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Diario de la crisis: Conversión

El cuarto artículo del "Diario de la crisis" del Padre Lombardi. La pandemia también representa un llamado a la conversión espiritual, para los cristianos, pero también para todos los hombres.

FEDERICO LOMBARDI

Muchos de nosotros hemos tenido alguna vez en la vida la experiencia de estar gravemente enfermos, o incluso sólo de tener el miedo fundado de estarlo. Si no hemos entrado en pánico, hemos experimentado un período que nos ha marcado espiritualmente, generalmente de manera positiva. Hemos entendido que las cosas y proyectos que nos parecían tan importantes eran, en última instancia, pasajeros y relativos. Que hay cosas que pasan y cosas que perduran. Sobre todo, nos volvimos más conscientes de nuestra fragilidad. Nos hemos sentido pequeños ante el mundo y ante el gran misterio de Dios. Nos hemos dado cuenta de que nuestro destino sólo está en parte en nuestras manos, aunque la medicina y la ciencia hacen cosas maravillosas. Para retomar una palabra antigua, nos hemos vuelto más humildes. También hemos rezado más, nos hemos vuelto más sensibles y atentos en nuestras relaciones con los demás, hemos apreciado más su atención y cercanía humana y espiritual.

Pero después, a medida que nuestras fuerzas volvían y el riesgo se superaba, poco a poco estas actitudes se atenuaron y volvimos más o menos a las mismas actitudes de antes: seguros de nosotros, preocupados sobre todo por nuestros proyectos y por las satisfacciones inmediatas, menos atentos a la fineza de las relaciones... y la oración volvió a los márgenes de nuestras vidas. En cierto modo debemos reconocer que en la enfermedad nos habíamos vuelto mejores y que en la fuerza pronto volvimos a olvidar a Dios.

La pandemia es una enfermedad difundida y compartida. Es una experiencia común de gran e inesperada fragilidad. Pone en duda muchos aspectos de nuestras vidas y de nuestro mundo que habíamos dado por sentado. Esto cuesta mucho sufrimiento y trastornos. Pero, ¿es sólo un mal o es también una oportunidad?

En la predicación de Juan Bautista y en la predicación de Jesús hay una palabra que vuelve con gran frecuencia y fuerza: "Conviértanse". No es una palabra que amamos. Nos cuestiona y nos asusta, porque sentimos que no es inocua. Durante todo el tiempo de la Cuaresma - que ha acompañado esta situación de la pandemia desde el principio, ¡extraordinaria coincidencia en nuestra vida cristiana! - hemos escuchado y vuelto a escuchar la invitación a la conversión, hemos escuchado las grandes oraciones penitenciales del Antiguo Testamento (Ester, Azarías...) y los llamados proféticos que siempre han visto las desgracias y sufrimientos del pueblo como una fuerte llamada a la conversión, a retorno hacia Dios... No debemos ver las desgracias del mundo, en la que están involucrados tantos inocentes, como un castigo de un Dios vengativo, pero ni siquiera debemos ser tan ingenuos y superficiales como para no darnos cuenta de las responsabilidades humanas entrelazadas en lo que sucede y no recordar que la historia de la humanidad está impregnada desde el principio de las consecuencias del pecado. Si no, ¿qué necesidad había de que Jesús muriera para llevarnos a nosotros y a la creación de vuelta hacia Dios?

Antes o después esta pandemia pasará. A un precio durísimo, pero pasará. Todos tenemos ya ahora una grandísima prisa de que pase y lo deseamos intensamente. Queremos empezar de nuevo, retomar el camino. Es justo: la solidaridad nos obliga a esperar que ulteriores sufrimientos sean evitados a los débiles. La esperanza nos pide que miremos hacia adelante y la caridad debe ser laboriosa. ¿Pero nos habremos convertido, al menos un poco, o comenzaremos inmediatamente a ir por las mismas calles que antes?

Una interpretación cristiana fundamental de la Encíclica Laudato Sí es que para responder a los grandes interrogantes del futuro de la humanidad debemos reconocer que somos criaturas, que el mundo no es nuestro, sino que se nos ha donado, y que no podemos pensar en dominarlo y explotarlo como queremos, si no lo destruimos y nosotros con él. Sólo sobre la base de una mayor humildad ante Dios la razón y la ciencia podrán construir y no destruir. Queremos empezar de nuevo rápidamente. Decimos que muchas cosas cambiarán. Tal vez pensamos que hemos aprendido muchas lecciones -quién sabe- sobre el sistema sanitario y escolar, sobre lo digital y sus posibilidades... También la ciencia médica dará otros pasos adelante... Pero sobre todo pensamos en respuestas en términos principalmente técnicos, de mayor eficiencia y racionalidad organizativa.

Bien, pero la pandemia es también un llamado a la conversión espiritual, más profundamente. Una llamada para los fieles cristianos, no sólo, sino también para todos los hombres, que continúan siendo criaturas de Dios aun cuando no se lo recuerdan. Una vida mejor en nuestra casa común, en paz con las criaturas, con los demás, con Dios; una vida rica de sentido, requiere conversión.  

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24 abril 2020, 14:30