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Papa a los consagrados: Derrotar al mal espíritu en su propio terreno

La última actividad pública del Santo Padre en Madagascar, del domingo 8 de septiembre, fue su encuentro con los sacerdotes, consagrados y seminaristas en el Colegio San Miguel de Antananarivo

María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano

Tras ser acogido por el obispo Presidente de la Comisión Episcopal de los Religiosos en el campo deportivo del Colegio San Miguel – que se encuentra en el barrio de Amparibe y que fue fundado por algunos misioneros jesuitas franceses – el Papa Francisco hizo su ingreso saludando a los presentes mientras se entonaban cantos de alegría.

Después del breve saludo de Suzanne Marianne Raharisoa, Presidenta de la Conferencia de las Religiosas, el Santo Padre comenzó agradeciendo a estos queridos hermanos y hermanas su cálida bienvenida. Y afirmó que deseaba dirigir sus primeras palabras especialmente a todos los sacerdotes, consagradas y consagrados que no pudieron viajar por un problema de salud, el peso de los años o por alguna complicación.

“Por favor no nos dejemos robar la alegría misionera”

En Madagascar signos de una Iglesia viva y pujante

Al terminar su visita a Madagascar el Papa puso de manifiesto que al ver su alegría, y recordando también todo lo que él mismo vivió en tan poco tiempo en su isla, le brotaban del corazón esas palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas cuando, estremecido de gozo, dijo:

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”

Y agregó que este gozo los confirmaba sus testimonios porque, aun lo que ellos mismos expresan “como problemáticas”, son “signos de una Iglesia viva, pujante, en búsqueda de ser cada día presencia del Señor”.

“Esta realidad es una invitación a la memoria agradecida de todos aquellos que no tuvieron miedo y supieron apostar por Jesucristo y su Reino; y ustedes hoy son parte de su heredad”

Los que mantuvieron viva la llama de la fe en estas tierras

El pensamiento del Santo Padre se dirigió a los lazaristas, a los jesuitas, a las hermanas de San José de Cluny, a los hermanos de las escuelas cristianas, a los misioneros de La Salette y a todos los demás pioneros, obispos, sacerdotes y consagrados. Naturalmente, sin olvidar a los tantos laicos que, en los momentos difíciles de persecución, cuando muchos misioneros y consagrados tuvieron que partir, fueron quienes mantuvieron viva la llama de la fe en estas tierras”. De ahí que el Pontífice haya puesto de manifiesto que esto “nos invita a recordar nuestro bautismo, como el primer y gran sacramento por el que fuimos sellados como hijos de Dios”.

El desafío de ser una Iglesia “en salida”

El Papa Bergoglio destacó además que los discípulos, como ellos hoy, aceptaron el desafío de ser una Iglesia “en salida”, y traen las alforjas llenas para compartir todo lo que han visto y oído. Por esta razón no dudó en afirmar:

“Ustedes se han atrevido a salir, y aceptaron el desafío de llevar la luz del Evangelio a los distintos rincones de esta isla”

Estar al lado de su pueblo y con su pueblo

El Santo Padre afirmó que conoce las situaciones difíciles que viven muchos de ellos donde faltan los servicios esenciales – agua, electricidad, carretera y  medios de comunicación – o la falta de recursos económicos para llevar adelante la vida y la actividad pastoral. Y que muchos de ellos sienten también sobre sus hombros, por no decir sobre su salud, el peso del trabajo apostólico. Y al destacar que ellos han elegido permanecer y estar al lado de su pueblo y con su pueblo, el Obispo de Roma les dio las gracias por esto.

“Muchas gracias por su testimonio y por querer quedarse ahí y no hacer de la vocación un ‘pasaje a una mejor vida’”

El Papa también les dijo a los consagrados y seminaristas que quedarse ahí con esa conciencia los compromete con todo su ser en la gran misión de la evangelización. Sí, porque como afirmó:

“La persona consagrada es capaz de reconocer y señalar la presencia de Dios allí donde se encuentre. Es más, quiere vivir en su presencia, que aprendió a saborear, gustar y compartir”

No a los “habriaqueísmos”

Asimismo Francisco destacó que en la alabanza encuentran su pertenencia e identidad más hermosa que libra al discípulo de los “habriaqueísmos” y le devuelve el gusto por la misión y por estar con su pueblo; le ayuda a ajustar los “criterios” con los que se mide a sí mismo, mide a los demás y a toda la actividad misionera, para que no tengan algunas veces poco sabor a Evangelio.

“Ser profesionales de lo sagrado”

Caer en la tentación…

Por otra parte el Obispo de  Roma consideró que muchas veces es posible “caer en la tentación” de pasar horas hablando de los “éxitos” o “fracasos”, de la “utilidad” de las acciones, o la “influencia” que puedan tener. Lo que suele conducir a soñar con planes apostólicos “expansionistas, meticulosos y bien dibujados, pero propios de generales derrotados” que terminan por negar su historia, al igual que la de su pueblo, “que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio y la constancia en el trabajo que cansa”.

“Respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión”

Vencer el mal en el nombre de Jesús

De ahí que resulte “interesante constatar que Jesús resume la actuación de los suyos hablando de la victoria sobre el poder de Satanás”, un poder que “desde nosotros solos jamás podremos vencer, pero sí en el nombre de Jesús”. Por esta razón cada uno de ellos “puede dar testimonio de esas batallas, y también de algunas derrotas”. Y cuando mencionan “la infinidad de campos” donde realizan su acción evangelizadora, están “librando esa lucha en nombre de Jesús”.

Y lo hacen cuando enseñan a alabar al Padre de los cielos y cuando enseñan con sencillez el Evangelio y el catecismo. Cuando visitan y asisten a un enfermo o brindan el consuelo de la reconciliación. Es así como “en su nombre”, vencen al dar de comer a un niño, al salvar a una madre de la desesperación de estar sola para todo o al procurarle un trabajo a un padre de familia. “Es un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia brindando educación”; también es llevar la presencia de Dios cuando alguien ayuda a que se respete, en su orden y perfección propios, todas las criaturas “evitando su uso o explotación”; y también los signos de su victoria cuando plantan un árbol, o hacen llegar el agua potable a una familia.

“¡Qué signo del mal derrotado es cuando ustedes se dedican a que miles de personas recuperen la salud!”

Seguir dando batallas en la oración y la alabanza

Por eso los animó a que “sigan dando estas batallas, pero siempre en la oración y en la alabanza”. Y les pidió derrotar “al mal espíritu en su propio terreno; allí donde nos invite a  aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana”, respondiendo “con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión”. A lo que añadió: “¡No nos dejemos robar la alegría misionera!”.

Hacia el final de su discurso el Santo Padre les pidió que transmitan a sus comunidades su cariño y cercanía, su oración y bendición. A la vez que les explicó que en la bendición que estaba a punto de impartirles en nombre del Señor deseaba invitarlos a que piensen en sus comunidades, en sus lugares de misión, para que el Señor siga diciendo bien a todas esas personas, allí donde se encuentren.

“Que ustedes puedan seguir siendo signo de su presencia viva en medio nuestro. Y no se olviden de rezar y hacer rezar por mí. Gracias”

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08 septiembre 2019, 17:02