Rutilio Grande y sus compañeros Rutilio Grande y sus compañeros 

P. Cardenal: "El legado de Rutilio Grande está en no ceder ante las injusticias"

Cuatro décadas han pasado desde que el P. Rutilio y sus compañeros laicos, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, fueran asesinados en la carretera hacia El Paisnal (El Salvador), pero en la actualidad, su legado sigue vigente. Vivió por la justicia, fe y reconciliación de su pueblo, fue amigo de los pobres y excluidos, pero, sobre todo, fue un fiel colaborador apostólico.

Ciudad del vaticano

Ahora que se cumplen 43 años de su asesinato (12 de marzo de 1977), compartimos con ustedes esta entrevista al p. Rodolfo Cardenal S.J. sobre el legado del p. Grande, realizada por Carol Cuzcano G. de la Oficina de Comunicación Institucional de la CPAL.

¿Quién era Rutilio Grande, cómo era su vida al servicio de la Iglesia y de la Compañía de Jesús?

Rutilio Grande es un jesuita que nunca olvidó, a pesar de sus viajes y estudios, el pueblo pobre donde había nacido y donde fue criado hasta su primera adolescencia. A ese pueblo volvió siendo adulto y en medio de él fue asesinado, junto con un anciano y un joven, símbolos del pueblo salvadoreño.

Hijo de una familia disfuncional, cosa que le hizo sufrir mucho hasta provocarle una grave crisis nerviosa, con secuelas para toda la vida, entró muy joven en el seminario menor de San Salvador. Luego ingresó en la Compañía de Jesús. Estudió en Quito, Oña, París, Córdoba y Bruselas. La mayor parte de su vida la dedicó a formar el clero. Durante una década fue el prefecto del seminario. A pesar de la dificultad de esa responsabilidad, se ganó el apreció de varias generaciones de sacerdotes, que luego lo tuvieron como amigo y director espiritual. Su deseo de introducir en la formación del clero las directrices del Vaticano II, su predicación profética y su papel en la actualización de la pastoral arquidiocesana, de acuerdo con el magisterio del concilio y de Medellín, hicieron que los obispos vetaran su nombramiento como rector del seminario.

Entonces, decidió que, si no gozaba de la confianza del episcopado, no podía continuar en la formación del clero. En 1971 estuvo, también como prefecto, en el Colegio Externado San José de San Salvador. Pero vio que ese no es su lugar. Deseaba dedicarse a la pastoral rural, en un país mayoritariamente campesino. Antes de asumir su nuevo destino, hizo el curso de pastoral del Instituto Latinoamericano de Pastoral, en Quito.

A mediados de 1972, es nombrado párroco de la ciudad de Aguilares. Aunque él era el párroco, "el equipo misionero", tres jesuitas y un sacerdote diocesano, es clave en la labor evangelizadora. El 12 de marzo de 1977, fue asesinado, junto con dos campesinos, cuando se dirigía a celebrar misa en su pueblo natal, que formaba parte de la jurisdicción parroquial.

El P. Tilo, tal como era llamado cariñosamente, se esforzó por desterrar el clericalismo, caciquismo decía él, del clero. En esto, se adelanta al esfuerzo del papa Francisco. Deseaba un clero responsable y maduro, no servil a la autoridad. Cultivó asiduamente las raíces populares de los seminaristas. Habían salido del pueblo y a él debían regresar para servirlo.

La parroquia de Aguilares no acentuó la administración de sacramentos, sino la evangelización y la creación de comunidades. El padre Tilo soñó con una parroquia llevada por laicos, donde el ministro ordenado se limitara a la administración de sacramentos. Las duras condiciones socioeconómicas del campo estimularon la organización campesina y la lucha por sus derechos. Esto planteó la relación entre fe y política. El padre Tilo mantuvo un equilibrio difícil, agobiante en algunos momentos, razón por la cual presentó la renuncia varias veces. Pero ni el arzobispo, que confiaba en él plenamente, ni el provincial se la aceptaron.

El desarrollo de la organización política y la defensa de los derechos de los campesinos hicieron el padre Tilo, y la parroquia, fuera percibida por la oligarquía y el régimen militar como una amenaza para el orden establecido. Por esa razón, los acusaron de comunistas. En definitiva, esa opción por los pobres y su liberación de toda clase de opresión fue el motivo fundamental del asesinato.

El padre Tilo contribuyó de manera determinante en la configuración de la pastoral arquidiocesana. La parroquia de Aguilares fue un modelo para otras parroquias, promovió y defendió las comunidades cristianas, la formación y promoción de los agentes de pastoral y la pastoral de conjunto. 

 Con tantos aconteceres sociales que vive El Salvador, ¿cuál es la importancia de la beatificación del P. Rutilio Grande para su pueblo?

La vida y el ministerio del padre Tilo están asociados a Mons. Romero. El ministerio del arzobispo fue posible por la labor que aquel y otros sacerdotes habían hecho. Mons. Romero transitó por los caminos abiertos por el padre Tilo. El padre Tilo representa la lucha para actualizar la Iglesia desde el concilio y Medellín. En ese sentido, fue un apóstol del magisterio conciliar y latinoamericano. Este apostolado da cuenta de su martirio. Mons. Romero aprobó su ministerio pastoral, lo reconoció como mártir y como una gracia para la Iglesia salvadoreña.

El martirio del padre Tilo hizo que Mons. Romero fuera más consciente de su misión profética. Su predicación se vuelve entonces más decidida, clara y fuerte. Por eso, el papa Francisco dice que el gran milagro de Rutilio Grande es Mons. Romero.

 ¿Cuál es el legado que deja Rutilio Grande para los jóvenes de hoy?

El legado del P. Rutilio Grande para los jóvenes consiste, a mi juicio, en no ceder ante las injusticias, las esclavitudes y las opresiones. Estos males, pecados gravísimos, deben ser combatidos para erradicarlos. Pero para combatir eficazmente el pecado de este mundo es necesario una esmerada preparación. Todos los saberes y las habilidades son necesarias para trabajar por la construcción del reino de Dios.

 Rutilio Grande era uno de los impulsores de la "justicia social". ¿Qué tienen que aprender de él los jesuitas que se encuentran en proceso de formación? 

Los jóvenes en formación, y todos los jesuitas, hemos de aprender a discernir en los signos de los tiempos actuales la voluntad de Dios para actuar en consecuencia. Las injusticias, las esclavitudes y opresiones de hoy no son las mismas de los tiempos del P. Rutilio, pero igualmente dan muerte a los débiles y los vulnerables. Por eso, es necesario escrutar, discernir y actuar. También hoy es necesario bajar de la cruz a los crucificados de estos tiempos recios que corren.

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12 marzo 2020, 09:02