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“Venezuela necesita un cambio, no político, sino de humanidad”

¿Qué cambio queremos en Venezuela? ¿Cómo alcanzar una genuina democracia? ¿Cuáles son las acciones posibles de la Iglesia? ¿Qué implica cristianamente ejercer hoy la solidaridad? Son algunas de las interrogantes a las cuales responde el jesuita venezolano de origen español, Pedro Trigo, sobre las acciones de la Iglesia y de los jesuitas para superar la crisis venezolana.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano

“Dar, aunque sea mucho, desde una posición holgada, es dar de lo que nos sobra, que, según el pasaje del óbolo de la viuda, no expresa entrega personal basada en la confianza que da estar en las manos de Dios. El que está en manos de Dios no necesita más de lo necesario porque vive de esa relación que se expresa en la entrega a los hermanos, entre los que privilegia a los que tienen necesidad”, lo escribe el jesuita venezolano de origen español, Pedro Trigo, reflexionando sobre el rol de la Iglesia y de la Compañía de Jesús en América Latina y las acciones de la Iglesia y los jesuitas para superar la crisis venezolana, publicado integralmente en la página del Apostolado Social de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPAL).

¿Qué cambio queremos?

El sacerdote jesuita analizando la situación en Venezuela señala que, es urgente un cambio en el país, pero “no un cambio meramente político, sino un cambio que entraña la reconstrucción del tejido social y, más al fondo todavía, de la humanidad de los seres humanos y la recuperación de la responsabilidad y de la democracia real y no meramente procedimental”. Por ello, el cambio por el que trabajamos y para el que pedimos solidaridad, no consiste en la salida de Maduro y de los chavistas. Eso – precisa el teólogo – sería radicalmente insuficiente. “El problema es que como una fuente de su totalitarismo fue su capacidad monstruosa de sugestionar a la gente para que se entregaran a él, que supuestamente conocía y quería su verdadero bien. Esas personas, agrega, que llegaron a ser la mayoría de los venezolanos, perdieron su condición de sujeto y su responsabilidad, habían perdido la subjetualidad social”.

Recuperar la condición de sujeto

Ante esta situación, el jesuita venezolano señala que, “la base del cambio, para que sea superador, consiste, pues, en recuperar la condición de sujeto con la responsabilidad que entraña. Tanto de sujeto personal, como social y comunitario”. Eso implica dejar de depender síquicamente y ser responsable de su vida y ejercer humanizadoramente esa responsabilidad recuperada. Esto significa “logar una genuina democracia: poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y no, poder del caudillo y sus secuaces y quienes pactaron con ellos, ejercido discrecionalmente y a su servicio. Pero tampoco, como sucede en la mayoría de los países de América Latina y del mundo, para el provecho de los de arriba”. En este sentido, el mayor temor es que quienes han apoyado a Venezuela, se la cobren exigiendo que les entreguemos nuestros recursos, no sólo el petróleo, sino también tememos que presionen para que el Estado sea de mínimos y por eso, de hecho, ampare a las grandes empresas y deje al pueblo más desamparado que ahora.

¿Qué implica cristianamente ejercer hoy la solidaridad?

El teólogo venezolano citando a Jon Sobrino y según Col 3,13 afirma que “el contenido de la solidaridad cristiana es conllevarse mutuamente”, es decir, la intención del solidario, la aspiración es a la reciprocidad. “La solidaridad – precisa P. Trigo – nada tiene de común con el do ut des (te doy para que me des) romano, que sigue siendo el paradigma del orden establecido. La solidaridad es siempre desinteresada. Pero, además, la fraternidad está en la entraña del solidario y la fraternidad es una relación mutua. Y, más en el fondo, porque el solidario es persona y la persona se diferencia del individuo y del sujeto, los otros dos componentes del ser humano, porque es relación constituyente, relación gratuita, horizontal y abierta, desde lo más genuino de cada uno”.

Conllevarse mutuamente en comunión

El conllevarse mutuamente, agrega el teólogo, está en la entraña de la solidaridad entre las Iglesias y, por consiguiente, entre las diversas provincias de la Compañía, que forman o al menos deben formar un solo cuerpo. “Es el contenido primigenio que constituye a la Iglesia: llevarnos mutuamente en nuestra fe, en nuestro amor fraterno y en nuestra vida concreta. La segunda eclesialidad, que existe únicamente para cualificar a la primera, es la comunión de la institución eclesiástica con todos los fieles cristianos y la comunión de los fieles cristianos con la jerarquía”. El ejercicio de esta comunión, que constituye la solidaridad, es el ejercicio primario de la condición de cristiano como una cualificación de nuestra condición humana, esto es tener la oportunidad de humanizarse.

Solidaridad no incluye sólo relaciones horizontales y gratuitas

El sacerdote jesuita a este punto hace una diferencia entre solidaridad y donación (entendida como ayuda exterior, ndr). La solidaridad señala, “tiene que ser asumida muy consciente y premeditadamente por cada ser humano y por cada cristiano y por cada comunidad, grupo y asociación, porque, de lo contrario, o no existirá o se dará al modo del bienhechor: desde arriba y sin compromiso personal con los afectados y, por supuesto, sin relación mutua”. Que según Caritas España, es la diferencia entre lo que se llama solidaridad pasiva y activa: la primera da, por ejemplo, dinero, pero sin involucrarse personalmente. Por eso practicar la solidaridad exige estar sobre nosotros mismos para que aflore lo mejor y no nos dejemos llevar por pulsiones elementarizadas. “Queda claro que la práctica de la solidaridad no incluye sólo relaciones horizontales y gratuitas: dar de nosotros mismos y recibir el don del otro, si tiene a bien dárnoslo. Incluye también expresamente tener esas relaciones con el necesitado”.

Necesitamos ayuda humanitaria

En Venezuela, evidencia el teólogo de origen español, estamos viviendo una situación tan mala que nadie que tenga cierta edad pudo imaginar ni de lejos que pudiéramos llegar a caer tan bajo y, lo que es peor, la vivimos como un pozo sin fondo. Y además no vemos salida porque ellos tienen todo el poder. “La situación está tan mala para los ciudadanos – subraya el P. trigo – que no pertenecen al gobierno ni se aprovechan de la situación ni se reducen a la condición de clientes, que, por ejemplo, casi ninguna comunidad de jesuitas gana lo suficiente para comer, mucho menos para vivir, y eso que por lo regular todos trabajamos en algo remunerado y aportamos lo que nos dan y no tenemos mujer e hijos a nuestro cargo y no comemos exquisiteces sino lo básico y vivimos sencillamente”. En estas circunstancias tan adversas la gente reduce al mínimo sus necesidades y trata de vivir como puede, la mayoría, sobre todo de gente popular, haciendo de la necesidad virtud. También, sobre todo a nivel popular, se ha desatado la solidaridad.

La ayuda humanitaria y el riesgo de la dependencia

En esta situación de tanta necesidad es muy bienvenida la ayuda humanitaria, sobre todo en medicinas, también para comprar comida. “La ayuda humanitaria – recuerda el teólogo venezolano – es absolutamente imprescindible. Pero tiene el peligro de convertirse en dependencia. Un peligro muy difícil de superar porque no se trata de una desgracia temporal sino de una situación cada día peor, pero estable. Lo más deseable sería combinar esta ayuda con la promoción para poder conseguir empleo y para el emprendimiento. Hay que hacerlo, pero cada día cierran más empresas y las que no, sobreviven”. Claro está que se puede recibir dinero para mantenerse y, sin embargo, conservar la iniciativa, la creatividad, y, por supuesto, la responsabilidad personal e incluso la combatividad. Eso no sólo puede pasar, sino que pasa. Pero hay que tener muchísimo cuidado de no caer en la condición de dependencia, una condición antropológica, que supone la condición de minoría, que es despersonalizadora, la actitud opuesta a la de llevar cada uno su propia carga.

Ser solidarios de manera integral

Para no caer en esta tentación de la dependencia, advierte el P. Trigo, es necesario que vayamos juntos en este camino, que marchemos juntos construyendo una alternativa superadora. “Esta compañía en la vida y en la lucha es lo que más ansiamos nosotros y lo que más puede contribuir a la humanización de ustedes y al ansiado cambio en el país, un cambio realmente alternativo, y de un modo indirecto, pero realísimo, a afinar la marcha alternativa en sus propios países”. Si somos auténticos cristianos, un componente ineludible de ese llevarnos mutuamente es la oración. Es el indicador de que estamos ante “Papadios”, no como individuos sino como hermanos. Es el indicador de que nos llevamos no sólo como miembros de una organización, que eso sería meramente corporativismo, muy apreciado por cierto en el orden establecido, sino como personas. El conllevarnos llega entonces a ese núcleo trascendente de nuestra relación con Dios. Dios es nuestro Dios, el que nos hermana. “Una necesidad para ser solidarios (en concreto estoy hablando de nuestra situación venezolana, pero se dan otras muy acuciantes como la de Haití y la de Honduras y más en general la parte norte de Centroamérica, cuyo estado invivible lo evidencian las migraciones) es sentirnos de nuevo en América Latina, formando parte de sus pueblos, que la tienen tan difícil y de los profesionales solidarios, y sentirnos en la Iglesia latinoamericana, formando parte activa de ella”.

Solidaridad con los pobres

Es cierto que donde hay solidaridad con los pobres, se provoca solidaridad. De una manera más general nuestra riqueza son esos pobres que, cuando no hay condiciones para vivir, no sólo sobreviven sino que viven y viven humanamente.” Se puede afirmar como tesis que en estas condiciones estas personas que no pueden vivir de sí, pero que no se echan a morir ni se deshumanizan ni se mimetizan a los de arriba dando la espalda a los suyos, sino que viven humanamente y dan de su pobreza, viven en obediencia al impulso del Espíritu, a quien confesamos Señor y dador de vida”. Pedimos a nuestros hermanos latinoamericanos que nos ayuden a ayudar a todas estas clases de personas por las que tenemos que decir que, así como nunca habíamos estado tan mal y dudo que ningún país latinoamericano haya estado tan mal, así nunca había habido entre nosotros tanta calidad humana.

La Iglesia y la Compañía latinoamericanas

La solidaridad más fecunda y evangélica, concluye el teólogo venezolano, es marchar juntos construyendo en nuestros países y en toda Nuestra América el cambio que Dios nos pide y la situación demanda. Eso sí que es conllevarnos mutuamente en la vida histórica. Por eso proponemos formar parte de un único proyecto de transformación superadora de Nuestra América, refractado en cada país. “No un proyecto doctrinario, como con frecuencia lo propuso la izquierda, que sería el otro polo del totalitarismo de mercado que hoy existe globalmente y en Nuestra América – precisa el P. Trigo – sino una transformación superadora de lo que existe, partiendo en cada caso, en cada situación, en cada país, de sus mejores virtualidades, desde un horizonte trascendente compartido”. Esta alternativa superadora no tiene que ser ante todo política, sino social y eclesial. Esta sobriedad no encogida sino entregada y por eso creativa, proactiva y solidaria está absolutamente excluida en esta sociedad regida por el totalitarismo de consumo. Insistimos que nuestro propósito no es encogernos sino liberar energías para la solidaridad concreta que aspira a moldear una civilización alternativa, donde lo que se produzca sea verdaderamente valioso y en principio esté al alcance de todos mediante el estímulo de una emulación esforzada y cualitativa.

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23 abril 2019, 16:45