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Mosul. Entre los escombros una niña mira a un soldado, con equipo de guerra, que la acaricia y la levanta, ella sonríe Mosul. Entre los escombros una niña mira a un soldado, con equipo de guerra, que la acaricia y la levanta, ella sonríe   Editorial

La esperanza de Iraq en la sonrisa de una niña

El viaje del Papa a Iraq ha dejado una nueva luz en una tierra devastada por una guerra que ha durado diez años, mostrando al mundo la sed de paz y fraternidad de una población que quiere volver a vivir.

Massimiliano Menichetti

"Para nosotros fue como despertar de una pesadilla, no podíamos creer lo que veíamos, el país realmente puede volver a levantarse". Estas sencillas palabras contienen la esperanza de todo un pueblo, el iraquí, que abrazó al Papa del 5 al 8 de marzo pasado. La imagen de este viaje se esculpe en una instantánea en Mosul, la antigua capital del Isis, donde los escombros están acribillados por miles de balas, donde al mirar las iglesias, las casas, las mezquitas destruidas y desfiguradas, se palpa la violencia de los combates, la furia del hombre que destruye, pisotea, aniquila a su hermano.

En ese contexto, en el que parecía prevalecer el horror, el Papa fue recibido por el canto de los niños que agitaban ramas de olivo. Otros, no muy lejos de la reunión, jugaban en un camino de tierra; el asfalto sólo quedaba en las calles centrales. Una niña de cuatro o cinco años, vestida de rosa con flores y un par de zapatillas, se separa de su grupo de compañeros y camina hacia atrás. Inconscientemente se detiene frente a las piernas de un soldado. Lo mira, recorriendo con sus ojos toda la figura, desde los pies hasta la cabeza.

El soldado con las bombas en la cintura, el casco, las gafas para protegerse del sol, dobla el cuello y se encuentra con los ojos de la niña, cuya cara está sucia de tierra como el resto de su cuerpo. Detrás de ellos sólo los escombros de lo que fueron casas. Sus miradas se encuentran a pesar de esos lentes oscuros, el hombre acaricia a la niña en la cabeza y la levanta. Ella estalla en una sonrisa, que él devuelve un instante después. En esa imagen está todo el presente y el futuro de Iraq.

Un viaje memorable de Francisco, el primer Papa que pisa la tierra de Abraham. Animó y confirmó en la fe a la comunidad cristiana, que, junto con los musulmanes y las minorías presentes, como los yazidíes, ha experimentado un sufrimiento indecible. Un viaje histórico por el puente tendido con los chiíes tras el tendido con los suníes en Abu Dhabi, por la acogida que recibió, pero sobre todo por la luz del bien y la redención que llevó a un lugar devastado por la guerra, la violencia y la persecución perpetradas por el Isis, y que ahora sufre las lacras de la pobreza y la pandemia del covid-19.

Lo que llama la atención es la militarización: por todas partes hay hombres vestidos de guerra, con gruesos chalecos antibalas, cinturones con granadas de mano, cascos con visores de precisión y armas pesadas; decenas de camionetas por las carreteras con ametralladoras, tanques y coches blindados. A lo largo de las calles, mientras pasaba la procesión papal, las personas que no estaban autorizadas a situarse en los bordes con banderas y pancartas, estaban a decenas de metros con las manos a la espalda. Muchas banderas del Vaticano, amarillas y blancas, ondearon a lo largo de los muros con alambre de espina en Bagdad, Nassirya, Ur, Mosul, Qaraqosh, Erbil.

Iraq ha sufrido unas mil cuatrocientas acciones terroristas en 2020, el trabajo es difícil de encontrar, las dificultades económicas son una dramática realidad, pero el país no es sólo esto, aunque ésta sea la narrativa predominante, a menudo la única. Una narrativa que no deja lugar a los que ayudan a los demás, a los que se comprometen con una realidad de intercambio y reconstrucción.

El viaje del Papa ha arrojado una luz diferente sobre el país y por primera vez en décadas se ha hablado de Iraq en términos positivos, de acogida, de perspectivas, de futuro. Cristianos y musulmanes entregaron a Francisco su sufrimiento, pero también su fe, su fuerza, su deseo de permanecer, poniendo de nuevo en pie una tierra que en el pasado fue cuna de antiguas civilizaciones y ejemplo de convivencia pacífica. Todos escucharon lo que llamaron "las grandes palabras" pronunciadas por un hombre sabio.

Los cristianos se encontraron en oración con el Sucesor de Pedro, convirtiéndose en una luz para todo el mundo. Un pueblo concreto, marcado por historias de sufrimiento indecible, que busca superar el odio y no acepta convertirse en un depósito de terror y fundamentalismo. El Papa ha traído un nuevo fermento, en una realidad acostumbrada a ser contada con colores oscuros y mortales. En Bagdad, donde las murallas y los perímetros blindados protegen a los fieles en iglesias y mezquitas, se alternan edificios casi deshabitados con plazas iluminadas y barrios muy pobres, donde la arquitectura muestra la discontinuidad de estilos y las grietas de los combates.

Francisco recordó a los mártires, condenó toda forma de fundamentalismo, abrazó a la comunidad cristiana y a toda persona que ha sufrido y sigue sufriendo. A pesar de la pandemia, familias enteras se reunieron detrás de los vehículos blindados llamados a formar cordones y separaciones, aunque sólo fuera para ver por un instante al "hombre de la paz" que había venido de lejos. En Ur de los Caldeos, donde se celebró la esperada reunión interreligiosa, el viento del desierto sopló a través de las redes de protección colocadas a lo largo del recorrido desde el aeropuerto de Nassirya. Aquí, donde la tradición indica la casa de Abraham, detrás de la cual se encuentra uno de los mayores zigurats del mundo, se vieron a plena luz del día las estrellas del cielo, el firmamento que el Papa indicó como brújula, para caminar sobre la tierra, para construir caminos de encuentro, de diálogo y de paz.

Los presentes hablaron de un "encuentro extraordinario, inimaginable", dando gracias a Dios en diferentes idiomas. Inolvidable fue la alegría y la emoción de la comunidad de Qaraqosh, donde la mayoría de los habitantes son cristianos. El Papa escuchó las heridas y el testimonio de fe de quienes han visto cómo Isis mataba a sus hijos, esposas, hermanos. Les oyó pedir perdón por los asesinos. Aquí, en los rostros de los ancianos y de los jóvenes, vestidos para la ocasión, fluyeron las lágrimas cuando el Papa entonó las palabras "No estáis solos". El saludo de esperanza de Iraq al Papa se hizo visible en el gran estadio de Erbil, en el Kurdistán iraquí, donde muchos iraquíes y sirios han encontrado refugio. Más de 10.000 personas, llegadas de todos los rincones del país, rezaron con Francisco, esperando en recogimiento y silencio, con una nueva esperanza en sus corazones: que un Iraq diferente es posible.

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16 marzo 2021, 09:28