Hace veinte años el viaje de Juan Pablo II a Rumania
Debora Donnini - Ciudad del Vaticano
Bucarest, mayo de 1999. Desde el Parque Podul Izvor, después de la Misa, se eleva un grito inesperado: "Unitate, unitate" (unidad, unidad). Los fieles católicos y ortodoxos se dirigen así espontáneamente al paso de Juan Pablo II y el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, Teoctist. Esta es quizás una de las imágenes más impresionantes del que fue el primer viaje de un Pontífice a un país de mayoría ortodoxa.
Ecumenismo
Un viaje apostólico con un fuerte sabor ecuménico, diez años después de la caída del Muro de Berlín. Desde el principio, el viernes 7 de mayo de 1999, Juan Pablo II y Teoctist están juntos para la visita a la Catedral Patriarcal, luego en el saludo en el umbral de la Residencia patriarcal. Juntos de nuevo, el sábado, para el encuentro con el Santo Sínodo. Y de nuevo el domingo por la mañana en la Plaza Unirii de Bucarest para la Divina Liturgia, celebrada por el Patriarca junto con los miembros del Santo Sínodo en presencia del Papa. Y por la tarde, en la Misa celebrada por Juan Pablo II en el Parque Podul Izvor en presencia del Patriarca Teoctist.
Momentos memorables, marcados por el abrazo de la paz y sellados, de hecho, por el grito de unidad de los fieles. Fuerte y repetidamente expresado el deseo de Wojtyła de unidad y de plena comunión entre los creyentes en Cristo. Un legado que finalmente entregará a los jóvenes en la ceremonia de despedida: "En estos días el Espíritu les entrega a ustedes, jóvenes, el "sueño" de Dios: que todos los hombres formen parte de su familia, que todos los cristianos sean uno. ¡Entren con este sueño en el nuevo milenio!".
Martirio
Un viaje a un país que sólo diez años antes había salido del túnel de la dictadura comunista, con toda su carga de persecución, no sólo para la Iglesia greco-católica, que había sido proscrita por el Partido Comunista en 1948. El mismo Juan Pablo II fue al cementerio de Belu y se detuvo frente a las tumbas del obispo Vasile Aftenie y del cardenal Iuliu Hossu, ambos víctimas de la represión, que junto con otros cinco obispos -un total de siete obispos greco-católicos mártires- serán beatificados precisamente por el Papa Francisco durante su viaje apostólico. Fueron asesinados por odio a la fe en varios lugares de Rumania entre 1950 y 1970.
En la Misa celebrada en la Catedral de San José de Bucarest, Juan Pablo II les recordó: "Ahora vengo del cementerio católico de esta ciudad: sobre las tumbas de los pocos mártires conocidos y de muchos otros cuyos restos mortales ni siquiera tienen el honor de un entierro cristiano, he rezado por todos ustedes y he invocado a sus mártires y confesores de la fe para que intercedan por ustedes ante el Padre celestial. He invocado en particular a los obispos para que sigan siendo sus pastores desde el cielo: Vasile Aftenie y Ioan Balan, Valeriu Traian Frentiu, Ioan Suciu, Tit Liviu Chinezu, Alexandru Rusu".
El Papa también recordó "al cardenal Iuliu Hossu, que prefirió permanecer con los suyos hasta la muerte, renunciando a trasladarse a Roma para recibir la birreta cardenalicia de parte del Papa, porque eso habría significado abandonar su amada tierra". Fue conmovedor el saludo que el Papa dirigió en esta celebración al anciano Cardenal Alexandru Todea, que había pasado dieciséis años en prisión y veintisiete bajo arresto domiciliario durante el período del régimen comunista.
La Virgen María y la unidad
Veinte años después del viaje de Juan Pablo II, el Papa Francisco va a Rumania. También en mayo, mes tradicionalmente ligado a María. No irá sólo a Bucarest, sino que también se trasladará en el país visitando el santuario de Sumuleu-Ciuc, un lugar de peregrinación desde mediados del siglo XVI, en una zona de mayoría magiar. Y también la ciudad de Iasi y Blaj. En Bucarest se reunirá con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Rumania, Daniel, y con el Sínodo permanente. Y se encontrará con los fieles católicos de los diversos ritos presentes en Rumania: latinos, bizantinos y armenios. No es casualidad que el lema de la visita de Francisco sea "Caminemos juntos". Es fuerte el llamado a la unidad en este país, rico de tradiciones diferentes, un puente entre la cultura latina y eslava, y el acento mariano. Si entonces, en 1999, Juan Pablo II llamó a esta hermosa tierra "el jardín de la Madre de Dios", según una fórmula querida por todos los fieles, el logotipo del viaje apostólico del Papa Francisco hace visible este vínculo entre María y la unidad, mostrando al pueblo de Dios caminando juntos bajo el manto de la Virgen.
Tornielli: testimonio de un ecumenismo "desde abajo"
En la misa de aquel día, cuando el grito "unitate, unitate" se elevó en Bucarest, estaba también Andrea Tornielli, director editorial del Dicasterio para la Comunicación. En una entrevista con el padre Adrián Danca, Tornielli recuerda precisamente la esperanza suscitada en el ámbito ecuménico por la presencia de Juan Pablo II y cómo ese grito fuese también "una anticipación de la manera en que el Papa Francisco nos enseña a mirar el ecumenismo", que también debe comenzar "desde abajo", porque juntos los cristianos "pueden dar testimonio en favor de los más pequeños, de los pobres, de la justicia". Ese grito de unidad fue, por tanto, el testimonio de un ecumenismo muy importante desde abajo, incluso en la Europa de hoy.
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