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s. Justino, filósofo y mártir

s. Justino, Elvira Ortmann s. Justino, Elvira Ortmann 

Llegar a conocer a Dios íntimamente. Empezó siendo pagano, este hombre de mente aguda y alma aún más afilada. En la Samaria del primer siglo después de Cristo, Justino crece nutriéndose de filosofía. Los maestros del pensamiento griego son la luz que ilumina su búsqueda hacia ese Ser infinito, cuyo conocimiento lo fascina y que, si pudiera, quisiera poder aferrar y explicar con la fuerza de la racionalidad.

Desilusionado por las filosofías

Porque ‘la visión de Dios’ es para Justino el fin de la filosofía. Pero ¿cuál corriente más que otras tiene capacidad para acercarla? El samaritano de Flavia Neápolis, su ciudad natal, llama a la puerta de los estoicos, peripatéticos, pitagóricos. Nadie sabe ofrecerle ese zenit tan ambicionado. El corazón de Justino se anima un poco cuando conoce a un pensador platónico. «Los conocimientos de las realidades incorpóreas y la contemplación de las ideas animaba mi mente…», escribió, decidiendo proseguir esta búsqueda lejos de la muchedumbre de la ciudad.

Puedes hablar de Dios si lo conoces

En el lugar apartado que eligió – descrito en su «Diálogo con Trifón» - encuentra a un anciano, con el cual discute sobre su idea de Dios. Sin embargo, el esfuerzo para llegar a la definición perfecta se choca con el escollo de una consideración: si un filósofo, observa el anciano, nunca ha visto ni oído a Dios, ¿cómo puede elaborar por sí solo un pensamiento sobre Él? El diálogo se traslada ahora a los Profetas: ellos en los siglos habían hablado de Dios y profetizado en su nombre sobre la venida del Hijo al mundo. Es el hito. Justino se convierte al cristianismo y hacia el año 130, en Éfeso, recibe el Bautismo.

El genio al servicio del Evangelio

Algún tiempo después, Justino llega a Roma donde abre una escuela filosófica y se vuelve un infatigable anunciador de Cristo para los estudiosos paganos. Escribe y habla del Dios que por fin había conocido, utilizando las categorías y el lenguaje de los filósofos. Sobre todo, emplea el ingenio y la destreza dialéctica para defender a los cristianos perseguidos, como demuestran sus dos Apologías. Justino ataca sobre todo a los que se dedicaban a ser calumniadores, pero para él es fatal la confrontación en público con el filósofo Crescente,  furioso anticristiano apoyado por el poder. Justino es encarcelado, irónicamente como ‘ateo’, es decir como subversivo, enemigo del Estado. Es decapitado con otros seis compañeros hacia el año 165, bajo Marco Aurelio.

Se le recuerda desde hace dos mil años

La fama del misionero – filósofo, al que se debe la descripción de la liturgia eucarística más antigua, permanece para siempre. Incluso el Vaticano II recuerda sus enseñanzas en dos pilares conciliares: la «Lumen Gentium» y la «Gaudium et Spes». Para Justino el cristianismo es la manifestación histórica y personal del Logos en su totalidad.  Por ello dirá: «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos».