Protagonistas del diálogo: la Santa Sede y las Autoridades chinas
Sergio Centofanti y P. Bernd Hagenkord, SJ
En la historia reciente, precisamente durante el pontificado de San Juan Pablo II, han sido establecidos contactos institucionales con las Autoridades chinas. Se iniciaron coloquios confidenciales que, al principio, no dieron resultados significativos. Pero la Santa Sede estaba decidida a continuar el diálogo, manifestando una actitud respetuosa hacia el gobierno chino y buscando aclarar, más allá de cualquier malentendido pasado o presente, la naturaleza religiosa de la Iglesia católica y las finalidades de la obra de la Santa Sede a nivel internacional.
Algo análogo a la distinción entre posiciones teóricas y la necesidad para el diálogo parece haber sucedido en el pensamiento del Partido comunista en China con respecto a la Iglesia católica: esto, aun manteniendo un prejuicio filosófico sobre el sentido y la función de la religión en la sociedad, ha pasado lentamente del justificar graves intervenciones persecutorias a una cierta apertura por las convicciones personales de los creyentes, aun si el cambio no acaeció uniformemente en todo el país.
El Papa Juan Palo II en el 2001 habló de la necesidad de diálogo con las Autoridades chinas: “No es un misterio para nadie que la Santa Sede, en nombre de la entera Iglesia católica y – creo – en ventaja de toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de diálogo con las Autoridades de la República Popular China, en el cual, superadas las incomprensiones del pasado, se pueda trabajar juntos por el bien del Pueblo chino y por la paz en el mundo” (Mensaje al Congreso sobre Matteo Ricci, 24 octubre 2001). Y el Papa Benedicto en el 2007 aclaró que en el diálogo “la Iglesia católica que está en China tiene la misión no de cambiar la estructura o la administración del Estado, sino de anunciar a los hombres el Cristo” (Carta a la Iglesia en China, n° 4).
La Iglesia, por lo tanto, reivindica para sí misma el derecho y la libertad de anunciar el Evangelio: la cuestión estrictamente política no forma parte de su misión. La construcción de un justo ordenamiento social y estatal es tarea sobre todo de la política, pero siendo al mismo tiempo una tarea humana y moral primaria, la Iglesia tiene el deber de ofrecer la propia contribución específica a través de la purificación de la razón, la formación ética y la voz profética, también constructivamente crítica, cuando es necesario.
Varias veces en la Carta a la Iglesia en China, Benedicto XVI ha afirmado, como había hecho ya su Predecesor, que la Santa Sede está abierta a un diálogo con las Autoridades de la República Popular China. Ha manifestado el deseo de poder “ver pronto instauradas vías concretas de comunicación y de colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China” porque “la amistad se nutre de contactos, de comunión de sentimientos en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad, de intercambio de ayuda” (n°4). Sin olvidar jamás, por un lado, la brújula de la fe y de la sabiduría pastoral y, por el otro, la humilde cognición de la complejidad de las cuestiones en campo, se debe buscar la solución de los problemas existentes superando el conflicto permanente con las legítimas Autoridades civiles.
En esta línea continua de acción y de magisterio pontificio, el Papa Francisco desea proseguir en el empeño del diálogo. Y pide que se persevere en la tratativa oficial con el gobierno chino, con toda la prudencia y el discernimiento necesarios pero también con la previsión y la incansable tenacidad que nacen de la confianza en Dios. Esto explica, entre otras cosas, porqué el Santo Padre haya expresado en varias ocasiones el deseo de visitar la gran nación china y encontrar al Presidente de China.
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