En Encarnación y Lambaré la acción de las hermanas por la juventud de Paraguay
Alessandro Guarasci - Asunción
Encarnatión y Lambaré, dos ciudades de Paraguay separadas por 350 kilómetros. Dos realidades diferentes pero, en cierto modo, caras de la misma moneda. En ambas, congregaciones religiosas trabajan en condiciones difíciles para dar un futuro a los que vienen del campo, o a los que, sin trabajo, encuentran en la venta de drogas un atajo fácil.
Drogas y degradación en el barrio de Lambaré
Lambaré es un barrio de la periferia de la capital, Asunción. Se llega al oratorio de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida por calles ásperas, con casuchas construidas con materiales improvisados y ladrillos a la vista a ambos lados. A los lados del camino, un reguero de agua sucia y mucha basura. De vez en cuando uno se topa con algunos hombres que llevan al hombro un saco con materiales de diversa índole. No muy lejos, en una especie de parque, unos chicos en estado alterado duermen en la calle. Mientras tanto, algunas personas intentan desmontar el motor de un coche con un martillo.
Apoyo a los niños del oratorio
La anfitriona es la hermana Immacolata, 81 años, de Benevento, pero desde hace 46 años en Paraguay. Tiene ojos vivaces que dan la sensación de alguien que conoce cada rincón de la zona. "En el oratorio damos asistencia a unos cincuenta ancianos de la zona, yendo también a sus casas; y a otros tantos niños, prestándoles un servicio pre y postescolar", explica. "¿Cómo es la vida aquí? Hay mucha pobreza y las instituciones no existen. Los habitantes se ganan la vida reciclando materiales diversos, desde plástico hasta hierro, o vendiendo drogas. Incluso muchos de los niños que tenemos aquí tienen padres que trafican con drogas y quizá las consumen. Aquí la situación es muy difícil, puede ocurrir que el padre esté en la cárcel y la madre sea víctima de la droga". Los niños del oratorio organizaron un baile para los voluntarios del Grupo India que vinieron a visitarles. Entre las niñas hay una de unos diez años con una bonita falda roja; está con un hombre de unos cuarenta años que nos cuenta que no es su hija, sino su sobrina, y que vive con él porque sus padres "no pueden tenerla con ellos".
Desarrollo y miseria coexisten en Encarnatión
Encarnatión se encuentra en la frontera con Argentina. Aquí, el río Paraná se ensancha también porque cerca se ha construido una de las mayores presas, con su central hidroeléctrica, de Sudamérica. La ribera se caracteriza por amplios bulevares bien cuidados con césped cortado. En la playa, frecuentada durante los meses más cálidos por turistas locales, hay discotecas de moda; más hacia el interior, modernos edificios con paredes de cristal. El contraste, sin embargo, está a unos cientos de metros. Una serie de chabolas se alternan a lo largo de una ladera propensa a los desprendimientos, conectadas por caminos de tierra que se convierten en ríos de barro cuando llueve.
Codo con codo con jóvenes en situaciones difíciles
En este contexto, las Hermanas Canosianas trabajan en Encarnatión. Además de gestionar una guardería para niños, en Cambyreta han abierto un hogar para chicas con un pasado difícil, a menudo con grandes dificultades económicas o familias problemáticas. En total son veintiséis, con edades comprendidas entre los 15 y los 25 años: viven aquí, van a la universidad o van a trabajar. Todo empezó en el 93, cuando las hermanas llegaron a la ciudad y se dirigieron por primera vez a la estación a la que llegan los autobuses procedentes de los lugares más remotos de Paraguay. Era una forma de interceptar a las chicas que llegaban a la ciudad con la esperanza de un trabajo, pero que luego acababan en la red de traficantes de personas. Así nació la idea de crear este centro.
La vida de las chicas en la Casa della Giovane
La Casa della Giovane, como se llama, acoge a niñas cuya primera lengua es el guaraní, el idioma local antes de la llegada de los españoles a Paraguay. Y las monjas y asistentes realizan una importante labor con ellas, intentando darles una educación integral, centrándose también mucho en la autoestima. Lorena, de 20 años, por ejemplo, dice con ojos pensativos: "Para mí, estar aquí es como estar en una familia. En el lugar donde vivía con mis padres había pocas oportunidades para los jóvenes. Aquí me ha cambiado mucho". Dina, de 20 años, que bailaba una danza local vestida con trajes tradicionales cuando llegó el Grupo India, también subraya que "me he sentido muy cambiada como persona y espiritualmente. Ahora estoy intentando entrar en la facultad de psicología".
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí