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Seminaristas vicentinos de Tanzania "hacen sitio a Dios" a pesar de la falta de espacio

Los seminaristas de Morogoro (Tanzania) aprovechan lo que tienen para completar su camino de fe, mientras siguen las huellas de San Vicente de Paúl con compasión y generosidad.

Francesca Merlo, enviada especial de Vatican News a Morogoro, Tanzania

Los primeros misioneros vicentinos llegaron a Tanzania en 1993 y, desde entonces, la misión no ha dejado de crecer. "Proclamar la Palabra del Señor" es el carisma de la orden religiosa, y eso es precisamente lo que hacen los vicentinos en Tanzania.

No estábamos seguros de lo que nos esperaba cuando hicimos el viaje de cinco horas a Morogoro desde Dar es Salaam.

Lo que desde luego no esperábamos cuando por fin llegamos al Seminario de San Vicente de Paúl era que el estacionamiento estuviera lleno de 41 seminaristas sonrientes, bailando y cantando.

"Su visita es una bendición para todos nosotros", cantaban mientras nos colocaban flores en el cuello y nos llevaban bailando al comedor, donde compartimos una comida.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta por primera vez de que podía haber un problema. Los seminaristas se amontonaban en torno a sus pequeñas mesas redondas, apretando al mayor número posible en cada una de ellas para que nosotros también tuviéramos una mesa en la que comer. Apenas había sitio para todos.

Después de cenar, un rápido paseo por el seminario, incluso en la oscuridad, permitía distinguir sus paredes pintadas de vivos colores, alegres y divertidas, como lo había sido nuestra bienvenida, o "Karibu" en swahili.

El patio del seminario.
El patio del seminario.

Todos los seminaristas se habían reunido para ver el partido de la liga tanzana: Simba vs. Singhita Fountain Gate en la sala de recreación; los que tuvieron suerte consiguieron asiento, y los demás se quedaron de pie detrás.

Caminamos por el pasillo y llegamos a la capilla, cada banco estaba abarrotado de libros y bolígrafos de los seminaristas, cada lugar asignado - los últimos en llegar consiguieron sillas al fondo.

"No sabemos dónde poner a todo el mundo", dice el padre Mushi, rector del seminario. Señala las sillas del fondo de la capilla. "Se han llenado", pero si llega alguien nuevo, no tendrá dónde ir.

De hecho, comenta el padre Yuda, Superior Regional de los Vicentinos en Tanzania, en los últimos años la congregación ha tenido que rechazar a varios hombres que querían ingresar. "No tenemos un problema de vocaciones", explicó, "tenemos un problema de capacidad".

Un seminarista tanzano estudiando.
Un seminarista tanzano estudiando.

Los jóvenes ya comparten habitación, la mayoría de a dos, otros de a cuatro. Han creado una familia, una auténtica comunidad, siguiendo el legado de su padre fundador, que nunca pidió mucho.

Y aunque estos jóvenes tampoco piden mucho, está claro que necesitan más. En la temporada de lluvias, sus bicicletas no les llevan por la tierra embarrada hasta sus universidades, y en la temporada seca, la falta de agua no permite que florezca su huerto.

Sus pollos y patos se guardan para invitados especiales porque, como bromea el padre Mushi, "¡estos chicos acabarían con ellos en medio día!".

Mientras se sientan en el huerto a machacar girasoles secos para extraer las semillas, con las que luego hacen su aceite de cocina, está claro que estos hombres son tan autosuficientes como sus medios se lo permiten.

Los seminaristas extraen aceite de las semillas de girasol.
Los seminaristas extraen aceite de las semillas de girasol.

Humphrey, que está cursando el tercer año de filosofía, me sonríe. Me habla tímidamente sobre su camino de fe y su deseo de dedicarlo a ayudar humildemente a los pobres. Humphrey es un buen ejemplo de humildad, pues dedica su camino de fe a seguir las huellas de San Vicente de Paúl. Todos los seminaristas lo son.

Visitamos sus habitaciones, mirando los carteles de sus paredes y sus libros.

Los 41 comparten ocho ordenadores, y "una sola impresora estaría bien", dicen. Todos son estudiantes, y viajar y gastar dinero en impresión no siempre es posible.

Uno de los ocho ordenadores que comparten los 41 seminaristas.
Uno de los ocho ordenadores que comparten los 41 seminaristas.

Pero ellos hacen que todo parezca posible, guiados por su rector, que a su vez es orientado por el superior regional, cada uno cuidando enormemente del otro, y esto brilla con claridad.

A continuación, nos despedimos. Las sillas se apartaron a un lado de la sala y los hombres entraron uno a uno, cantando una canción tradicional, vestidos con ropa típica, cantando, bailando y riendo.

Era evidente que disfrutaban actuando para nosotros, y nos divertimos mucho viéndolos. Uno de los diáconos recién ordenados nos dedicó un mensaje de agradecimiento, y el grupo prorrumpió en un "Ave María" perfectamente armonizado, fusionando dos hermosas culturas en una poderosa vocación.

La Iglesia, Tanzania y el mundo entero merecen más seminaristas como estos, y estos jóvenes merecen un espacio en el que vivir y en el que estudiar, para convertirse en los maravillosos líderes que están destinados a ser.

Los seminaristas vicentinos tanzanos cantan el Avemaría

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15 marzo 2024, 19:05