Una bandera flamea en la conmemoración de la explosión en Beirut, el pasado 4 de agosto Una bandera flamea en la conmemoración de la explosión en Beirut, el pasado 4 de agosto 

Explosión Beirut. El testimonio de Sandra Chaoul: “Dios vive realmente en Líbano”

“Sobrevivir en Beirut, con un poco de ayuda de San Ignacio”, es el título de la reflexión de Sandra Chaoul publicado en www.jesuitsglobal este 22 de octubre. Un testimonio que narra la fortaleza de los habitantes del país de los cedros, tras la explosión del 4 de agosto de 2020 que aterró a los habitantes y sumó caos y penurias a una población ya agobiada tanto por la crisis económica como por la pandemia de coronavirus aún en curso.

Por Sandra Chaoul, del equipo de “Liderazgo discerniente”

Amigos del extranjero han estado informándose últimamente sobre la situación en Beirut y debo admitir que me ha costado abundantes lágrimas y valentía reconocer (primero a mí misma y luego a ellos) que, muchos días, no estamos bien. La explosión en el puerto fue, para nosotros, un auténtico cañonazo. No sólo destruyó nuestra ciudad, sino que también hizo polvo nuestra sensación de seguridad, nuestros sueños y nuestras certidumbres. La explosión dejó al descubierto un dolor que se negaba a ser consolado y que, encima, parecía crecer con la crisis económica, la devaluación de la moneda y el vacío de gobierno.

Mantenerse en pie afrontando esa realidad ha sido a la vez aterrador y profundamente consolante, lo cual no habría sido posible sin una mirada de fe y una perspectiva comunitaria. Cuando la realidad se hacía demasiado pesada para considerarla en solitario, era a menudo con los demás cuando yo podía experimentar una apertura.

“El 4 de agosto de 2021, a las 18:07, un año después de la explosión, callados nos reunimos en torno al puerto de Beirut y guardamos un tiempo de silencio. Frente al individualismo y al aislamiento, encontramos la dignidad, la esperanza y el compromiso de unir nuestras heridas, y de solidarizarnos con las víctimas, sus familias y miles de personas que no conocíamos.”

Las conversaciones espirituales con amigos de la Familia Ignaciana fueron un consuelo inesperado y fomentaron el deseo de facilitar momentos similares con otros que aún no están familiarizados con este modo de proceder. En varias ocasiones, nos reunimos en momentos de silencio y de compartir, revisando juntos nuestra experiencia, comprometiéndonos no sólo con nuestras mentes, sino también permitiendo que lo que escuchábamos aterrizara en nuestros corazones. Al permanecer abiertos, empezamos a notar dónde aparecen signos de vida en medio de nuestras tensiones. Empezamos a ser testigos de cómo la gracia actúa en nuestro contexto roto. Fuimos testigos de ello en las relaciones humanas, en la forma como la gente común intervenía con generosidad para ayudarse mutuamente.

“Vi a voluntarios empujando una ambulancia que se había quedado sin combustible en medio de la carretera. Vi a amigos transportar maletas llenas de medicamentos y pañales para familias necesitadas. Vi restaurantes y negocios que abrían sus instalaciones para que la gente recargara sus dispositivos electrónicos en los momentos de escasez de electricidad, sin pedir que se comprara nada.”

La esperanza también se manifestó en los momentos de risa y creatividad, y tal vez en la forma como esta crisis ha estado llevando nuestros corazones a un sentido más profundo de unificación, recordándonos que el cambio y la reforma que deseamos en nuestra comunidad comienza dentro de nosotros mismos.

La práctica ignaciana de tomar conciencia y reflexionar sobre las experiencias de desolación también ha sido una fuente nutritiva de confianza. En los momentos en los que no era fácil ver bien y la oración se hacía difícil, la invitación a mantenerme firme, a ver más profundamente en mi experiencia y a detectar la dirección por donde me lleva, todo ello fue increíblemente liberador. Por ejemplo, me di cuenta de la sensación de culpa que se cuela en los momentos de alegría, risa o de merecido descanso. Detecté también cuándo mi energía para la acción y el servicio se deslizaba hacia un activismo estéril.

Esos tiempos de discernimiento me ayudaron a reflexionar sobre cómo puedo dar sentido a mis privilegios en lugar de quedarme paralizada por la culpa; o cómo puedo aprender a dar suelta y aceptar por un momento sentirme desamparada, sin amargarme o agobiarme. Aprendí a crecer en paciencia y confianza.

“La imagen de Jesús -vulnerable, expuesto, pero con ternura en la cruz- me consoló suavemente y mantuvo en mí un sentimiento de ánimo y esperanza en un futuro que no podemos prever.”

Dios vive realmente en el Líbano, trabajando en medio de nuestro sufrimiento, y estamos aprendiendo a confiar en ello. Esta concientización puede que sea la principal gracia que nos acompañe en esta crisis.

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25 octubre 2021, 16:55