María no es sólo un ejemplo, sino también causa de salvación
Ciudad del Vaticano
El Predicador de la Casa Pontificia dedicó su cuarta meditación de Cuaresma al tema de la Madre de la Iglesia y de todos los creyentes, para concluir la contemplación de María en el misterio pascual. Y lo hizo a partir de la palabra que Jesús dirige desde la cruz al discípulo amado (Jn 19, 26-27):
‘¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!’. Después dice al discípulo: ‘¡Ahí tienes a tu madre!’. Y desde aquel momento el discípulo la acogió como algo propio
Maternidad Espiritual de María
El Padre Cantalamessa explicó que “Madre de los creyentes”, o “Madre nuestra” indica una maternidad espiritual que “tiene una relación menos estrecha con la verdad central del credo”; puesto que no se puede decir que el cristianismo lo haya mantenido “en todas partes, siempre y por todos”, sino que refleja la doctrina y la piedad de algunas Iglesias, en particular de la Iglesia católica, aunque, como veremos, no sólo en ella.
También la maternidad espiritual de María respecto de nosotros, análogamente a la física respecto de Jesús, se realiza a través de dos momentos y dos actos: concebir y dar a luz. María pasó a través de estos dos momentos: nos concibió y dio a luz espiritualmente. Concibió, es decir, acogió en sí misma, cuando – quizá en el momento mismo de su llamada, en la Anunciación, y ciertamente después, a medida que Jesús avanzaba en su misión – empezó a descubrir que ese hijo suyo no era un hijo como los demás, una persona privada, sino que era el Mesías esperado, en torno al cual se estaba formando una comunidad.
Y añadió que si el apóstol Pablo pudo decir a sus fieles: "Yo los engendré para Cristo cuando les anuncié la Buena Noticia” (1 Co 4, 15), ¡cuánto más puede decirlo María, que es la madre!
¿Quién, más que ella, puede hacer suyas las palabras del Apóstol: ‘Hijitos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto’ (Gal 4,19)? Ella nos da a luz ‘de nuevo’ al pie de la cruz, porque ya lo ha hecho una primera vez, no en el dolor, sino en la alegría, cuando dio al mundo justamente aquella ‘Palabra viva y eterna’, que es Cristo, en la cual fuimos regenerados.
Síntesis del Concilio Vaticano II
El Predicador se refirió posteriormente a la doctrina tradicional católica de María, Madre de los cristianos, que recibió una nueva formulación en la constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, donde se inserta en el cuadro más amplio, respecto del lugar de María en la historia de la salvación y en el misterio de Cristo. Y recordó que en la Constitución dogmática sobre la, Lumen gentium se lee:
La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta
María modelo de esperanza
Antes de concluir esta contemplación de María en el misterio pascual, junto a la cruz, el Predicador le dedicáramos también un pensamiento como modelo de esperanza. “Llega un momento en la vida – dijo – en el cual nos es necesaria una fe y una esperanza como la de María. Esto pasa cuando parece que Dios ya no escucha nuestras oraciones, cuando se diría que se contradice a sí mismo y a sus promesas, cuando nos hace pasar de derrota en derrota y las fuerzas de las tinieblas parecen triunfar sobre todos los frentes alrededor de nosotros y se produce oscuridad dentro de nosotros, como se produjo oscuridad aquel día sobre el Calvario”.
Y resumió toda la participación de María en el Misterio Pascual, aplicando a ella, con las debidas diferencias, las palabras con las cuales San Pablo resumió el Misterio pascual de Cristo:
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