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Quinta Jornada Mundial de los pobres en Asís Quinta Jornada Mundial de los pobres en Asís

¡Felices los pobres de espíritu!

El teólogo argentino Enrique Ciro Bianchi, sacerdote diocesano y Licenciado en Teología Dogmática, comparte una reflexión con ocasión de la V Jornada Mundial de los Pobres.

Ciudad del Vaticano

Por el Padre Enrique Ciro Bianchi

En estos días la Iglesia se prepara para celebrar la V Jornada Mundial de los Pobres instituida por Francisco para que los cristianos penetremos cada vez más en el misterio de la identificación de Cristo con los que el mundo desprecia. Este interés en remarcar la preferencia divina por los pobres no es algo desarraigado de la tradición cristiana. Recordemos, por ejemplo, las palabras de san Pablo VI: “Toda la tradición de la Iglesia reconoce en los Pobres el Sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad de la Eucaristía, pero sí en perfecta correspondencia analógica y mística con ella. Por lo demás Jesús mismo nos lo ha dicho en una página solemne del evangelio, donde proclama que cada hombre doliente, hambriento, enfermo, desafortunado, necesitado de compasión, y de ayuda es Él, como si Él mismo fuese ese infeliz, según la misteriosa y potente sociología, (cf. Mt 25,35s) según el humanismo de Cristo” (Homilía en la misa para los campesinos colombianos, 1968). La misma huella sigue Francisco cuando en el Mensaje para preparar esta V Jornada nos dice: “los creyentes, cuando quieren ver y palpar a Jesús en persona, saben a dónde dirigirse, los pobres son sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a Él.”

A partir de la maduración de este aspecto de la revelación divina la Iglesia hizo una opción preferencial por los pobres. Esto es algo que nació en América Latina pero que san Juan Pablo II universalizó en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987) llamando a un amor preferencial por los pobres, “una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia” (SRS 42). 

Como es claro, siempre que se habla de esta opción se está refiriendo a los pobres concretos, los que la sociedad considera pobres. Sin embargo, como “es muy duro este lenguaje” (Jn 6,60), muchas veces se nos presenta la tentación de acomodarlo a nuestras posibilidades. Casi sin darnos cuenta, se nos infiltra un escándalo ante la sentencia de Jesús que afirma la casi imposibilidad de que los ricos entren en el Reino de Dios (cf. Mt 19,23). Ya que Jesús también afirma que “para Dios todo es posible” (Mt 19,26) salimos del atolladero espiritualizando la pobreza. El camino de una pobreza espiritual siempre se presenta más atractivo que el de la pobreza real. Es cierto que la noción evangélica de pobreza, que en el fondo significa esperarlo todo de Dios, tiene una dimensión profundamente espiritual. Pero eso no se identifica simplemente con una actitud interior de desprendimiento de los bienes con la que muchas veces confundimos la pobreza evangélica.

Si bien son innumerables los pasajes bíblicos que hacen referencia a la especial cercanía del corazón de Cristo a los pobres concretos, hay un texto especialmente en que se apoyan muchas veces las espiritualizaciones superficiales de la pobreza. Es la bienaventuranza de Mateo que –a diferencia de Lucas 6,20 que llama bienaventurados a los pobres a secas–, afirma: “Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3). Para penetrar el sentido de este versículo, el teólogo argentino Rafael Tello sigue la exégesis de Pierre Bonnard en El evangelio según san Mateo (Ed. Cristiandad, 1975). Allí se indica que la expresión pobres de espíritu es única no solo en la Escritura sino en toda la literatura semítica a excepción de un manuscrito de Qumrân. Mateo se refiere en este versículo a una realidad que ya estaba presente en el Antiguo Testamento: los 'anawim. Son aquellos que cantan con el salmista: “Yo soy un pobre y miserable; pero Yahvé piensa en mí.” (Sal 40,18). “Los que por una larga experiencia de la miseria económica y social han aprendido a no contar más que con la salvación de Dios” (Bonnard, ob. cit., 91). Son absolutamente pobres, ya “no tienen nada que decir ni que esperar de la sociedad” (ibid.). Los totalmente pobres de este mundo.

El dativo (πνεύματι) corresponde a: “pobres en su espíritu, es decir, en lo más profundo y en lo más concreto de su condición, delante de Dios y de los hombres” (ibid.). Se trata entonces de una pobreza radical, que abarca –junto con la material– todas las dimensiones de lo humano. No es una pobreza voluntaria, sino una pobreza impuesta que coarta toda esperanza en lo humano y dispone el espíritu a esperar sólo en Dios. Bonnard afirma que de acuerdo al sentido del texto “la palabra espíritu no designa el carácter voluntario de esta pobreza; el salmo 33,19 LXX y 1QM 11,10 muestran que estos pobres son los oprimidos por los hombres violentos” (ibid.). Abona esta lectura con el testimonio de otros estudiosos en esta dirección: “no diríamos que estos pobres son felices porque practican la virtud del desprendimiento (Bible de Jérusalem; Overney), ni «en razón de las virtudes que han practicado en su condición» (Bonsirven). En su abandono, su dicha no les viene más que de Cristo que se dirige a ellos” (ibid.).

Si Lucas se refiere a los pobres materiales, Mateo en su bienaventuranza parece ahondar en esa pobreza radical en la que, desde la impotencia para desarrollar la vida y derrumbada toda posibilidad de autosuficiencia, el espíritu humano se reconoce absolutamente necesitado de Dios.  Para ellos, los que no tienen ninguna otra cosa que esperar –dirá H. Von Balthasar– son destinadas todas las promesas de Dios. En las parábolas son los que disponen de tiempo para la invitación al banquete, los que –como nada tienen– se sienten nada y ante Dios perpetuos deudores, eternos menores de edad siempre dispuestos a arrodillarse con el publicano en el fondo del templo (cf. H. Von Balthasar , Quién es un cristiano, Ed. San Juan, 81). Como puede verse, la “espiritualización” de esta bienaventuranza que realiza Mateo de ningún modo puede entenderse como una relativización de la pobreza material. De hecho, en la presentación del “protocolo” por el que seremos juzgados deja bien claro que Cristo se identifica con el que tiene hambre, sed, frío, etc. (cf. Mt 25, 31s).

Con esta exégesis como telón de fondo, Tello reconoce que existe una pobreza espiritual que es una elaboración teológica, hecha por el espíritu humano iluminado por la fe. Toda la reflexión sobre los consejos evangélicos en el ámbito de la vida consagrada da testimonio de esto. Sin embargo, sostiene que la principal acepción de la pobreza espiritual debe referirse a una pobreza que llama “teologal”, una humildad dada por el Espíritu Santo y que nos lleva a reconocer nuestra “nada creatural”. Es la que vivió, por ejemplo, la Virgen María que reconoce que Dios miró con bondad su pequeñez (cf. Lc 1,48). Esa pobreza no hay esfuerzo humano que la conquiste y se expresa como connaturalmente mejor en condiciones de pobreza material: pobres que son tomados por el Espíritu Santo para completar la Pasión de Cristo. De modo que –para Tello– primero es la pobreza teologal, luego vendría la pobreza material y, en tercer lugar, como elaboración humana posterior, la pobreza espiritual. Ésta es la que más puede distanciarse de la pobreza material, como en el caso de los religiosos. Aun así, entender la bienaventuranza de Mateo como una pobreza espiritual en este sentido humano sería un planteo reduccionista (cf. La nueva evangelización. Anexos I y II, 48).  

En el magisterio permanente de Francisco, un Papa cuya fe maduró en una de las periferias más pobres de la Iglesia, el Espíritu Santo nos está haciendo un llamado de atención a no diluir esta relación entre nuestra fe y los pobres concretos (cf. Evangelii Gaudium 48). Dios quiera que la próxima Jornada Mundial de los Pobres nos sirva para entregarnos más a un Cristo que viene a nuestro encuentro escondido –sacramentalmente– en las vidas de los que el mundo desprecia. 

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13 noviembre 2021, 12:00