Memoria del Viaje del Papa a Myanmar y Bangladesh: “Paz para todo hombre”

La tarde del 26 de noviembre de hace un año, el avión papal despegaba del aeropuerto romano de Fiumicino con ruta a Myanmar y Bangladesh. Una visita rica de elementos comunes entre dos países, unidos más que por la frontera, por el destino de un grupo étnico de refugiados y la búsqueda de un presente que reconciliar con un pasado difícil.

Alessandro De Carolis – Ciudad del Vaticano

“La presencia de Dios, hoy, también se llama Rohingya”. No es una frase que pase desapercibida, especialmente si es un Papa quien la dice. No lo pasó hace un año cuando se dijo, se escuchó, se grabó. Por el contrario, al principio, los cronistas del mundo se agitaban para saber si en el escenario donde se acababa de producir el abrazo colectivo de un grupo de exiliados entre los más abandonados del planeta, Francisco había pronunciado con seriedad la palabra "tabú" que tanto había entusiasmado a los medios de comunicación en vísperas del acontecimiento. El Papa no sólo lo pronunció al final del encuentro ecuménico de Dakha, sino que la dolorosa expresión con la que vivió esos momentos, sus manos entrelazadas con las de los refugiados, sus francas palabras ("en nombre de todos los que les han perseguido, que les han hecho daño, les pido perdón") son vívidos destellos en el recuerdo del viaje en Oriente que comenzó el 26 de noviembre de 2017, la visita del peregrino de la "reconciliación" en dos tierras unidas de manera diferente por el drama de un pueblo.

"Ninguno excluido"

Pero hay muchos recuerdos más allá de ese momento icónico. Si bien las noticias recientes han vuelto a poner de relieve la labor de la Ministra de Relaciones Exteriores de Myanmar, Aung San Suu Kyii, permanece en la memoria de hace un año la cordialidad compartida entre el Premio Nobel y Francisco, la valoración por parte de la primera de los "dones de compasión y aliento" a la paz aportados por su anfitrión y el deseo del segundo de reafirmar lo que está en juego de lo políticamente correcto no pueden impedir que Myanmar ignore el principio universal de "respeto por cada grupo étnico y su identidad", de "un orden democrático" que dé libertad a todos "sin exclusiones". Queda el realismo del Papa, que -cuando los periodistas en el avión le preguntaron sobre las críticas a la Aung San Suu Kyii- afirmó que se suponía que quería enjaular las decisiones tomadas por todos los gobernantes de un país en "transición", donde las posibilidades y los errores allanarán el camino para la búsqueda de una nueva identidad.

El Magisterio de las periferias

Un concepto - el de una paz "inclusiva para todos" - reiterado por el Papa también en la gran sala del Centro Kaba Aye en Rangún, con la presencia de los monjes budistas y más aún con las numerosas caricias distribuidas a los enfermos, grandes y pequeños, en las habitaciones de la Casa Madre Teresa de Tejgaon en Dakha - uno de los momentos en los que, cada vez, el magisterio de Francisco se construye en las afueras. Finalmente, queda de la doble visita de hace un año, la última palabra que Francisco dejará mañana a Myanmar y Bangladesh, a sus jóvenes. Una oración para abrir de par en par la jaula del "pequeño mundo" de una sociedad o de una religión que quiere distinguir entre el bien y el mal y elegir el camino que pueda dar esperanza concreta a la reconciliación. El que acoge y acepta a los que "actúan y piensan diferente a nosotros".

 

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26 noviembre 2018, 10:00