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En estos once años de Pontificado, Francisco ha elegido sitios ubicados en las "periferias existenciales" para la celebración del Jueves Santo, como cárceles, centros de acogida a migrantes, entre otros. (Vatican Media) En estos once años de Pontificado, Francisco ha elegido sitios ubicados en las "periferias existenciales" para la celebración del Jueves Santo, como cárceles, centros de acogida a migrantes, entre otros. (Vatican Media)

Las lágrimas y la sonrisa

Desde la cárcel de mujeres de Rebibbia, donde el Papa celebró la Misa in Coena Domini, pronunció un mensaje de esperanza para todos nosotros. Las lágrimas conmovidas de las reclusas y la sonrisa llena de ternura de Francisco son signos que testimonian el amor misericordioso de un Padre que no se cansa de perdonar.

Alessandro Gisotti

¿Por qué lloramos? Puede haber muchas razones: ira, alegría, conmoción. Lo que es seguro es que si las lágrimas salen de los ojos, es del corazón de donde nacen. Y por eso las lágrimas jamás dejan indiferente, tocan el corazón de quien las ve. Es lo que ocurrió ayer, cuando el Papa Francisco lavó los pies a doce presas durante la Misa In Coena Domini celebrada en la cárcel de mujeres de Rebibbia, en Roma. Algunas de ellas, ante el Papa anciano que caminaba en silla de ruedas, les lavó los pies y luego se los besó, rompieron a llorar. Un llanto conmovido, que parecía liberador, en un lugar que por definición circunscribe la libertad. Ciertamente, un llanto que brotaba del corazón.

No sabemos qué pensamientos pasaban por su cabeza en esos momentos, qué emociones, qué imágenes de una vida dura, lastrada por tantas caídas. Tampoco lo sabía el Papa en aquel momento. Las lágrimas son un don, nos ha dicho tantas veces en estos primeros once años de su Pontificado. Las lágrimas son también un misterio. En esas pequeñas gotas, que saben saladas pero dejan un sabor amargo en la boca, hay en el fondo el condensado de una vida. Un misterio dentro de otro misterio son las lágrimas de Jesús. ¿No nos hemos preguntado al menos una vez, leyendo los Evangelios, por qué el Señor lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, sabiendo que pronto le devolvería la vida? ¿Y no hemos sentido profunda emoción y asombro al leer sus lágrimas al contemplar Jerusalén y las de la dramática noche de Getsemaní, cuando sudó gotas como de sangre?

Esas lágrimas son verdaderamente un misterio que sólo podemos tocar con el sentido de la fe. Sin embargo, es precisamente ese acto tan humano el que hace a Jesús tan cercano a los que sufren en este y en todos los tiempos. Cada madre que llora por un hijo enviado a la guerra por hombres ahora incapaces de llorar puede sentirse comprendida por Aquel que derramó lágrimas por los que amaba. Todo padre que lucha cada día por llevar el pan a casa para sus hijos, y tal vez llora en secreto para no ser visto por ellos, puede reconocer que el Hijo de Dios derramó lágrimas como él. Y así puede comprenderle.

A las lágrimas de aquellas mujeres que encontró en Rebibbia, el Obispo de Roma respondió con una sonrisa llena de ternura. Es la sonrisa del pastor que ama a sus ovejas, especialmente a las que creía perdidas. Es la sonrisa del padre que abraza al hijo pródigo esperado con paciencia, como tantos padres que aún hoy no se cansan de esperar el regreso de sus hijos perdidos en los laberintos de nuestra sociedad. Pero esa sonrisa del Papa Francisco -en un mundo herido por tantos miedos y violencias que esperábamos relegadas a la historia- es para todos nosotros. Es una sonrisa que da esperanza y testimonia el amor de Dios. Un amor rico en misericordia, de un Padre que "nunca se cansa de perdonar". Y que necesitamos hoy más que nunca, porque como nos enseña el Viernes Santo: sólo si sabemos perdonar y aceptar el perdón de los demás podremos creer de verdad que la muerte no tiene la última palabra. 

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29 marzo 2024, 13:34