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Santísima Trinidad - domingo después de Pentecostés
Santisima Trinidad

Santísima Trinidad - domingo después de Pentecostés

El domingo pasado, con la solemnidad de Pentecostés, terminó el tiempo de la Pascua; el lunes retomamos el tiempo ordinario, es decir, el tiempo de la Iglesia (con el verde como color litúrgico), un tiempo en el que estamos llamados a vivir el Evangelio en la normalidad de la vida cotidiana, dando testimonio de la alegría de ser discípulos de Jesús crucificado y resucitado.
Si nos detenemos un momento y miramos hacia atrás, podemos ver un plan único. Desde el Cielo, Dios Padre vio lo lejos que se habían extraviado los hombres, después del pecado de Adán y Eva (Gn 3); eran incapaces de encontrar el camino de regreso a la Casa del Padre. Envió a los profetas para que les ayudaran a encontrar el camino, y no sólo no los escucharon, sino que los mataron (cfr. Mt 23,29ss). Al final, movido por la compasión, envió a su único Hijo: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". (Jn 1,14, Navidad). Jesús, el Hijo de Dios, compartió nuestra condición humana en todo menos en el pecado, ayudándonos a recordar que hemos sido creados por Dios, que somos sus hijos y que Dios es Padre. Con sus palabras y su vida, nos enseñó con la Verdad el Camino de vuelta al Padre, la Vida Eterna. De este modo, Jesús nos manifestó el Rostro del Padre: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9). Nos recordó que el camino al cielo es posible para todos, que no debemos temer, no debemos avergonzarnos... porque Dios Padre es amor, es fidelidad, es misericordia.
Jesús, obediente al Padre, murió en la cruz por nuestra salvación. Al tercer día, resucitó, venciendo el pecado y la muerte, abriendo así el camino para que volvamos a su Padre y a nuestro Padre (Pascua). Es un camino que podemos recorrer con confianza porque Jesús ascendió al cielo y nos dio el Espíritu Santo (Pentecostés), el primer don para los creyentes, el Amor hecho persona derramado en nuestras personas para que vivamos como hijos de Dios. De este modo podemos comprender por qué hoy la liturgia nos hace vivir la solemnidad de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este Dios, que se presenta como Uno y Trino, no está tan lejos como parece, sino que está tan cerca que se hizo por nosotros Pan partido, Corpus Domini (el próximo domingo). El Pan del viaje al cielo, el Pan de los ángeles. Un regalo que conserva y revela el Sagrado Corazón de Jesús, una solemnidad que celebraremos el viernes siguiente al Corpus Christi.
Tres festividades litúrgicas que resumen el misterio de nuestra fe, revelado en estos meses: desde la Navidad hasta la muerte y resurrección de Jesús, pasando por su ascensión y Pentecostés.
La herejía de Arrio (que dudaba de la divinidad de Jesús y del vínculo entre la Santísima Trinidad), condenada por los concilios de Nicea (año 325, el Credo Niceno) y Constantinopla (año 381, el Credo Niceno-Constantinopolitano), favoreció la difusión de la fe en la Trinidad, tanto en la predicación como en la práctica de la piedad. Ya hacia el siglo VIII, las referencias a la doctrina de la Santísima Trinidad aparecieron en el prefacio litúrgico. Alrededor del año 800, surgió una misa votiva en su honor, que se celebraba en domingo -decisión que encontró oposición porque todos los domingos implican el recuerdo de la Trinidad- hasta que el Papa Juan XXII introdujo la fiesta para toda la Iglesia en el año 1334.

Del Evangelio según San Juan

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. (Jn 3,16-18).

Dios camina con nosotros

La primera lectura propone el texto del Éxodo, capítulo 34, en el momento en que Dios pasa ante Moisés proclamando: "El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad" (Ex 34,6-7). Moisés se postra ante Dios y pide: "Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, a caminar en medio de nosotros". (Ex 34:8). Esta petición expresa el deseo que todo hombre tiene en su corazón, porque no importa cómo vayan las cosas en la vida, lo que cuenta es saber que Dios está con nosotros, porque “no hay nada imposible para Dios" (Lc 1,37).

Dios con nosotros

Quizá Moisés nunca esperó que un día el Señor caminaría en carne y hueso entre su pueblo, ni siquiera imaginó que Dios se haría carne en Jesús. Pero Él lo hizo. Y no para condenar al mundo desobediente, sino para salvarlo de una vez por todas.
Celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad significa reconocer la preocupación de Dios, su fidelidad a los hombres: un Dios que no es indiferente a los asuntos humanos, sino que se ha hecho todo a todos para llegar a todos. Animados por el Espíritu Santo, este cuidado y cercanía se nos piden ahora a cada uno de nosotros, buscando siempre la perfección, cultivando los mismos sentimientos de Jesús y viviendo en paz, como recuerda San Pablo en la segunda lectura (2 Cor 13,11-13). Una fiesta, por tanto, que no debemos vivir como espectadores, sino que nos pide a cada uno de nosotros que caminemos con los demás, que nos hagamos cercanos (Lc 15).

Oración

"Señor, mantén incontaminada esta recta fe que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, para que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo". (San Hilario de Poitiers).

26 mayo

Del Evangelio según San Mateo

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,16-20).

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

El pasaje evangélico propuesto termina con la misión acompañada de esta invitación: "Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… Y yo estaré siempre con ustedes".
Dos preposiciones merecen nuestra atención: "en" y "con". La primera, "En el nombre del Padre..." y la segunda, "Yo estaré con ustedes...". Jesús envía a los Once a bautizar, los envía a "sumergir" a los demás en la vida de Dios: a salir de la soledad y la autosuficiencia. Porque, al fin y al cabo, la fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta de la relación.

Yo estoy con ustedes

"Yo soy" es el Nombre divino que Dios revela a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3,14). Jesús reclama para sí, aquí como en otros pasajes, el Nombre de Dios: "Yo soy el pan de vida" (Jn 6,35); "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12); "Yo soy la puerta de las ovejas" (Jn 10,7); "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25); "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6); "Yo soy la vid" (Jn 15,5). Jesús es, pues, "el que es", el que siempre camina contigo, el que no te abandona; es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros (Is 7,14, Navidad), hasta el final de los días (Mt 28,20).

Sentido de pertenencia

Al enviar a los discípulos a todas las naciones, Jesús inició una vida nueva, capaz de crear un sentido de pertenencia: un camino que ayuda progresivamente a encontrarse a uno mismo sólo en la relación con el otro, porque estar "en el nombre del Padre..." implica estar "con los demás": de lo contrario, siempre habrá una especie de vacío, de nostalgia. Al fin y al cabo, si con la encarnación de Jesús (Navidad) Dios se hizo uno de nosotros para entrar en comunión con nosotros, con el don del Espíritu Santo (Pentecostés) nos pide que nos hagamos semejantes a Él, entrando en comunión con Él, y que nos consagremos en la unidad y en el amor, porque sólo esto es la verdadera vida.

Oración

"Señor, mantén incontaminada esta recta fe que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, para que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo". (San Hilario de Poitiers).

Del Evangelio según San Juan

Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.  Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: «Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes». (Jn 16,12-15).

Admirable es tu Nombre en toda la tierra

El Salmo 8, que propone la liturgia, es un himno de asombro y alabanza ante la grandeza de Dios reflejada en la grandeza del hombre. La solemnidad de la Santísima Trinidad es así contemplada a través de la grandeza con que Dios ha hecho al hombre y a todo lo que le rodea, hasta el punto de poder decir: "La gloria de Dios es el hombre vivo" (Ireneo de Lyon).

Amor-Comunión

El reflejo de Dios sobre el hombre sugiere no sólo su "grandeza" sino también su "compañía". Dios se nos revela como Dios-Amor, más aún, Dios-Comunión. Y es a la luz de este horizonte de comunión que estamos llamados a comprender la vocación de todo hombre: ante todo somos "don" de Dios y, por tanto, como Dios-Trinidad, estamos hechos para estar con los demás, porque en la medida en que nos exponemos por los demás, nos realizamos a nosotros mismos. En la medida en que nos "perdemos" por los demás nos encontramos a nosotros mismos y al final nos salvamos, nos recuerda Jesús (Mc 8,34ss).

Maestro interior

Para cumplir esta tarea-vocación, se nos da el Espíritu Santo. Se convertirá en un Maestro interior, en un Guía, dando a cada persona según sus posibilidades, porque no se puede entender todo y llevar el peso de todo inmediatamente, como recuerda el Evangelio. Hay algo que no podemos conseguir sólo con nuestra inteligencia,  con nuestra riqueza, y mucho menos con el poder o con el uso de la fuerza. El Espíritu es precisamente el que nos hace capaces de vivir una vida a la altura del don de Dios; nos hace capaces de ese más. Él llega precisamente donde nosotros, por nuestra cuenta, no podemos llegar. Y lo hace desde dentro: no nos impone una carga nueva, no nos pide más esfuerzo. Nos lleva a la verdad, que no es una idea, sino que es Jesús mismo, que nos enseña a hacernos pequeños, pobres, para aprender a hacer sitio a Dios y a los demás, a vivir como Dios, Trinidad-Amor, Comunión-Fraternidad.

Oración

"Mantén incontaminada esta recta fe que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, para que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo". (San Hilario de Poitiers).

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