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El Papa: un mundo rico puede y debe acabar con la pobreza

En el discurso a los participantes en el taller dedicado a "Nuevas formas de fraternidad solidaria, de inclusión, integración e innovación", organizado por la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, el Pontífice llamó abatir la globalización de la indiferencia, propiciando mecanismos socio-económicos humanizantes para toda la sociedad.

María Cecilia Mutual - Ciudad del Vaticano

“Construir puentes  que favorezcan el desarrollo de una mirada solidaria desde los bancos, las finanzas, los gobiernos y las decisiones económicas”. Fue la exhortación del Papa Francisco dirigiéndose esta tarde a los participantes en el taller dedicado a las "Nuevas formas de fraternidad solidaria, de inclusión, integración e innovación", organizado por la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

Ante los líderes financieros y especialistas económicos del mundo presentes en la Casina Pio IV, sede de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, el Santo Padre dirigió un rico y extenso discurso, iniciando por una constatación: “El mundo es rico y, sin embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor”. Una situación, que como señala el Papa, “ha propiciado que millones de personas sean víctimas de la trata y de las nuevas formas de esclavitud, como el trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos. No cuentan con ningún derecho y garantías; ni siquiera pueden disfrutar de la amistad o de la familia”.

Escucha el discurso del Papa Francisco pronunciado en español

Acción y prioridades

Estas realidades, en palabras del Papa, “no deben ser motivo de desesperación, sino de acción”. Y así, comparte con los presentes un “mensaje de esperanza”: “se trata de problemas solucionables y no de ausencia de recursos” – asegura. “No estamos condenados a la inequidad universal”. Francisco denota que la causa es la “falta de voluntad y de decisión para cambiar las cosas y principalmente, las prioridades. Se nos pide capacidad para dejarnos interpelar – afirma – y dejar caer las escamas de los ojos y ver con una nueva luz estas realidades”.

Un mundo rico y una economía vibrante pueden y deben acabar con la pobreza. Se pueden generar y estimular dinámicas capaces de incluir, alimentar, curar y vestir a los últimos de la sociedad en vez de excluirlos. Debemos elegir qué y a quién priorizar: si propiciamos mecanismos socio-económicos humanizantes para toda la sociedad o, por el contrario, fomentamos un sistema que termina por justificar determinadas prácticas que lo único que logran es aumentar el nivel de injusticia y de violencia social.

La globalización de la indiferencia

Para el Obispo de Roma es hora de tomar conciencia de que “todos somos responsables” de las situaciones de injusticia y desigualdad. Y si la pobreza y riqueza extremas existen, es porque “hemos permitido que la brecha se amplíe hasta convertirse en la mayor de la historia”.

A la ‘globalización de la indiferencia’ la he llamado ‘inacción’. San Juan Pablo II la llamó: ‘estructuras del pecado’. Tales estructuras encuentran una atmósfera propicia para su expansión cada vez que el Bien Común viene reducido o limitado a determinados sectores o, en el caso que nos convoca, cuando la economía y las finanzas se vuelven un fin en sí mismas. Es la idolatría del dinero, la codicia y la especulación. Y esta realidad sumada ahora al vértigo tecnológico exponencial, que incrementa a pasos jamás vistos la velocidad de las transacciones y la posibilidad de producir ganancias concentradas sin que estén ligadas a los procesos productivos ni a la economía real.

El Santo Padre recuerda que la Doctrina Social de la Iglesia celebra las formas de gobierno y los bancos cuando cumplen con su finalidad, es decir,  buscar el bien común, la justicia social, la paz, como asimismo el desarrollo integral de cada individuo, de cada comunidad humana y de todas las personas. Pero advierte que estas instituciones benéficas también “pueden decaer en estructuras de pecado”.

Las estructuras del pecado

A continuación, el Papa enumera las que él llama “estructuras del pecado” que incluyen los repetidos recortes de impuestos para las personas más ricas, justificados muchas veces en nombre de la inversión y desarrollo”; los “cientos de miles de millones de dólares, que deberían pagarse en impuestos para financiar la atención médica y la educación”, y que  se acumulan en “cuentas de paraísos fiscales impidiendo así la posibilidad del desarrollo digno y sostenido de todos los actores sociales”.

La búsqueda de soluciones, responsabilidad de todos

Ante esta situación existe, según el Pontífice, una co-irresponsabilidad en cuanto al daño provocado, pero también una co-responsabilidad en la creación de un clima de fraternidad,  de renovada confianza, de soluciones innovadoras y humanizantes. “No existe una ley mágica o invisible que nos condene al congelamiento o a la parálisis frente a la injusticia”, afirma. “Y menos aún existe una racionalidad económica que suponga que la persona humana es simplemente una acumuladora de beneficios individuales ajenos a su condición de ser social”.

Las nuevas formas de solidaridad

“Es ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas. No es licito exigir o pretender su pago cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras”. “En estos casos es necesario —como, por lo demás, está ocurriendo en parte— encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso”. Francisco cita estas palabras de San Juan Pablo II en 1991, al tiempo que recuerda que este punto es reconocido también por los Objetivos del Desarrollo Sostenible aprobados unánimemente por todas las naciones, para señalar en qué deben consistir las “nuevas formas de solidaridad” que hoy nos convocan, en el mundo de los bancos y las finanzas:

“En la ayuda para el desarrollo de los pueblos postergados y la nivelación entre los países que gozan de un determinado estándar y nivel de desarrollo con aquellos imposibilitados a garantizar los mínimos necesarios a sus poblaciones. Solidaridad y economía para la unión, no para la división con la sana y clara conciencia de la co-responsabilidad.”

La mayor estructura del pecado es la guerra

La denuncia del Papa es una vez más, contra la guerra, cuya industria es la mayor estructura de pecado, porque “es dinero y tiempo al servicio de la división y de la muerte”, billones de dólares gastados en “armamentos y violencia” que “terminarían con la pobreza y el analfabetismo si se pudieran redirigir”.

Recordando que hace más de setenta años, la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas comprometió a todos sus Estados Miembros a cuidar de los pobres en su tierra y hogar y en todo el mundo, el Pontífice asevera que “estos derechos económicos y un entorno seguro para todos son la medida más básica de la solidaridad humana”, objetivos que hoy en un mundo interconectado están al alcance inmediato.

Necesaria una nueva ética

El Papa Bergoglio dirige entonces a los líderes financieros y especialistas económicos presentes en la Casina Pio IV, la invitación a trabajar “juntos para terminar con estas injusticias”. 

Cuando los organismos multilaterales de crédito asesoren a las diferentes naciones, resulta importante tener en cuenta los conceptos elevados de la justicia fiscal, los presupuestos públicos responsables en su endeudamiento y, sobre todo, la promoción efectiva y protagónica de los más pobres en el entramado social. Recuérdenles su responsabilidad de proporcionar asistencia para el desarrollo a las naciones empobrecidas y alivio de la deuda para las naciones muy endeudadas. Recuérdenles el imperativo de detener el cambio climático provocado por el hombre, como lo han prometido todas las naciones, para que no destruyamos las bases de nuestra Casa Común.

El compromiso de defender justicia y bien común

Francisco evidencia además que es necesario el compromiso de todos a “trabajar juntos” y  decir a las naciones “la importancia de defender la justicia y el bien común sobre los intereses de las empresas y multinacionales más poderosas”:

El tiempo presente exige y reclama dar el paso de una lógica insular y antagónica como único mecanismo autorizado para la solución a los conflictos, a otra capaz de promover la interconexión que propicia una cultura del encuentro, donde se renueven las bases sólidas de una nueva arquitectura financiera internacional.

Al concluir, el Papa recuerda las palabas de San Lucas: “Al que mucho se le da, se le exigirá mucho”, y también las de San Ambrosio: “Tú [rico] no das de lo tuyo al pobre [cuando haces caridad] sino que le estás entregando lo que es suyo. Pues, la propiedad común dada en uso para todos, la estás usando tu solo”. Y asegura que éste “es el principio del destino universal de los bienes, la base de la justicia económica y social, como también del bien común”.

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05 febrero 2020, 15:45