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El Papa en el atrio de la Basilica de San Pedro para el momento extraordinario de oración en tiempo de pandemia El Papa en el atrio de la Basilica de San Pedro para el momento extraordinario de oración en tiempo de pandemia

Hace dos años la Statio Orbis de Francisco, voz profética contra las guerras

El 27 de marzo de 2020, desde el atrio de la Basílica Vaticana, el Papa invocó la curación del mundo asediado por el coronavirus. Releer su oración es una forma de recordar, también en esta Cuaresma, que la paz y la fraternidad son los requisitos fundamentales para vivir como buenos centinelas, atentos a las injusticias del mundo y al grito de los pobres

Antonella Palermo - Ciudad del Vaticano

Era el Papa, solo, avanzando en la escalinata empapada de lluvia de la Basílica de San Pedro y quien, en esa misma soledad, soportaba la angustia de un mundo que anhelaba liberarse de la pandemia. En la Statio Orbis del 27 de marzo de 2020, la oración se volvía, al mismo tiempo,  íntima y coral, solemne y sencilla, profética.

Nadie se salva solo

"Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos". Se trata de uno de los pasajes más vibrantes de aquel "Momento extraordinario de oración en tiempo de epidemia presidido por el Santo Padre", recordado como un icono del pontificado de Francisco. Oscuridad, silencio, vacío, desconcierto, miedo: los sentimientos que habitaban el corazón de las personas asediadas por la pandemia y que el Papa -a la luz del relato evangélico de la tempestad calmada- encomendó al Padre. En todo el mundo, repetido por creyentes y no creyentes, sigue resonando aquel "nadie se salva solo" y que "todos estamos en el mismo barco": un ancla, la renovada conciencia de una interconexión que no es una jaula sino vida.

 

"Mientras estamos en mares agitados, te suplicamos"

La invocación del Papa se elevaba mientras los equipos de médicos, voluntarios y enfermeros se movilizaban en primera línea para luchar contra un virus que estaba aniquilando fuerzas y cobrando víctimas hasta en las aldeas más remotas. Hoy, además de una pandemia que aún no ha sido erradicada, se libra una guerra en el corazón de Europa, que durante un mes ha acelerado un conflicto a baja intensidad, poniendo de cabeza al pueblo ucraniano y catapultando a los pueblos y cancillerías del mundo en un aturdimiento surrealista. Porque el miedo colosal al que todos se enfrentan es la aniquilación nuclear. Una guerra -se repite- que nos ha pillado desprevenidos. Y, sin embargo, es el propio Papa Francisco quien nunca separa los peligros y las urgencias del individuo de los de la comunidad, las necesidades del prójimo de las de los que viven lejos. Más firmemente aún, aquel mismo 27 de marzo, fue él quien nunca separó la preocupación por la salud de aquella por las "injusticias planetarias".

Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

Una oración profética para este tiempo de guerra

La oración del 27 de marzo tuvo como contrapunto la oración de ayer en la Basílica Vaticana para la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, implorando el fin de la guerra. También ayer, Francisco cargó sobre sus hombros los temores del mundo, repitiendo que el miedo no puede tenernos como rehenes. También ayer, en la oración a la Virgen, el eco de aquella súplica de hace dos años:

Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común.

Abandonar el afán de la omnipotencia

"En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo", decía el Papa en la Statio Orbis, recordando la vulnerabilidad del ser humano tentado constantemente por el sentido de omnipotencia y el egocentrismo. Varias veces después, repetiría que de una crisis como la pandemia no se sale igual que antes: se sale mejor o peor. Y habría instado a tener el valor de cambiar, de ser mejor, y de poder construir positivamente el tiempo "después". En retrospectiva, queda el regusto amargo de darse cuenta de que precisamente la clarividencia de esas palabras no fue suficientemente atendida y el tesoro de la paz no fue suficientemente custodiado. Volver a esas palabras es, por tanto, tener "la valentía de abrazar todas las contrariedades del tiempo presente",  como rezaba el Papa hace dos años, "abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar". Esto es abrazar la cruz de Jesús, incluso en esta Cuaresma, especialmente en este toque de queda. Recapitular todos los miedos en Él, reaprender la fraternidad. Esperar.

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26 marzo 2022, 16:00