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Transfiguración
Transfiguración del Señor

Transfiguración

La fiesta de la Transfiguración tuvo su origen probablemente en la conmemoración anual de la dedicación de una basílica construida en el monte Tabor para honorar este evento milagroso de la vida de Jesús. Se celebraba ya a finales del s. V. Según una antigua tradición, el episodio de la Transfiguración tuvo lugar 40 días antes de la crucifixión de Jesús; así, la fecha de la fiesta se fijó 40 días antes de la de la Exaltación de la Santa Cruz (el 14 de septiembre). Comenzó a celebrarse en occidente a partir del siglo IX, y fue incluida en el calendario romano por el Papa Calixto III en 1457, en agradecimiento por la victoria de las tropas cristianas contra los turcos, que amenazaban seriamente occidente, en la batalla de Belgrado del año precedente. En el centro de la fiesta está, por supuesto, el misterio de la Transfiguración, que se enlaza con la visión del Anciano sentado sobre el trono de fuego y la aparición del Hijo del Hombre (cfr. Primera Lectura).

Del Evangelio según San Mateo

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.

Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos»” (Mt 17,1-9).

Del miedo a la confianza

El relato de la Transfiguración sigue al de la confesión de Pedro en Cesarea y al primer anuncio de la Pasión (cfr. Mt 16, 13 y ss). Nos muestra la razón última por la que siempre vale la pena tener el valor de confesar a Jesús, incluso en los momentos más arduos y difíciles: Jesús es el Señor. La transfiguración, como anticipación de la resurrección, se ofrece como un horizonte que pretende aligerar el miedo e infundir valor para afrontar el camino de la vida.

Unos versículos antes (Mt 16,22) Pedro, al igual que los demás discípulos, se rebela contra la pasión y muerte que Jesús les había anunciado. No podían aceptar seguir a un Mesías cuya vida humana terminaría de esa manera. Es a la luz de este suceso que debe entenderse la experiencia de la transfiguración. Jesús había hablado de su muerte en cruz (cfr. Mt 16, 21 y ss), y de las condiciones para seguirle: "El que quiera venir en pos de mí, que tome su cruz..." (Mt 16,24). Ahora, Jesús trata de ayudar a sus discípulos a comprender que es cierto que sufrirá y morirá, pero que también es cierto que resucitará. En la transfiguración "vive" por adelantado la resurrección, precisamente para preparar a los apóstoles a afrontar el camino de su pasión y muerte.

La montaña

"Los llevó aparte a un monte elevado ", leemos en el Evangelio. El profeta Isaías dice que “sucederá al fin de los tiempos que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella” (Is 2,2).

La subida al monte de Jesús y los tres discípulos se hace eco de otras “subidas” y otras experiencias de manifestación de Dios: el monte Horeb/Sinaí (Ex 3,1; 24,12-18), la subida y bajada de Moisés (Ex 19-34), la experiencia de Elías ( 1Re 19,1-18). En la montaña, Jesús revela a sus discípulos que su vida es mucho más profunda que lo que "ven" y lo que "saben".

"Se transfiguró": el evangelista es muy conciso al relatar este hecho. Sabemos por Lucas que Jesús subió a orar (Lc 9, 28): la transfiguración es, pues, un acontecimiento de oración en el que Jesús muestra su ser Uno con el Padre (cfr. Jn 10,30). Y en este diálogo, durante el que "sus vestiduras se volvieron blancas como la luz ", Jesús se revela como la Luz del mundo (Jn 12,46).

Moisés y Elías

"Se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús": Elías, padre de los profetas, Moisés, guardián de la ley. En ellos se recoge toda la historia del Antiguo Testamento. Moisés había recibido como regalo diversas manifestaciones de Dios, y fue precisamente a causa de esta intimidad de amistad que su rostro resplandeció (cfr. Ex 34, 29-35). Moisés también anunció a Israel: "El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de entre ustedes, de entre sus hermanos, y es a él a quien escucharán" (Dt. 18:15). Asimismo, Moisés ruega a Dios: «Por favor, muéstrame tu gloria» (Ex 33:18); y el Señor le responde: «Ningún hombre puede verme y seguir viviendo» (Ex 33:20-23). En la montaña, con Jesús, Moisés puede ver por fin la gloria de Dios, que es Jesucristo, el "Señor de la gloria" (1 Cor 2,8), Aquel sobre el que "brilla el esplendor de la gloria de Dios" (2 Cor 4,6); Jesús, el nuevo Moisés.

Junto a Moisés está Elías, el padre de los profetas que, habiendo subido también a la montaña, escucha a Dios “en el rumor de una brisa suave" (1 Reyes 19:12). Representa la síntesis ideal de toda la hueste de profetas que cerrará Juan el Bautista, quien es el último profeta, el "nuevo Elías" (cfr. Mt 11,14).

En cuanto a la presencia de Elías y Moisés, es cierto que Jesús debe revelarse a los discípulos; pero también hay un hecho más "humano": Jesús mismo necesita afrontar su pasión y muerte. Sabe que no puede hacerlo con sus discípulos, que no comprenden. Así que elige a dos "amigos" de gran talla. Dos amigos de la Escritura. Jesús nos sugiere de este modo que hay que saber elegir en quién confiar, porque no todo está al alcance de todos. Los amigos de la Escritura, junto con los santos, que la Iglesia nos indica como "amigos y modelos de vida", pueden ayudarnos con sus escritos y sus ejemplos a comprender el sentido de la vida y a darle una orientación correcta.

La nube

"Vino una nube del cielo.... ": la experiencia del Éxodo sigue siendo el telón de fondo: la extenuante marcha del pueblo por el desierto, guiada por una nube (Ex 13, 21 y ss); la nube en el monte Sinaí (Ex 19, 16); la nube que acompaña al "tabernáculo" (Ex 40, 34-35), que custodiaba "la ley" de Dios; y, por último, la nube que desciende sobre Jesús, que dirá: "Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad" (Jn 4,23), cuando ya no se necesiten ni montañas ni tabernáculos particulares.

"Él es mi hijo, el amado: ¡escúchenlo!": en el momento del bautismo, también se oyó la Voz del cielo (Mc 1,11); ahora, esta misma Voz es oída por los discípulos. “Escúchenlo”: es el eco del Shemá -"Escucha, Israel" (Dt 6,4)- y de las palabras de Moisés: "El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de entre tus hermanos. A él le prestarás atención (Dt 18:15)”. La voz en la montaña señala a Jesús, sólo a Él, como a Aquel que debe ser escuchado ahora: Él es la Palabra viva, la Palabra de vida, de verdad (cf. Jn 14,6).

Es bueno estar aquí

Pedro no entiende todo lo que sucede, pero sí una cosa: "Es bueno estar aquí" (Mt 17,4). Este es el impulso humano: cuántas experiencias "bonitas" vivimos también hasta el punto de dejarnos tentar y decir "hagamos tres tiendas...", "paremos el tiempo". Con el riesgo, sin embargo, de perseguir sólo experiencias emocionales que nos hagan incapaces de "bajar de la montaña" para volver allí donde está la vida concreta. Jesús enseña que la escucha activa es la cumbre de la experiencia: "Escúchenlo". Es decir, no podemos seguir bajo la dictadura de las emociones: son necesarias, por supuesto, pero no son suficientes. Sirven para darnos un nuevo impulso, valor... pero nosotros somos más grandes que las emociones. "Es la escucha lo que define al discípulo: no es una cuestión de ser originales, sino de ser servidores de la verdad -recuerda B. Maggioni-. La escucha está hecha de obediencia y esperanza. Requiere inteligencia para comprender, pero también valor para decidir, porque la Palabra te involucra y te arranca de ti mismo”. Dándote lo que tu corazón busca: "Esto os he dicho para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena" (Jn 15,11). "¡Señor, qué hermoso!"

06 agosto

Del Evangelio según San Marcos

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo».

De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.

Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaba «resucitar de entre los muertos»”. (Mc 9,2-10)

Los tres discípulos en la montaña

Santiago, Juan y Pedro son los tres discípulos más cercanos a Jesús, elegidos ya anteriormente como testigos de la resurrección de la hija de Jairo (cfr. Mc 5, 37-43);  más tarde, serán también testigos de su oración en el huerto de Getsemaní, la víspera de la pasión (cfr. Mc 14, 32-42).

El profeta Isaías dice que “al final de los tiempos la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas” (Is 2,2). La subida al monte de Jesús y los tres discípulos se hace eco de otras “subidas” y otras experiencias de manifestación de Dios: el monte Horeb/Sinaí (Ex 3, 1; 24, 12-18), la subida y bajada de Moisés (Ex 19-34), la experiencia de Elías ( 1Re 19, 1-18). En la montaña, Jesús revela a sus discípulos que su vida es mucho más profunda que lo que "ven" y lo que "saben". Pero lo más interesante es que Jesús revela que la pasión y la muerte hacia las que va no suponen la destrucción, el final, sino la realización plena de la persona, porque darán paso a la gloria.

Se transfiguró, en diálogo con Moisés y Elías

"Se transfiguró": el evangelista es muy conciso al relatar este hecho. Sabemos por Lucas que Jesús subió a orar (Lc 9, 28): la transfiguración es, pues, un acontecimiento de oración en el que Jesús muestra su ser Uno con el Padre (cfr. Jn 10,30). Y en este diálogo, durante el que "sus vestiduras se volvieron resplandecientes", Jesús se revela como la Luz del mundo (Jn 12,46).

Elías, padre de los profetas; Moisés, guardián de la ley. En ellos se recoge toda la historia del Antiguo Testamento. Moisés había recibido como regalo diversas manifestaciones de Dios, y fue precisamente a causa de esta intimidad de amistad que su rostro brilló (cfr. Ex 34,29-35).

Junto a Moisés está Elías, el padre de los profetas que, habiendo subido también a la montaña, escucha a Dios “en el rumor de una brisa suave" (1 Reyes 19:12). Representa la síntesis ideal de toda la hueste de profetas que cerrará Juan el Bautista, quien es el último profeta, el "nuevo Elías" (cfr. Mt 11,14).

En este diálogo (el evangelista Lucas añade que el Señor, Moisés y Elías hablaban "de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén”, Lc 9, 31), Jesús se revela como el auténtico intérprete de la Ley y la Profecía, el que, empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, explica en todas las Escrituras lo que se refiere a Él (cfr. Lc 24, 27, Emaús). Y el evangelista Lucas señala asimismo la presencia de los "dos hombres" en el sepulcro vacío el día de Pascua: "Mientras las mujeres seguían dudando, he aquí que aparecieron cerca de ellas dos hombres con vestiduras deslumbrantes" (Lc 24, 4); Moisés y Elías interpretan las palabras pronunciadas por Jesús en su vida y proclaman que Jesús, el Crucificado, ha resucitado (cfr. Lc 24,4-7).

Tres tiendas

Pedro expresa su alegría por lo que está viviendo, pero también revela lo mucho que aún no ha comprendido. Quizás esté pensando en la alegría de poder encontrarse con Dios en la "tienda" (cfr. Ex 33, 7-11), o se refiera a la fiesta de las Tiendas/Sukkot, olvidando que, en todo caso, será Dios quien "construya" la tienda (cfr. 2 Sam 7; Is 66, 1 y ss), como vemos en el prólogo de Juan: "Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros" (1, 14).

Una nube del cielo

La experiencia del Éxodo sirve aquí de fondo: la extenuante marcha del pueblo por el desierto, guiado por una nube (Ex 13, 21 y ss); la nube en el monte Sinaí (Ex 19, 16); la nube que acompaña al tabernáculo (Ex 40, 34-35) que custodiaba "la ley" de Dios; y, por último, la nube que desciende sobre Jesús, quien dirá que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre" (Jn 4, 23), cuando ya no se necesiten ni montañas ni tabernáculos especiales.

Una Voz

En el momento del bautismo de Jesús, también se oyó la Voz del cielo (Mc 1,11); ahora, esta misma Voz es oída por los discípulos. “Escúchenlo” es el eco del Shemá -"Escucha, Israel" (Dt 6,4)- y de las palabras de Moisés: "El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de entre tus hermanos. A él le prestarás atención (Dt 18:15)”. La voz en la montaña señala a Jesús, sólo a Él, como Aquel que debe ser escuchado ahora: Él es la Palabra viva, la Palabra de vida, de verdad (cfr. Jn 14,6). A partir de Él se debe interpretar lo que dijeron Moisés y Elías: el centro ha cambiado. Y esto pone en dificultades a los discípulos, porque Jesús no se corresponde con la imagen que se habían formado de Él. Y, sin embargo, hay que escucharlo, sin avergonzarse de Él y de su Palabra (cfr. Mc 8,38).

Del Evangelio según San Lucas

Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.

Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él.

Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «¡Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía.

Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».

Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto”. (Lc 9,28b-36)

La montaña

"Subió a la montaña": El profeta Isaías dice que “sucederá al fin de los tiempos que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella” (Is 2,2). La subida al monte de Jesús y los tres discípulos se hace eco de otras subidas y otras experiencias de manifestación de Dios: el monte Horeb/Sinaí (Ex 3, 1; 24, 12-18), la subida y bajada de Moisés (Ex 19-34), la experiencia de Elías ( 1Re 19, 1-18). En la montaña, Jesús revela a sus discípulos que su vida es mucho más profunda que lo que "ven" y lo que "saben".

Una experiencia, la de la Transfiguración, que tiene lugar en la oración, como recuerda Lucas: Jesús “subió a la montaña para orar". En este contexto, Jesús muestra su ser Uno con el Padre (cfr. Jn 10, 30). Y en este diálogo, durante el que “sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante", Jesús se revela como la Luz del mundo (Jn 12, 46).

Moisés y Elías

"Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías ": Elías, padre de los profetas, Moisés, guardián de la ley. En ellos se recoge toda la historia del Antiguo Testamento. Moisés había recibido como regalo diversas manifestaciones de Dios, y fue precisamente a causa de esta intimidad de amistad que su rostro resplandeció (cfr. Ex 34,29-35). Moisés también anunció a Israel: "El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de entre ustedes, de entre sus hermanos, y es a él a quien escucharán" (Dt. 18:15). Asimismo, Moisés ruega a Dios: «Por favor, muéstrame tu gloria» (Ex 33:18); y el Señor le responde: «Ningún hombre puede verme y seguir viviendo» (Ex 33, 20-23). En la montaña, con Jesús, Moisés puede ver por fin la gloria de Dios, que es Jesucristo, el "Señor de la gloria" (1 Cor 2,8), Aquel sobre el que "brilla el esplendor de la gloria de Dios" (2 Cor 4,6); Jesús, el nuevo Moisés.

Junto a Moisés está Elías, el padre de los profetas que, habiendo subido también a la montaña, escucha a Dios “en el rumor de una brisa suave" (1 Reyes 19:12). Representa la síntesis ideal de toda la hueste de profetas que cerrará Juan el Bautista, quien es el último profeta, el "nuevo Elías" (cfr. Mt 11, 14).

En cuanto al motivo de la presencia de Elías y Moisés, es cierto que Jesús debe revelarse a los discípulos; pero también hay un hecho más "humano": Jesús mismo necesita afrontar su pasión y muerte. Sabe que no puede hacerlo con sus discípulos, que no comprenden. Así que elige a dos "amigos" de gran talla. Dos amigos de la Escritura. Jesús nos sugiere de este modo que hay que saber elegir en quién confiar, porque no todo está al alcance de todos. Los amigos de la Escritura y los santos, que la Iglesia nos indica como "amigos y modelos de vida", pueden ayudarnos con sus escritos y sus ejemplos a comprender el sentido de la vida y a darle una orientación correcta.

La nube

"Una nube los cubrió con su sombra..."  La experiencia del Éxodo sigue siendo el telón de fondo: la extenuante marcha del pueblo por el desierto, guiada por una nube (Ex 13, 21 y ss); la nube en el monte Sinaí (Ex 19, 16); la nube que acompaña al "tabernáculo" (Ex 40, 34-35), que custodiaba "la ley" de Dios; y, por último, la nube que desciende sobre Jesús, que dirá que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad" (Jn 4,23), cuando ya no se necesiten ni montañas ni tabernáculos especiales.

“Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo»”: en el momento del bautismo, también se oyó la Voz del cielo (Mc 1,11); ahora, esta misma Voz es oída por los discípulos. “Escúchenlo” es el eco del Shemá -"Escucha, Israel" (Dt 6,4)- y de las palabras de Moisés: "El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de entre tus hermanos. A él le prestarás atención (Dt 18:15)”. La voz en la montaña señala a Jesús, sólo a Él, como Aquel que debe ser escuchado ahora: Él es la Palabra viva, la Palabra de vida, de verdad (cf. Jn 14, 6).

Es hermoso estar aquí

Pedro no entiende todo lo que sucede, pero sí una cosa: "¡Qué bien estamos aquí! " (Lc 9, 33). Este es el impulso humano: cuántas experiencias "bonitas" vivimos también hasta el punto de dejarnos tentar y decir "hagamos tres tiendas...", "paremos el tiempo". Con el riesgo, sin embargo, de perseguir sólo experiencias emocionales que nos hagan incapaces de "bajar de la montaña" para volver allí donde está la vida concreta. Jesús enseña que la escucha activa es la cumbre de la experiencia: "Escúchenlo". Es decir, no podemos seguir bajo la dictadura de las emociones: son necesarias, por supuesto, pero no son suficientes. Sirven para darnos un nuevo impulso, valor... pero nosotros somos más grandes que las emociones. "Es la escucha lo que define al discípulo: no es una cuestión de ser originales, sino de ser servidores de la verdad -recuerda B. Maggioni-. La escucha está hecha de obediencia y esperanza. Requiere inteligencia para comprender, pero también valor para decidir, porque la Palabra te involucra y te arranca de ti mismo”. Dándote lo que tu corazón busca: "Esto os he dicho para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena" (Jn 15,11). "¡Señor, qué hermoso!"

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