En Santa María La Mayor, el Rosario por el Papa, Parolin: levantemos los ojos al cielo
Guglielmo Gallone - Ciudad del Vaticano
En el centro de la explanada de la Basílica de Santa María la Mayor, cálidas luces envuelven el icono de la Salus Populi Romani y la imagen del Papa Francisco. Un poco más allá, los numerosos fieles, sentados, de pie o reunidos en el centro de la plaza, rodeados por los sonidos del tráfico romano y no lejos del corazón de la ciudad que es la estación Termini, esperan ansiosos para comenzar a rezar. Es el segundo Rosario que se celebra en la basílica liberiana desde que el Papa Francisco regresó a la Casa del Padre. Lo dirige el cardenal Pietro Parolin. Para rezar, todo un pueblo. Ese al que Francisco sirvió, amó y quiso conocer hasta el final.
La importancia de la Basílica liberiana
Sin embargo, el Rosario de ayer por la noche no fue sólo un momento de encuentro, sino un regreso. A la casa que el Papa ha elegido como lugar de su descanso eterno. «Deseo que mi último viaje terrenal termine en este antiquísimo santuario mariano», escribió en su testamento. Y aquí, entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza, se colocará su tumba. En la tierra, sencilla, con una sola palabra: Franciscus. Santa María La Mayor ha sido el hilo rojo del pontificado de Jorge Mario Bergoglio. La primera parada tras su elección, en la madrugada del 14 de marzo de 2013, y el lugar al que acudir antes y después de cada viaje apostólico, en silencio y gratitud, así como tras su última hospitalización en el Hospital Gemelli de Roma, que duró 38 días. Y es precisamente allí, donde Francisco depositó flores, palabras, oraciones, sueños, donde ahora se reúne su pueblo, en torno a la Virgen a la que el Pontífice siempre ha considerado su «seguridad».
Las palabras del cardenal Parolin
El cardenal Pietro Parolin lo subrayó en su mensaje leído al comienzo del Rosario. «Como nos recuerda el apóstol Pablo, estamos invitados a elevar la mirada al cielo y contemplar a Cristo sentado a la derecha de Dios», comenzó el cardenal. "Mirando al cielo para pregustar la vida eterna -continuó- también en la oración de esta tarde encomendamos a nuestro amado Santo Padre a María Santísima Salus Populi Romani. Ella, abogada del Padre, intercede por nosotros", concluyó, introduciendo el primero de los cinco Misterios Gloriosos contemplados por los presentes en la plaza, intercalados con el rezo del Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria Patri.
Entre la gente, con la gente
Fieles de todas las edades y de todas las partes del mundo entrelazaban sus dedos sobre las coronas, respondiendo no sólo en italiano, sino también en latín o en español. En el rostro de todos, el recuerdo vivo de un Papa que hizo del Evangelio su casa. Como en el caso de Clara, que vive en Roma, frecuenta a diario la Basílica y viene de Japón: "Sabemos que el Papa Francisco siempre ha sido devoto de la Virgen pero no de manera formal, con el corazón -dijo a los medios vaticanos- sentíamos que el Pontífice amaba tanto la Salus Populi Romani. También para nosotros rezar hoy aquí era importante para la comunión de los corazones y del espíritu. Siento la cercanía del Papa". Una cercanía compartida incluso a cientos de miles de kilómetros de distancia porque, dice Clara, "en Japón, la gente siente al Papa Francisco muy cerca. Su compromiso contra todo tipo de violencia y guerra tuvo un gran efecto en la gente que sufrió la bomba atómica. En Hiroshima y Nagasaki sé que en este momento hay mucha gente rezando por él".
La sencillez de los gestos
Esta tarde, el gesto más sencillo se ha convertido en el más elevado. Porque restituye a Francisco lo que había pedido: una oración verdadera, popular, compartida. Como las que él siempre ha preferido. Como las que, en los momentos más difíciles de su pontificado, le han visto arrodillarse ante el icono de la Salus Populi Romani para implorar el fin del contagio del Covid-19 o de los conflictos que a lo largo de su pontificado han alimentado la «tercera guerra mundial a pedazos». El recuerdo de su magisterio está grabado en los rostros de quienes hoy se reúnen a su alrededor. Una mujer besa el Rosario, en silencio. Una joven madre observa con amor cómo su hijo recita las palabras del Padre Nuestro. Una anciana permanece sentada todo el tiempo, quizá debido a su frágil salud, y sin embargo no ha renunciado hoy a su presencia.
La oración final
Todavía en su testamento, Francisco escribió que el sufrimiento de la última parte de su vida lo ofreció "por la paz del mundo y la fraternidad entre los pueblos". También por eso, en la oración final, invocó a María no sólo como Madre de misericordia, sino como fuente de esperanza para todo el pueblo. Pueblo que hoy llora, pero que no está solo. Ni siquiera cuando, lentamente, la basílica liberiana se vacía.
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