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Desarrollo Humano Integral. 22º Boletín de la Sección Migrantes y Refugiados

Todas las semanas la sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral publica un boletín, informando de la labor de la Iglesia en este tiempo de pandemia. En el siguiente artículo el 22º boletín, junto con el enlace a los boletines anteriores.

Si bien es cierto que el COVID-19 ha afectado a todos, es evidente que las personas en movimiento, ya de por sí extremadamente vulnerables, han pagado un precio muy elevado. Este boletín comenzó presentando las buenas prácticas (BP) llevadas a cabo durante la crisis pandémica, por agentes católicos comprometidos con la asistencia de migrantes, refugiados, desplazados internos y víctimas de la trata, a fin de asegurar que no se les abandonase a su suerte, sino que recibieran el apoyo necesario. Ahora nos encontramos en una nueva fase, en la que se plantean numerosas dificultades y graves repercusiones, por lo que estamos llamados a afrontar retos aún más complejos, que no se pueden desligar de la crisis provocada por la pandemia, puesto que forman parte integrante de ella. El coronavirus no es la única enfermedad que debemos combatir, más bien, la pandemia ha arrojado luz sobre los males sociales en el sentido más amplio. Salir de la crisis representa un momento crucial que define el futuro de la sociedad. Es tiempo de vivir una vida al servicio de los demás, dar la vida por los demás como propone Jesús, para crear una sociedad más justa, menos individualista y que preste más atención al medio ambiente, en la que, como afirmó San Agustín, los seres humanos estén “unidos entre sí por una comunión basada en una naturaleza común”. Siguiendo su habitual enfoque en los migrantes y los refugiados en estos tiempos de coronavirus, el Boletín #22 abre esta nueva fase centrándose en las BP de los agentes católicos que están orientadas a construir un futuro mejor, integrándose en nuestra sociedad común y ayudando a reconstruir nuestra casa común.

Implementar la seguridad alimentaria

La mayoría de las comunidades más vulnerables se enfrentan a una crisis dentro de otra crisis. De hecho, debido a la interrupción de las cadenas de suministro de alimentos y a que los medios de subsistencia son insostenibles, es más probable que las poblaciones vulnerables abandonen sus medios de subsistencia y se desplacen en busca de ayuda. Los agentes católicos están llevando a cabo iniciativas para ayudar a los más necesitados, que ahora más que nunca están necesitados de alimentos y de trabajo. Los estados del noreste de Nigeria ya sufrían enormemente debido a la insurgencia de Boko Haram. Después, la pandemia del COVID-19 también generó un aumento de la necesidad de asistencia humanitaria en estos territorios. Las restricciones a la circulación y el incremento de los precios de los alimentos son algunos de los principales retos a los que se enfrentan las comunidades locales y desplazadas. El JRS en Nigeria ayuda a los refugiados, los desplazados internos y las mujeres locales que luchan por acceder a alimentos, agua potable o a una atención médica adecuada. El JRS ofrece en la región, varios programas de formación agrícola a través de la Farmers Field School y la Farmers Business School. Los participantes aprenden sobre técnicas agrícolas modernas y sostenibles y reciben diversas semillas y fertilizantes. El programa agrícola del JRS también promueve técnicas agrícolas respetuosas con el medio ambiente, como el uso del control biológico de enfermedades. El uso de productos químicos se reduce, por ejemplo, mediante la adopción de la rotación de cultivos como los cereales y las legumbres.

La diócesis de Cúcuta, siempre atenta al fenómeno migratorio en la frontera entre Colombia y Venezuela, pudo entregar dos toneladas y media de alimentos para ser distribuidos a los migrantes venezolanos, gracias a la ayuda del Papa Francisco, y con la colaboración y asistencia de la policía nacional. Lamentablemente, hay miles de migrantes venezolanos que, a raíz de la propagación de la pandemia, se vieron obligados a regresar a su país de origen y ahora esperan en la frontera, sin alimentos y sin cobijo que no sean refugios improvisados. En esta dramática situación, el obispo de la diócesis de Cúcuta, Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid, pidió a los habitantes de esta zona fronteriza que rezaran una plegaria al Todopoderoso para que custodie y proteja a estas familias, e ilumine a los gobernantes para que encuentren una respuesta adecuada a las necesidades de los migrantes venezolanos. “A pesar de la difícil situación económica que se vive hoy en día, incluso en nuestra diócesis, no dejaremos de ejercer la caridad hacia nuestros hermanos y hermanas migrantes”, concluyó el Obispo.

Durante la pandemia, Kuchinate, un colectivo de mujeres africanas refugiadas en Israel, envió existencias de material a sus trabajadoras para que fabricaran mascarillas y muñecas de color desde casa. Gracias a la venta de estos productos, la cooperativa ha proporcionado una fuente de ingresos y de apoyo a la población más vulnerable de Israel, mujeres africanas solicitantes de asilo. El colectivo ha recibido la ayuda de varias organizaciones benéficas católicas, incluyendo la Misión Pontificia, las Religiosas Combonianas, Manos Unidas España y una parroquia en Suiza. Cuenta con 200 miembros activos, que también reciben asistencia psicosocial. Procedentes en su gran mayoría de Eritrea, las mujeres llegaron a Israel después de emprender peligrosos viajes a través de Sudán y Egipto, sobreviviendo de alguna manera a la trata de personas. Puesto que aún tienen el estatus de solicitantes de asilo, no tienen derecho a recibir un subsidio de desempleo por parte del gobierno. Las donaciones han permitido a Kuchinate y a sus socios entregar a sus miembros cupones para alimentos.

No se trata solo de migrantes

“No se trata solo de migrantes” fue el tema que el Papa Francisco eligió para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2019. Cuando se trata de construir la sociedad del futuro, no podemos excluir a nadie. Los pequeños, los pobres, los más vulnerables son quienes pagan el precio de los conflictos, las crisis climáticas y las pandemias. Estamos llamados, en cambio, a incluir a todos en nuestro viaje de crecimiento global, para que todos tengan acceso al desarrollo humano integral. Los agentes católicos de todo el mundo están comprometidos a poner en práctica el mensaje del Papa. Perú, después de Brasil, es el país latinoamericano con más contagios de COVID-19. Las cuarentenas han provocado el empobrecimiento de la población empleada en la economía informal, que representa más del 72% de los habitantes (2019). La diócesis de Piura, situada en el norte del país, realiza diversas acciones solidarias para brindar consuelo y esperanza a los más necesitados. Una de ellas son los comedores parroquiales solidarios que buscan beneficiar a las familias y personas que no han recibido ningún tipo de apoyo por parte del gobierno o de otra institución privada. El programa “Ollas Solidarias” de la Parroquia “San José Obrero” atiende a diario a más de 300 personas de Piura y Castilla, principalmente ancianos, personas enfermas y migrantes venezolanos. A estas acciones solidarias se suman dos iniciativas, que con la ayuda de la Campaña “Por un Perú sin hambre” de la Conferencia Episcopal Peruana, están permitiendo brindar almuerzos saludables para las personas más vulnerables afectadas por la emergencia sanitaria. Se trata del Comedor Parroquial Solidario “Señor de los Milagros” de Talara y el Comedor Parroquial Solidario “Santísima Cruz” de la Parroquia “Nuestra Señora de las Mercedes” de La Arena. Ambos comedores, atienden aproximadamente a 5.000 personas en total (unas 1.000 familias), brindándoles cada día almuerzos calientes que son preparados por los voluntarios parroquiales, siguiendo todos los protocolos de bioseguridad e higiene.

Teniendo presentes a los migrantes, a las comunidades indígenas y a los presos en Panamá, el Santo Padre envió termómetros digitales. La entrega, hecha a Alejandro Ferrer, Ministro de Relaciones Exteriores, estuvo a cargo del Arzobispo, Mons. José Domingo Ulloa y del encargado de negocios a.i. el P. Gilber Tsogli. Mons. Ulloa denunció, en particular, el elevado número de contagios que se registran en las cárceles panameñas. Pero el COVID-19 también ha afectado a los migrantes que viven hacinados en los centros de acogida, así como a las comunidades indígenas que viven en zonas remotas de difícil acceso, donde la curva de contagio continúa aumentando drásticamente. Con este gesto el Papa ha demostrado una vez más su preocupación por los más débiles. En el estado de Bihar, en el noreste de la India, alrededor del 33% de los habitantes viven por debajo del umbral de pobreza y en toda la región viven más de un millón de trabajadores migrantes internos que se han quedado sin empleo debido a la pandemia. 84 sacerdotes de la archidiócesis de Patna, en el noreste de la India, realizaron un gesto concreto de ayuda, cercanía y solidaridad, dado que durante el largo período de encierro debido al coronavirus, renunciaron a parte de sus ingresos mensuales en favor de los pobres y los desempleados. Gracias a su generosidad, la Iglesia Católica ha podido prestar asistencia a los necesitados, fabricar y distribuir mascarillas protectoras y gel desinfectante, y lanzar programas de concienciación sobre el coronavirus.

En Croacia, la población romaní (la minoría étnica más importante de Europa) es de unos 35.000 habitantes, concentrados sobre todo en el norte del país. En la diócesis de Varadzin, donde los romaníes son unos 10.000, la Orden de Malta construyó un centro para promover actividades educativas, formativas, espirituales y recreativas para esta comunidad, que a menudo se enfrenta a la segregación y a la pobreza. A los niños se les presta una especial atención en el ámbito educativo, enseñándoles un oficio para lograr su integración. A tal fin, el personal del centro espera poner en marcha actividades para jóvenes de diferentes grupos, para que los romaníes y demás jóvenes aprendan los unos de los otros, y los romaníes no se sientan avergonzados. Los jóvenes voluntarios de las escuelas secundarias no romaníes y los adultos romaníes colaboran como animadores en estas actividades.

Reflexiones

En la Audiencia General del 2 de septiembre, durante la quinta catequesis semanal sobre “Curar al mundo”, el Papa Francisco volvió a hacer hincapié en que la solidaridad es la clave para salir de la crisis mejor que antes. Francisco afirmó que el origen común de todos los humanos es Dios y que vivimos en una casa común, “un planeta-jardín en el que Dios nos ha puesto” y que tenemos un destino común en Cristo. Pero cuando optamos por la dinámica contraria a este origen común, “nuestra interdependencia se convierte en dependencia de unos hacia otros, aumentando la desigualdad y la marginación; se debilita el tejido social y se deteriora el ambiente”. “Con Pentecostés”, explicó, “Dios se hace presente e inspira la fe de la comunidad unida en la diversidad y en la solidaridad”. La diversidad solidaria hace que la comunidad tenga “anticuerpos” que le recuerdan que cada persona es única, a la vez que la protegen del peligro del individualismo y del egoísmo. “La solidaridad”, dijo el Papa, “es el único camino posible hacia un mundo post pandemia, y el remedio para curar las enfermedades interpersonales y sociales que afligen a nuestro mundo actual”. El Papa Francisco animó a todos a dejar que nuestra solidaridad se deje guiar por la fe, para que podamos traducir el amor de Dios por nuestros hermanos y hermanas, para construir comunidades que promuevan un crecimiento saludable.

En el artículo “Una lectura creyente desde Cáritas a la crisis del COVID-19”, Vicente Martín Muñoz, Delegado Episcopal de Cáritas España, afirma que esta pandemia ha puesto en evidencia nuestra extrema fragilidad humana. Nos parecía estar a salvo de todo, gracias a los medios económicos y tecnológicos, pero, de pronto, llegó el virus y nos sacó de la ilusión de ser “dioses”. La realidad se encargó de demostrarnos que somos vulnerables, necesitados unos de otros para ser personas en plenitud. En un sistema injusto y desigual, carente de sentido de fraternidad, la pandemia ha tenido un efecto devastador entre los grupos socialmente desfavorecidos: los ancianos, los enfermos, los sin techo, los migrantes, los refugiados, los pobres... “El coronavirus es una enfermedad contagiosa que se asocia con la pobreza. El aumento de personas solicitantes de ayudas para “comer” es un signo evidente de la gran desigualdad instalada en nuestra sociedad”, observa el autor. El Papa Francisco y nuestros obispos nos ayudan a comprender, desde la fe, lo que está suponiendo esta pandemia. De hecho, nos ofrecen directrices para reconstruir ese mundo mejor que podría nacer de esta crisis, y para alentar la esperanza en medio de tanto dolor; una esperanza que brota de la fe, porque Dios se hace presente durante la pandemia, no castigando sino sufriendo con nosotros y siendo una fuerza transformadora para la vida. En su resurrección, Jesús sale al encuentro de la humanidad para resucitarla y transformar su luto en alegría (cf. Mt 28, 9).

Los sistemas de acogida y de asilo para refugiados, en una Europa “envejecida y replegada sobre sí misma” se han convertido en “obsoletos” y son “inadecuados para la realidad actual”, mientras que los países a menudo necesitan a los migrantes en algunos sectores productivos fundamentales para nuestra sociedad. Esto es lo que dijo el jesuita P. Alberto Ares Mateos, director del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, en una entrevista concedida a “L’Osservatore Romano”. Los migrantes trabajan en sectores clave como la agricultura, la salud, los servicios de limpieza, la distribución y el transporte de mercancías. Ahora, muchos han perdido sus puestos de trabajo y se encuentran aún más indefensos, sin más reservas económicas para seguir adelante. Sin embargo, “en lugar de ayudarles y reconocer su valor, los migrantes a menudo se convierten en chivos expiatorios de nuestros males sociales”, dijo el P. Ares. “En la última década, los servicios sociales y la inversión en proyectos de integración han disminuido drásticamente en nuestras sociedades. En cambio, solo miramos nuestras fronteras, construyendo muros cada vez más altos y utilizamos la migración irregular y los refugiados como un arma para sembrar el miedo”, señaló el jesuita. “Sólo si nos tomamos en serio la diversidad que caracteriza a nuestras sociedades, podremos vivir un futuro lleno de esperanza y también próspero. Para ello”, concluyó, “debemos defender enérgicamente la inclusión social y la cohesión, no solo en las políticas sociales, sino también en el trabajo, la educación y la salud”.

Para números anteriores, por favor consulte la página: https://migrants-refugees.va/es/blog/2020/04/21/covid-19-nadie-debe-ser-olvidado/

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07 octubre 2020, 11:05