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En Cuaresma, ayunar del chismorreo

La Cuaresma es un tiempo litúrgico privilegiado para impregnarnos del buen aroma de Cristo y de su fragancia que penetra y perfuma todos los rincones de nuestra vida y de nuestras relaciones. Genaro Valencia S.J. comparte su reflexión sobre este período en la vida de todo cristiano.

Año con año los cristianos vivimos el camino de la Cuaresma, un camino mistagógico de cuarenta días que nos ayuda a prepararnos para celebrar el Misterio más grande de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Hay para quienes este tiempo no es más que un tiempo para la diversión. Para otros es un tiempo de colores morados y de penitencias. Para otros es el tiempo de los antojos: pescados, mariscos y postres. Sin embargo, hay quienes saben que este tiempo se trata de un período de espera paciente, momento de caminar cadenciosamente y de detenernos silenciosamente, de acallar las voces de nuestro hambriento ego herido y de contemplar la vida en toda su belleza, anchura y profundidad.

La Cuaresma nos presenta un horizonte insospechado de posibilidades para unirnos al misterio del amor del Padre para con nosotros su pueblo fiel, un misterio de amor tan grande que nos ha entregado a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna y vida abundante. (Cfr. Jn. 3, 16). Este es un tiempo litúrgico privilegiado para impregnarnos del buen aroma de Cristo y de su fragancia que penetra y perfuma todos los rincones de nuestra vida y de nuestras relaciones. No es un tiempo de una penitencia estoica, más amante del dolor que del amor. Es el tiempo de la ascesis artesanal, comprometida en retejer nuestra vida y nuestras relaciones con los demás con el hilo tan frágil de la bondad y de la paz.

El pasado 2 de febrero de 2021, en la Basílica de San Pedro, al final de la Santa Misa en la Fiesta de la Presentación del Señor y la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el Papa Francisco daba un consejo contundente a las religiosas y religiosos presentes: “Por favor, huid del chismorreo. No cotilleéis de los demás. (…) Antes de cotillear de los demás muérdete la lengua y no podrás hablar mal. Por favor, huid del chismorreo que destruye la comunidad”. Pienso que sin duda este consejo, nacido de la sapiencia y experiencia del Papa, puede ser extendido a toda la comunidad de nuestra Iglesia. Estoy convencido que este ejercicio de ascesis constante puede ser una buena práctica cuaresmal que ¡ojalá se nos quedará para siempre!: Ayunar de hablar mal del prójimo. Ayunar de devorarnos la buena fama de las personas con nuestra insaciable lengua. Ayunar de la crítica y de la difamación. El chismorreo es como un gas invisible e indetectable a simple vista que asfixia y mata poco a poco a las comunidades. Es tan contagioso y letal como cualquier virus.

Los místicos que son peregrinos inquietos que viven entre la quietud y el movimiento. Buscadores infatigables. Artesanos de la paz. Tejedores de comunidad. Amadores del verdadero Amador. Amantes apasionados. Servidores de los pobres. Profetas de la Verdad; saben, que evitar hablar mal de los demás, es el signo más elocuente de que hay una auténtica experiencia de Dios de fondo. Por eso mismo San Ignacio de Loyola insiste tanto en los Ejercicios Espirituales aquello de “salvar la proposición del prójimo” y el mismo San Juan de la Cruz nos aconseja: “No sospeches mal contra tu hermano; porque este pensamiento quita la pureza del corazón”. El chisme y la maledicencia son frutos intrínsecamente unidos al mal espíritu porque generan división y malentendidos. Lo del buen Espíritu siempre será la paz, la unión de ánimos, la fraternidad y la comunión, aun en medio de la incomprensión. ¡Un buen ejercicio para esta Cuaresma, me parece!

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04 marzo 2021, 15:03