoras y publicanos, desprovistos de poder religioso y últimos – y nos lo enseñan.

Tendremos que redescubrir la bendición de ser precedidos por ellos en cierto modo, - con sus expectativas y preguntas, inquietudes y denuncias - en el proceso sinodal. El camino está abierto. ¡En marcha!

*Texto original, sin modificaciones

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01 octubre 2023, 18:50