Imagen de la Virgen María hallada tras la explosión de la bomba atómica en Nagasaki. Imagen de la Virgen María hallada tras la explosión de la bomba atómica en Nagasaki.  Editorial

El silencio de Hiroshima y el clamor del Papa

Francisco ha definido el dinero gastado en la construcción de armas atómicas como un "atentado que clama al cielo".

ANDREA TORNIELLI

Fue un clamor que rompió el gran silencio en memoria de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki. La condena decisiva no sólo del uso sino también de la posesión de armas atómicas que Francisco pronunció desde los dos lugares que simbolizan el holocausto nuclear de la Segunda Guerra Mundial marca un paso más en el magisterio social de la Iglesia.

En Nagasaki, en el Parque Hipocentro de la bomba atómica, el Papa afirmó que la paz y la estabilidad internacional son incompatibles con cualquier intento de construir sobre el miedo a la destrucción mutua o sobre la amenaza de aniquilación total. Llamó al dinero gastado y a las fortunas ganadas para fabricar, modernizar, mantener y vender las armas cada vez más destructivas en el mundo de hoy, "millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas ", un "atentado continuo que clama al cielo ". Y denunció la erosión del enfoque multilateral, un fenómeno aún más grave ante el desarrollo de nuevas tecnologías armamentísticas que nos está llevando hacia la Tercera Guerra Mundial, aunque por el momento se combate "por partes", como recuerda a menudo el mismo Francisco.

En Hiroshima, última etapa de la larga jornada japonesa, el Papa quiso reiterar que “el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de la energía atómica con fines bélicos es inmoral. Seremos juzgados por esto”. Pero también añadió, tras un discurso pronunciado en noviembre de 2017 en el Vaticano, que no es sólo el uso de armas atómicas lo que es inmoral. También lo es su posesión y acumulación, que hacen que el mundo esté diariamente en riesgo de autodestrucción. La verdadera paz, concluyó Francisco, sólo puede ser una paz desarmada, fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, de la atención a nuestra casa común y de la promoción del bien común. Aprendiendo de las enseñanzas de la historia que el abismo del dolor experimentado en Hiroshima y Nagasaki siguen testimoniándonos. Ese abismo de dolor bien reflejado en el rostro de la Virgen de madera resurgida de las ruinas de Nagasaki, que acompañó con su cercanía y su admonición la celebración de la Misa de Francisco.

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24 noviembre 2019, 12:11