Cuando el mar se convierte en el hogar de todos

Entre el Lacio y la Toscana hay una escuela de vela mediterránea, única en su género, porque imparte cursos integrados con alojamiento residencial. Durante siete días, sin teléfonos móviles, niños y jóvenes de 5 a 18 años, discapacitados y no discapacitados, emigrantes y no emigrantes, de distintos orígenes, culturas y confesiones religiosas, aprenden a superar el obstáculo de la diversidad.

Cecilia Seppia – Ciudad del Vaticano

A veces el mar te hace volar. Puede sonar a oxímoron poético, pero es la poderosa imagen que puede darnos el Gran Azul cuando, de un solo vistazo, consigue liberar la mente de trampas concretas, de límites, de cerrazones, de parálisis de cuerpo y mente, en definitiva, de todo lo que encadena en la realidad y en cambio se disuelve, se ahoga en esa inmensidad capaz de oxigenar pulmones y pensamientos.

Esto es lo que viven cada día los niños y jóvenes de 5 a 18 años que acuden a la escuela residencial de vela "Mal di Mare". Fundada en 1986 en Pescia Romana, provincia de Viterbo, y dirigida por Mauro Pandimiglio con un nutrido grupo de instructores y contramaestres, la escuela está hoy afiliada a la Federación Italiana de Vela (CONI), es Centro de Promoción del Deporte Paralímpico de Vela (CIP) y cofundadora de la Unión Italiana de Vela Solidaria. En sus embarcaciones navegan codo con codo discapacitados y no discapacitados, extranjeros y ciudadanos italianos, católicos y musulmanes, con la única intención de superar sus obstáculos, diversidades, barreras junto a lo que San Francisco llamaría "el Hermano Mar". "El emblema y la piedra angular de nuestra escuela", explica Pandimiglio a Vatican News y a L'Osservatore Romano, "es precisamente la 'barca relacional', ese espacio de navegación frágil y ligero donde la tripulación se enfrenta cada día, aprendiendo a conocerse, a apoyarse, a afrontar la ráfaga de viento o el oleaje. Esto ayuda a los jóvenes de todas las edades a alcanzar niveles de autonomía cada vez más conscientes. Nuestros chicos comen juntos, viven juntos, duermen juntos, y somos la única realidad deportiva en Italia que hace esto: nuestro rasgo distintivo es la inclusión social a través de la metáfora del encuentro entre la tierra y el mar. No es una escuela para discapacitados, quiero reiterarlo, sino que es una escuela para todos; no tenemos embarcaciones especiales sino medios normales; no es una escuela exclusivamente marítima sino también terrestre: el mar es sólo una herramienta más que marca la diferencia, al tener esta doble vertiente de enseñanza por un lado y de terapia, de atención por otro, especialmente para aquellas almas "fracturadas", para quienes han vivido situaciones traumáticas, para quienes de otro modo se encontrarían al margen". Así, el mar, pero también la playa, con los barcos y las tripulaciones saliendo y llegando, se convierte en el aula multimedia que desarrolla un fuerte contacto natural en el grupo y alimenta en cada uno de los jóvenes la transición entre saber hacer y saber ser. Los alumnos, debidamente divididos por grupos de edad, participan también en talleres de música, danza y artes circenses en la playa. La seguridad, la participación y el aprendizaje se sustentan siempre en el juego y el "cuidado" de uno mismo y de los demás en un ambiente inclusivo y afectivo. Es una escuela de vela "mediterránea", porque supera las divisiones nacionales y religiosas para convertirse en cauce y contagio de diferentes culturas, en pertenencia a un mismo mar.

Un momento de convivencia en la playa entre chicos y profesores
Un momento de convivencia en la playa entre chicos y profesores

Desde los niños palestinos a los niños enfermos del Bambino Gesù

"Hemos extendido este trabajo a lo largo de los años a toda la zona mediterránea", explica Pandimiglio, "acogiendo, por ejemplo, a jóvenes de Palestina, incluidos niños de Gaza, de los pueblos ocupados, donde desgraciadamente todavía está la Intifada, con situaciones verdaderamente dramáticas y emocionalmente comprometidas. Los más jóvenes eran católicos, los otros musulmanes. Fue extraordinario ver cómo nuestros jóvenes, desde el principio, más que las diferencias, captaron las similitudes ligadas a la edad. A los diez minutos de las presentaciones ya habían estrechado lazos afectivos, lo que generó una serie de complicidades positivas. También tuvimos jóvenes de Líbano, Francia y Marruecos y cada vez fuimos testigos de pequeños milagros de encuentro. También fue muy bonito trabajar con niños del Hospital Infantil Bambino Gesù. En aquella ocasión contamos con la supervisión de médicos del hospital, neurólogos, psiquiatras, y pusimos en marcha un proyecto llamado "La cura del viento": el objetivo era que, una vez finalizada su hospitalización por las diversas enfermedades que padecían, pudieran dedicarse a cuidar su salud mental, a restaurar la ecología del alma".

Acoger y formar a los niños palestinos
Acoger y formar a los niños palestinos

Aprender a cuidarse

Hoy en día, cuando se habla del mar, junto a la visión onírica de esta inmensa extensión azul, no se puede evitar pensar en los numerosos males que lo aquejan como la contaminación, la pérdida de biodiversidad, la erosión de los fondos marinos, el aumento de las temperaturas y todas las consecuencias desastrosas ligadas a ello, pero Pandimiglio sostiene que uno no se convierte en guardián del mar por obligación: "Ciertamente educamos a nuestros chicos para que respeten el mar, que forma parte de la Creación, pero sin una llamada moral, sin crear una escisión entre el niño bueno y concienciado que cuida el mar, que se preocupa por él, que actúa para combatir la contaminación, y el que en cambio no lo cuida o no puede hacerlo. Esto pedagógica pero también humanamente es un error, sería una fractura más, una fuente más de dolor. Así que damos ejemplo de cómo se debe tratar el mar, pero lo que intentamos hacer entender a nuestros chicos es que el mar es habitable. Puede ser un hogar, un hogar con límites móviles, donde todo cambia constantemente, y sumergirse en este cambio, experimentarlo, atravesarlo, aporta muchos beneficios. Nos aseguramos de que los niños aprendan a cuidar de sí mismos y de los demás, y si asimilan esto también podrán cuidar del mar, protegerlo, salvarlo de la contaminación, por ejemplo, como pide el Papa en Laudato si'".

Un momento al atardecer, tras un viaje mar adentro
Un momento al atardecer, tras un viaje mar adentro

Recuperar relaciones y conexiones

Pandimiglio insiste también en el poder de las conexiones, que Francisco recuerda varias veces en la encíclica, argumentando que el mar es capaz de reactivar incluso aquellos vínculos cortados, rotos, en primer lugar con uno mismo y con el propio cuerpo, mejorando incluso la homeostasis, después con los demás y con la Creación. "En los últimos años", dice, "también hemos tenido en nuestra escuela a niños de la cárcel, niños emigrantes que habían perdido a sus padres, a sus familias, durante las travesías marítimas y que consiguieron reconciliarse con él hasta el punto de renacer en el verdadero sentido". Hace 400 millones de años, el mar era una gran placenta, y el proceso de embriogénesis tenía lugar constantemente; hoy somos testigos, trabajando con niños, no sólo de una nueva génesis de su persona, sino de la alegría que emana del renacimiento. Esto es verdaderamente ecología, hacer hogar, convertirse en naturaleza en la naturaleza: si todos nos entrenáramos cada día a cuidar de la Creación y de los demás y de nosotros mismos, aunque fuera con pequeños pasos, con pequeños gestos, veríamos fructificar plenamente esa ecología integral de la que habla el Papa".

Un día normal

El director de "Mal di Mare" también nos habla de un día típico para los chicos que asisten al internado. "Nos levantamos a las 7.30, desayunamos, nos preparamos y también montamos las tiendas donde duermen. A las 8.30 nos reunimos todos y leemos una obra literaria, un poema sobre el mar, y a partir de ahí empieza un debate: tratamos temas importantes como la confianza, la amistad o algo que haya ocurrido el día anterior. Luego bajamos al mar y comienza la actividad de navegación propiamente dicha. Nada de teoría, el mar no se estudia, ¡se vive! Así que desde el principio los chicos salen solos con la ayuda de los instructores, por supuesto, que van en lanchas neumáticas y les ayudan, les apoyan pero a distancia. Luego, a la vuelta, hay tiempo para contar historias: los chicos se cuentan y también entienden en qué se equivocaron, pero sobre todo comparten su experiencia, su valentía o incluso su miedo. A la una comemos, por la tarde salimos al mar y descubrimos que los vientos, las corrientes, el color del agua han cambiado, y luego por la noche, antes de cenar, vivimos momentos de meditación y reflexión. Durante toda una semana, los chicos se ven privados de sus teléfonos móviles y obligados así a sumergirse en esta realidad hecha de relaciones".

Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza. (LS 139)

 

Los chicos de la escuela Mal di Mare junto al director Mauro Pandim
Los chicos de la escuela Mal di Mare junto al director Mauro Pandim

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14 marzo 2023, 10:54