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Los secretos de los Museos Vaticanos

Los orígenes del museo

Desde el coleccionismo de los Pontífices del Renacimiento hasta el nacimiento de la museografía moderna. Fue en la ciudad del Papa, destino popular del Grand Tour, donde en el siglo XVIII, en la onda de los estudios de Winckelmann, nació el museo.

Paolo Ondarza – Ciudad del Vaticano

Un tesoro escondido bajo tierra. Así comienza la historia de los Museos Vaticanos. Al principio fue una colección privada, un lugar de deleite para los invitados de los Pontífices del Renacimiento; hoy un lugar vital de investigación y cultura con las puertas abiertas al mundo.

©Musei Vaticani
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El Laocoonte y los viticultores

Es el 10 de enero de 1506. La pala de los viticultores de Felice De Fredis en el Colle Oppio se topó con un obstáculo. Salió a la luz un imponente grupo de mármol que los estudiosos y artistas identificaron inmediatamente en el Laocoonte, descrito en la segunda mitad del siglo I d.C. por Plinio el Viejo "in Titi imperatoris domo". El entonces Pontífice Julio II Della Rovere, aceptando sin dudar el consejo de Miguel Ángel y Giuliano da Sangallo, compró este maravilloso mármol en el que vio un poderoso instrumento para mostrar al mundo la continuidad entre su pontificado y la grandeza de la Roma pagana.

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Herederos de Roma Pagana

La historia del sacerdote troyano, de su desoído llamamiento a no confiar en el caballo de madera y de la trágica muerte narrada en la Eneida de Virgilio, esculpida en Rodas entre el 40 y el 20 a.C., es, de hecho, una premisa para la fundación de Roma. Con la ayuda de Bramante, el Papa, cuyo nombre aludía explícitamente a una descendencia ideal de la gens Iulia, expuso el grupo del Laocoonte, envuelto junto a sus dos hijos por las espirales de dos serpientes marinas, en el jardín de los naranjos y setos de bosso de la colina vaticana en el Belvedere. A continuación, reunió orgánicamente alrededor de la obra maestra una colección de otras esculturas valiosas: de ahí el nombre de Patio de las Estatuas. Después de él, los Pontífices de la familia Medici, León X y Clemente VII, así como Pablo III Farnesio, harían lo mismo, transformando este lugar de representación diplomática en una etapa de estudio esencial para los artistas del Renacimiento.

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El primer museo del mundo

El interés por el arte profano se paralizó durante la época de la Contrarreforma, pero en el siglo XVIII Clemente XI Albani devolvió a la estatuaria antigua un papel destacado en el Vaticano: el Papa se ocupó del estado de conservación de estatuas famosas como la de Cleopatra; preparó la balaustrada y la instalación de la Piña de bronce procedente del cuadripórtico de la Basílica Costantiniana, y fomentó el uso de objetos antiguos para comprender los manuscritos griegos y latinos de la Biblioteca Vaticana. Fue también en el siglo XVIII cuando tomó forma en Roma la idea de abrir las colecciones de antigüedades al público. En 1734 Clemente XII Corsini inauguró el primer museo del mundo: el Capitolino.

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Winckelmann y el tesoro de la Ciudad Eterna

El Estado Pontificio fue el lugar donde se originó la museografía y pronto se convirtió en un modelo internacional: fue el primero en adoptar una legislación para proteger el patrimonio artístico. Fue un período marcado por una auténtica fiebre arqueológica, alimentada también por los descubrimientos de las ciudades romanas sepultadas por la erupción del Vesubio en el año 79 d.C.; ya en 1709 se encontraron en el Reino de Nápoles las ruinas del teatro de la antigua Herculano, objeto de excavaciones controladas directamente por la corona a partir de 1738, mientras que en 1748 se iniciaron también las excavaciones de Pompeya. Johann Joachim Winckelmann quedó encantado con la Ciudad Eterna, donde, bajo la protección del Cardenal Alessandro Albani, permaneció durante trece años, convirtiéndose en un punto de referencia y guía para los que hacían el Grand Tour, y en 1763 fue nombrado Comisario de Antigüedades en Roma por Clemente XIII, recordado como "el Papa que me quiere". La presencia en el Vaticano del erudito alemán, padre de la arqueología y de la historia del arte moderno, dejó una huella indeleble: "El tesoro de las antigüedades" ya no se concebía exclusivamente por su valor estético, sino como documento para comprender y reconstruir plenamente la historia. De hecho, escribió: "Me he dado cuenta de que la gente habla de las antigüedades un poco a ciegas, basándose en los libros, sin haberlas visto personalmente. La amargura por los numerosos saqueos realizados en Roma a lo largo de los siglos agudizó en él la sensibilidad por la protección del patrimonio artístico. Esta característica la transmitió a Giovanni Battista Visconti, hombre de letras y anticuario que le sucedió como Comisario en 1768.

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Un museo en el Vaticano

Sólo un año más tarde, el franciscano Clemente XIV Ganganelli subió al trono papal y, para evitar la dispersión y venta en el extranjero de las antigüedades romanas, con la ayuda de su tesorero y sucesor, el entonces Cardenal Giovan Angelo Braschi, inició la construcción del segundo museo público de Roma. En seis años, los que duró su pontificado, gracias a la dirección de Visconti, se alojaron nuevos mármoles en el Palacete del Belvedere, construido por Inocencio VIII a finales del siglo XV.

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Al nuevo Museum Clementinum se accede desde el Palacio Apostólico, a través del corredor o “corridore” oriental de Bramante: las distorsiones ópticas del gran arco que pretenden ocultar las diferentes orientaciones de la arquitectura del Renacimiento y del siglo XVIII, el efecto escenográfico de la Galería de las Estatuas, con la logia decorada por Pinturicchio y abierta al paisaje romano del Monte Mario, así como el diseño octagonal dado al Patio de las Estatuas, son de gran impacto.

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Un museo abierto al mundo

En continuidad con Clemente XIV, Pío VI Braschi, elegido en 1775, fue también profundamente innovador: promovió las excavaciones arqueológicas, adquirió esculturas y dio monumentalidad y un nuevo impulso al proyecto museográfico del Vaticano. De hecho, por primera vez un arquitecto, Michelangelo Simonetti, diseñó un edificio de dimensiones considerables para dedicarlo a la exposición de antigüedades.

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Las salas que contienen no sólo estatuas o bustos, sino también bajorrelieves y mosaicos, están diseñadas según los hallazgos. Es el caso de la Sala Redonda, inspirada en el Panteón y condicionada en su planta arquitectónica por el gran suelo de mosaico encontrado en Otricoli; la Sala de Cruz Griega con los monumentales sarcófagos de pórfido de Santa Elena y Constanza; la Sala de las Musas, concebida para albergar un conjunto escultórico encontrado en Tívoli y decorada con frescos de Tommaso Conca con un ciclo inspirado en el Parnaso, una celebración de las artes y la filosofía; o el fascinante zoológico de mármol, la sala destinada a albergar, según el espíritu enciclopédico de la época, las más variadas criaturas del mundo animal. Además, el Museo, que ahora se ha convertido en el Pío Clementino, está abierto al exterior. Ya no se accede desde el Palacio Apostólico, sino desde los Jardines Vaticanos: una elegante escalera conecta los nuevos edificios con el anterior “corridore” del Belvedere.

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Un museo sin igual

A Giovanni Battista Visconti, y especialmente a su hijo Ennio Quirino, debemos la correcta identificación de muchas estatuas y relieves, el fomento de una nueva cultura de la restauración, la elevación del fragmento escultórico a obra de arte según la estética precursora del siglo XIX, así como, no sin cierta polémica con el querido maestro Winckelmann, el importante reconocimiento de la Ariadna dormida en la estatua, adquirida por Julio II, siempre identificada como Cleopatra.  “Este magnífico museo –  escribió Mariano Vasi en 1791 en su ‘Itinerario instructivo de Roma’ – hace sombra a todas las demás colecciones de monumentos antiguos, tanto por la extensión del lugar como por la grandeza del edificio y la inmensa copia de los mármoles que contiene”. Las más de 1.600 obras del Pío Clementino no tienen parangón y aún hoy muchos, como Winckelmann hace trescientos años, se quedan embelesados a la vista del Apolo del Belvedere, “el más alto ideal de arte entre las obras antiguas que se han conservado hasta nuestros días”.

 

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Las obras maestras del Museo Pio Clementino
15 junio 2021, 10:00