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Sor Alphonsa en la República Centroafricana devastada por la guerra

La hermana Alphonsa Kiven comparte la experiencia de su visita a la República Centroafricana durante el conflicto, "un viaje que reforzó mi fe y en el que experimenté cómo Dios trabaja a través del testimonio evangélico de nuestras monjas"

Sor Alphonsa Kiven y Sor Bernadette Mary Reis

Sor Alphonsa Kiven, monja terciaria franciscana, ha pasado la mayor parte de su vida en el rol de superiora: después de haber sido provincial en su país de origen, Camerún, ahora está desempeñando el tercer mandato como consejera general. Sor Alphonsa siempre había deseado ser misionera: hoy celebra su jubileo de oro y mirando atrás nos cuenta cómo el Señor ha cumplido su deseo de forma completamente inesperada.

Sor Alphonsa toma la palabra: “Misión: esta idea se había convertido en una fijación. Siempre había sido mi sueño, había leído muchas vidas de santos, en el noviciado, y siempre me había gustado que cuando eran jóvenes habían luchado mucho, como Francisco, Agustín o Teresa de Jesús. Y después, historias de personas que habían ido a la misión solas, lejos, recogiendo desafíos: estás historias me fascinaban”. Mientras estaba aquí, en la casa generalicia, fui enviada en misiones difíciles, en particular en zonas de conflicto y guerra. Y así, cuando en 2015 estalló el conflicto en la República Centroafricana, leíamos los relatos de historias escalofriantes. Se decidió que yo fuera al país porque en esa zona había iniciado dos misiones cuando fui provincial de Camerún: por esto, la República Centroafricana siempre ha sido mi “hija predilecta”; todo lo que se refiere a Centroáfrica me llega directamente al corazón.

Y así empezamos a recopilar cosas. Después llegó mi conflicto interior, entre mi amor por la misión – ir a un lugar que representa un desafío – y la realidad, que era otra cosa. Muchas personas me prometieron que rezarían por mí. Una de las monjas ofreció una hora de adoración eucarística durante toda la duración de mi visita a la República Centroafricana.

Dejé Roma y me recibieron dos hermanas; nuestro camión fue escoltado por soldados cameruneses hasta la frontera. Es realmente difícil poner en palabras esos sentimientos. Lo que tenía en mi mente era ¿dónde seremos atacadas? Estaba sentada en el coche, rígida, por el miedo que tenía dentro. Pasamos mucho tiempo en la frontera y estaba cayendo la noche. Me dije: “Cuando nos ataquen, no sabremos ni siquiera dónde estamos muriendo”.

Descargando mantas llegadas de Roma
Descargando mantas llegadas de Roma

Perdida por la alegría de los niños

A las 9 de la noche llegamos al obispado de Berbérati, con una bellísima luna llena. Los niños se amontonaban en torno a mí, bailando y cantando la mère es arrive (ha llegado la madre). Las lágrimas me caían sobre las mejillas mientras algunos de ellos me tiraban del hábito y otros querían que les cogiera en brazos. Llegué con miedo, tensión, rigidez y fui acogida por la alegría incontenible de los niños. En ese momento, la única palabra que recordaba en francés era merci. Cuando me fui a dormir, no lograba poner en palabras lo que me estaba sucediendo dentro: estaba perdida por “culpa” de la alegría de los niños.

Sor Alfonsa reparte caramelos a los niños al final de las clases
Sor Alfonsa reparte caramelos a los niños al final de las clases

Mi experiencia esa semana era levantarme por la mañana, rezar, salir a agradecer a los soldados por velar y cuidarnos a nosotros y a la gente durante la noche (por suerte logré recuperar mi francés), después iba a saludar a los niños y a llevarles el desayuno (todos los niños estaban bien alimentados).

Después, durante el día me veía con diferentes grupos y todos estaban contentos cuando me sentaba con ellos, incluso los musulmanes. Un día, el jefe de los musulmanes me dijo: “El obispo y las monjas para nosotros son como Alá”. En ese momento di gracias a Dios: todo lo que pude hacer fue quedarme allí y mirar al hombre. Ya no recordaba una palabra de francés.

La presencia y la escucha

Me dediqué también a las monjas, escuchando a las que estaban traumatizadas y abrumadas por la situación terrorífica en la cual habían vivido durante casi un año. Les di las gracias por su testimonio de fe y los valores franciscanos de presencia y compasión. Les dije que había visto cómo los niños ahora se aferraban a sus ropas cada vez que una monja salía de la casa. Dediqué tiempo a las mujeres, escuchándolas: me contaban sus historias – cuántas personas habían muerto, algunas de ellas habían visto delante de sus ojos como asesinaban a sus maridos e hijos, las casas quemadas – todo tipo de atrocidades. Estas son las historias que escuché. Luego fui a su pueblo, un pueblo vibrante en el que había estado antes. Había una hermosa mezquita allí. Ahora estaba completamente en ruinas. Atravesé ese pueblo y era como caminar en un cementerio, y seguía preguntándome: “Dios, ¿por qué?”. Cuando volví al obispado lo único que fui capaz de decirles fue: “He visto”. No logré decir nada más. Y ellos me respondieron: “Gracias madre”. Su gratitud era mayor de lo que pudiera soportar: no lloro fácilmente, pero entonces las lágrimas fluían libremente.

Niños prendidos de la túnica de una de las monjas
Niños prendidos de la túnica de una de las monjas

El contraste entre miedo, gratitud y alegría

Con los niños también hubo muchos momentos de alegría. De hecho, ellos sabían que, por la tarde, después del colegio, había caramelos. Las monjas les ponían en fila – eran más de cien – y mi tarea era dar un caramelo a cada uno de ellos. ¡Y luego gritaban! La alegría de los niños era el mayor contraste.

Esta fue la semana que pasé en Berbérati. Lo que más me impresionó fue el contraste entre el miedo y la gratitud y la alegría de personas que acababan de perderlo todo, pero realmente todo. Su aprecio no era por las mantas o por las cosas que llevé, sino por el hecho de haber ido, por mi presencia. Mi viaje a la República Centroafricana en el periodo del conflicto fue un viaje que reforzó mi fe, un viaje en el que experimenté cómo Dios trabaja a través del testimonio evangélico de nuestras monjas.

 

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14 febrero 2023, 15:19