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San Fancisco Javier San Fancisco Javier

San Francisco Javier. Misionero sin fronteras

La Buena noticia de Jesús que San Francisco Javier llevó a Japón es el Dios de la misericordia. La pequeña Iglesia naciente en Japón buscó llegar a las personas abandonadas, a los huérfanos y a todos los que querían vivir como comunidad. Esto produjo sonrisas en medio de los pobres.

Ciudad del Vaticano

Todavía resuenan en Japón frases como: “Por primera vez me sentí amado”, “Quiero ser un hijo de Dios” y “Me siento alegre de haber encontrado a los misioneros y a la gente de la Iglesia”. De esta manera se fueron sumando más personas y así el cristianismo pudo expandirse en Japón; sin embargo, la vida no fue siempre fácil para aquellos, que siglos atrás, hicieron florecer el Evangelio.

Francisco Javier, misionero en Japón

Francisco Javier fue el primer misionero en llegar a Japón. Nació en 1506 en el Castillo de Javier, en Navarra, en el norte de España y falleció muy joven, a la edad de 46 años, un 3 de diciembre de 1552 en China.

Fue a estudiar a París en 1528, a la Universidad de la Sorbona. Allí comenzó a entrelazarse su vida con la de Ignacio, con quien fundará más tarde la Compañía de Jesús y de quien será su mejor amigo.

Es en París, donde con otros cinco compañeros se constituye lo que sería el grupo fundacional de la Compañía de Jesús. El 15 de agosto de 1534, una vez finalizados los estudios, juran votos de caridad y castidad, a la vez que prometen viajar a Tierra Santa, en la cripta del Martirio, de Monmartre.

En 1537 se reúne con Ignacio de Loyola para viajar a Italia y es ordenado sacerdote el 24 de junio de 1537. Durante su estancia en Venecia, mientras esperaban el barco para ir a Tierra Santa, se dedica junto a sus compañeros a predicar por los alrededores. Ante la tardanza del viaje, vuelven a Roma y se ofrecen al Papa para ser enviados a cualquier otro lado.

Hacia las Indias Orientales

En 1540 parte hacia Lisboa, donde comenzará la etapa más importante de su vida: la de misionero. El viaje a Portugal se debió a la solicitud del embajador portugués en Roma, Pedro de Mascarenhas, que pidió en nombre de Juan III de Portugal a Ignacio de Loyola algunos hombres suyos para enviarlos a las Indias Orientales. Para ese viaje Francisco fue nombrado por el Papa legado suyo en las tierras del Mar Rojo, del Golfo Pérsico y de Oceanía, a uno y otro lado del Ganges.

El 7 de abril de 1541, día que cumplía 35 años, empieza la expedición hacia las Indias orientales. Llega el 22 de septiembre a Mozambique. Allí se queda hasta febrero del año siguiente. En esa estancia ayuda en el hospital y percibe la realidad del trato que se da a los negros, lo cual le lleva a tener los primeros enfrentamientos.

Trece meses navegando mientras servía a enfermos y necesitados, hasta que desembarcó en Goa, donde empezó una odisea titánica de islas, lenguas, predicaciones y servicio desde allí hasta Japón.

En Yamaguchi obtuvo del príncipe la garantía de respeto a los conversos al cristianismo. Ante esa perspectiva realiza, junto con sus dos compañeros, una intensa labor de predicación que da su fruto en la creación de una pequeña comunidad católica. Muchos de los convertidos son samuráis. Su trabajo tuvo la oposición de grupos religiosos locales.

Respeto a la vida. Desafíos de la misión

Su denuncia al Rey de Portugal por el espolio de riquezas en las Indias en lugar de favorecer la evangelización le costó dolorosos fracasos, pero pidiendo fuerzas a Dios prosiguió incansable hasta la isla de Sancián, en un intento de entrar en China. Allí, al lado del indio Cristóbal y del chino Antonio, representantes de su misión en aquél continente, a los 46 años entregó su espíritu sembrando en la tierra su honda huella por Cristo, de donde nacería una entera generación de misioneros.

Fue canonizado por el Papa Gregorio XV en 1622 junto a Ignacio de Loyola.

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03 diciembre 2019, 12:07