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Video mensaje del Papa en el Congreso Mundial de la OIEC

El Santo Padre agradece la labor que realizan las instituciones educativas católicas, y señala que el humanismo que están llamadas a construir -como afirmaba San Juan Pablo II- "es el que aboga por una visión de la sociedad centrada en la persona humana y sus derechos inalienables, en los valores de justicia y paz".

Ciudad del Vaticano

Cada 4 años, la OIEC (Oficina Internacional de Educaión Católica) organiza un congreso internacional para sus miembros. La edición 2019 se lleva a cabo en Nueva York, en la Universidad de Fordham (Lincoln Center Campus) del 5 al 8 de junio y lleva como tema "Educar en el humanismo de la fraternidad para construir una civilización del amor". 

En este contexto, el Papa Francisco también ha querido participar enviando un video mensaje a los participantes, cuya transcripción compartimos a continuación:

Señora Presidenta,
Sr. Secretario General,
¡queridos amigos!

Me es grato saludar a todos los que dan vida en la ciudad de Nueva York al Congreso Mundial de la OIEC sobre el tema: "Educar en el humanismo de la fraternidad para construir una civilización del amor". Envío un saludo especial a su Presidenta, la Sra. Augusta Muthigani, y al Secretario General, el Sr. Philippe Richard, así como a los Secretarios de los Comités Regionales de la OIEC y a los miembros de los distintos organismos.

Vuestra participación comprometida manifiesta la pasión con la que vivís la misión educativa en el espíritu del Evangelio y según las enseñanzas de la Iglesia. Os doy las gracias por este servicio y, a través de vosotros, quiero transmitir mi sincera gratitud a todos los que trabajan en la enseñanza católica, a los fieles laicos, a las religiosas, los religiosos y a los sacerdotes. Dirijo un pensamiento afectuoso a los millones de estudiantes que asisten a los institutos católicos en las ciudades y especialmente en las periferias, y también a sus familias. Los jóvenes, como dije en la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá, pertenecen al ahora de Dios y, por lo tanto, son también el ahora de nuestra misión educativa.

Humanismo de la fraternidad

El estudio que os proponéis hacer sobre la contribución de la educación al humanismo en la fraternidad está en consonancia con la Declaración Gravissimum educationis del Concilio Vaticano II - cito al Concilio:

"Todas las personas de todas las razas, condiciones y edades, en virtud de su dignidad como personas, tienen el derecho inalienable a una educación que responda a su propia vocación y sea conforme a su temperamento, a las diferencias de sexo, a la cultura y a las tradiciones de su país, y al mismo tiempo abierta a la convivencia fraterna con los demás pueblos, a fin de asegurar la verdadera unidad y la verdadera paz en la tierra. Y prosigue: "Los niños y los jóvenes [...] deben iniciarse también en la vida social, para que, siempre que dispongan de los medios necesarios y apropiados para ello, puedan insertarse activamente en los grupos que constituyen la comunidad humana, estén disponibles para el diálogo con los demás y contribuyan con buena voluntad a la realización del bien común" (n. 1). Hasta ahora el Concilio Vaticano II.

Por lo tanto, el humanismo que las instituciones educativas católicas están llamadas a construir -como afirmaba San Juan Pablo II- es el que "aboga por una visión de la sociedad centrada en la persona humana y sus derechos inalienables, en los valores de justicia y paz, en una correcta relación entre los individuos, la sociedad y el Estado, en la lógica de la solidaridad y de la subsidiariedad". Es un humanismo capaz de inculcar un alma en el mismo progreso económico, para que se dirija a la promoción de cada hombre y de todo el hombre". Esta perspectiva humanista hoy no puede dejar de incluir la educación ecológica, que promueve una alianza entre la humanidad y el medio ambiente, en los diferentes niveles del "equilibrio ecológico: el interior con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios" (Enc. Laudato si', 210).

No a la cultura de la indiferencia

No se trata de un reto fácil, y ciertamente no puede abordarse por sí solo, de forma aislada. También por esta razón, el compartir que vivís en los días de vuestro Congreso es una experiencia muy importante para realizar un trabajo de discernimiento, ante las oportunidades y dificultades, y para renovar vuestra "apuesta educativa", a partir también de los grandes testimonios de las Santas y Santos educadores, cuyo ejemplo es un faro que puede iluminar vuestro servicio.

Una de las principales dificultades que la educación encuentra hoy en día es la tendencia generalizada a deconstruir el humanismo. El individualismo y el consumismo generan una competencia que degrada la cooperación, oscurece los valores comunes y socava la raíz de las normas más básicas de la coexistencia. La cultura de la indiferencia, que envuelve las relaciones entre individuos y pueblos, así como el cuidado de la casa común, también corroe el sentido del humanismo.

Horizontes abiertos a la trascendencia

Para afrontar esta deconstrucción necesitamos la sinergia de las diferentes realidades educativas. La primera es la familia, como lugar donde se aprende a salir de sí mismo y "a ponerse delante del otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a vivir juntos" (Exhortación apostólica postsin. Amoris laetitia, 276). En este proceso de crecimiento de la humanidad, todos los educadores están llamados a colaborar, tanto con su profesionalidad como con el testimonio coherente de su vida, para ayudar a los jóvenes a ser constructores activos de un mundo más solidario y pacífico. De manera especial, las instituciones educativas católicas tienen la misión de ofrecer horizontes abiertos a la trascendencia, porque la educación católica "marca la diferencia" al cultivar valores espirituales en los jóvenes.

Reconstruir el humanismo significa también orientar el trabajo educativo hacia las periferias, las periferias sociales y las periferias existenciales. A través del servicio, las reuniones y la acogida, se ofrecen oportunidades a los más débiles y vulnerables. De esta manera, crecemos juntos y maduramos al entender las necesidades de los demás. De esta manera, la comunidad educativa, a través del paciente trabajo diario, genera una amplia inclusión que va más allá de los muros de la escuela y se extiende con su poder transformador a toda la sociedad, favoreciendo el encuentro, la paz y la reconciliación. En este sentido, el Documento sobre la Hermandad Humana que firmé recientemente con el Gran Imán de Al -Azhar, ofrece elementos de reflexión y acción.

No educar en la "dictadura de los resultados"

Otro peligro que amenaza la delicada tarea de la educación es la dictadura de los resultados. La cual considera a la persona como un objeto "laboratorio" y no tiene interés en su crecimiento integral. También ignora sus dificultades, sus errores, sus miedos, sus sueños, su libertad. Este enfoque -dirigido por la lógica de la producción y el consumo- pone el énfasis principalmente en la economía y parece equiparar artificialmente a los hombres con las máquinas.

Para superar este obstáculo es necesario poner a toda la persona en el centro de la acción educativa. Para ello, el educador debe ser competente, cualificado y, al mismo tiempo, rico en humanidad, capaz de estar con los alumnos para promover su crecimiento humano y espiritual. El educador debe unir en sí mismo las cualidades de la enseñanza y la capacidad de atención y cuidado amoroso de las personas. Para ambos aspectos es necesaria una formación permanente, que ayude a los profesores y líderes a mantener su profesionalidad y, al mismo tiempo, a cuidar su fe y su motivación espiritual.

Proteger nuestro "hogar común"

Hoy en día, la educación también debe enfrentarse al obstáculo de la llamada "rapidación", que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad, cambiando constantemente los puntos de referencia. En este contexto, la propia identidad pierde consistencia y la estructura psicológica se desintegra ante una transformación incesante que "contrasta con la lentitud natural de la evolución biológica".  

El caos de la velocidad debe ser respondido devolviendo al tiempo su factor principal, especialmente en la edad evolutiva desde la infancia hasta la adolescencia. De hecho, la persona necesita su propio camino temporal para aprender, consolidar y transformar el conocimiento. Encontrar tiempo también significa apreciar el silencio y detenerse a contemplar la belleza de la creación, encontrar inspiración para proteger nuestro "hogar común" y activar iniciativas destinadas a proponer nuevos estilos de vida con respecto a las generaciones futuras. ¡Es un acto de responsabilidad para nuestra posteridad, que no podemos desinteresarnos!

Reavivar el impulso de la educación católica

Vuestro encuentro en estos días es una gran oportunidad para reavivar el impulso de la educación católica que ha dado origen a la OIEC como red mundial de realidades nacionales e internacionales. Es también una oportunidad para afrontar con entusiasmo el reto educativo actual de un mundo globalizado y digitalizado, así como para relanzar la voluntad de cooperación con los organismos internacionales.

Deseo, por tanto, que continuéis en vuestra misión educativa con la alegría de hacer y la paciencia de escuchar. ¡No perdamos la confianza! Como dijo Santa Isabel Ann Bailey Seton, debemos "mirar hacia arriba" sin miedo. Trabajemos para liberar la educación de un horizonte relativista y abrirla a la formación integral de todos y cada uno.

Os agradezco el trabajo que hacéis para hacer de las instituciones educativas lugares y experiencias de crecimiento a la luz del Evangelio, para convertirlas en "varas" de un humanismo de fraternidad para construir la civilización del amor. Yo oro por ustedes; y ustedes también, por favor, oren por mí. ¡Gracias!

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08 junio 2019, 18:30