Pentecostés
Pentecostés, BAV Chig. A. IV. 74, f. 117v

Pentecostés

La solemnidad de Pentecostés se celebra 50 días después de la Pascua: una fiesta en la que se conmemora el don del Espíritu Santo, que colma la confusión de Babel (cfr. Gn 11): en Jesús, muerto, resucitado y ascendido al cielo, los pueblos vuelven a entenderse en una única lengua, la del amor.
En la primera mitad del siglo III, Tertuliano y Orígenes ya hablaban de Pentecostés como una fiesta que seguía a la de la Ascensión. En el siglo IV, Pentecostés se celebraba comúnmente en Jerusalén, como recuerda la peregrina Egeria, y proponía el tema de la renovación que la venida del Espíritu había provocado en los corazones de los hombres.
Pentecostés tiene sus raíces en el pueblo judío, con la Fiesta de las Semanas, una fiesta de origen agrícola en la que se celebraba la cosecha del año. Más tarde, los judíos recordaron la revelación de Dios a Moisés en el Monte Sinaí con el regalo de las Tablas de la Ley, los diez mandamientos. Por eso, para los cristianos se convierte en el momento en que Cristo, vuelto a la gloria del Padre, se hace presente en el corazón humano a través del Espíritu, una ley dada por Dios y escrita en los corazones: "La Alianza nueva y definitiva ya no se funda en una ley escrita en tablas de piedra, sino en la acción del Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas y se graba en los corazones de carne" (Papa Francisco, Audiencia General del 19 de junio de 2019). A partir de Pentecostés, la Iglesia comienza y se lanza en su misión evangelizadora.

Del Evangelio según San Juan

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús, y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».  (Jn 20,19-23).

Las puertas cerradas

El evangelista Juan no teme mencionar las "puertas cerradas" tras las cuales los discípulos estaban presos del miedo. Estando encerrados, los enemigos no podían entrar, pero ellos tampoco podían salir. A primera vista, parece una situación que les hace sentirse seguros y en paz; pero a la larga muestra sus limitaciones, porque esas puertas cerradas revelan la ansiedad de los discípulos, su inseguridad, su cobardía. En una palabra, muestran su poca fe en Jesús, con quien compartieron tres años de su vida.
Desde el principio de su pontificado, el Papa Francisco nos ha invitado a ser una "Iglesia en salida": una Iglesia capaz de dar testimonio, incluso con sus miedos y dudas.

Lo inesperado

El miedo de los discípulos muestra que no entendieron que lo que sucedió era parte del plan de salvación de Dios. Sin embargo, Jesús "entra" por esas puertas, rompe el miedo con su amor, llega con su paz a los que son prisioneros de sus temores. No reprocha ni pide explicaciones. De todos modos, ya lo sabe todo. Lo que hace es mostrarles sus manos y su costado. El Resucitado se presenta a los discípulos con los signos de la Pasión y de la Cruz, indicando que ha vencido a la muerte.

El envío

Hay otro pasaje que merece ser destacado. Después de haberse mostrado, Jesús envía a los discípulos. Esos mismos discípulos asustados, encerrados tras las puertas de su aparente seguridad, son ahora enviados a dar testimonio de lo que han visto y tocado. Porque el miedo, la sospecha y el temor se superan yendo hacia los demás, acercándose a ellos. Y en el centro de este testimonio está la Misericordia: esta es la experiencia que los discípulos acaban de vivir con Jesús, y es esta experiencia la que ahora están llamados a narrar a los demás, fortalecidos por el don del Espíritu.

Oración

Ven Santo Espíritu
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

19 mayo

De los Hechos de los Apóstoles

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.  (Hc 2,1-4).

El tiempo de la Iglesia

El tiempo de Pascua no acabó con la solemnidad de la Ascensión, sino que termina hoy con la solemnidad de Pentecostés, el día en que el Señor envía el Espíritu Santo sobre los discípulos. Es este don el que les permite ir "hasta los confines de la tierra" para dar testimonio de Jesús (cfr. Hechos 1,17). Podríamos decir que es precisamente con Pentecostés cuando comienza nuestra Ascensión al Padre.

Demasiado para nuestra inteligencia

Cada texto sugiere algo de la obra del Espíritu en nosotros. Jesús habla largamente con sus discípulos antes de su pasión, y en un momento dado dice que tiene muchas más cosas que decir; pero añade que por ahora los discípulos "no las pueden comprender". (Jn 16,12, año B). Hay un "demasiado" que no somos capaces de comprender sólo con nuestra inteligencia, con nuestros propios medios, y mucho menos con el poder, con el uso de la fuerza. El Espíritu es precisamente quien nos hace capaces de vivir una vida a la altura del don de Dios; nos hace capaces de ese "demasiado", de ese más. Él llega precisamente hasta donde nosotros, por nuestra cuenta, no podemos. Y lo hace desde dentro: no nos impone una carga más, no nos pide más esfuerzo. Nos lleva a la verdad, que no es una idea, sino Jesús mismo, que nos enseña a hacernos pequeños, pobres, para aprender a hacer sitio a Dios y a los demás.

Fiesta de la fraternidad

Al fin y al cabo, Pentecostés es precisamente la fiesta de la fraternidad, del entendimiento, de la comunión. Con la Torre de Babel (cfr. Gn 11), los hombres intentaron construir su autonomía, pero al final se dieron cuenta de que estaban construyendo unos contra otros, porque ya no tenían la capacidad de ponerse de acuerdo, de entenderse. Esto demuestra que el progreso o la multiplicación de los medios de comunicación por un lado nos hace más autónomos; pero por otro lado, manifiesta lo difícil que es entenderse por la desconfianza que todo esto infunde en los corazones y las mentes. El Espíritu Santo es esa "medicina" que nos hace capaces de hablar en nuevas lenguas porque es el único capaz de crear corazones nuevos.

Oración

Ven Santo Espíritu
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Del Evangelio según san Juan

«Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes.
El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho».  (Jn 14,15-16.23b-26)

El signo del reconocimiento

Hablar del Espíritu Santo no es fácil. El profeta Isaías, por ejemplo, hablaba de los dones del Espíritu: "Espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor del Señor" (Is 11,1ss), al que se añadió más tarde "temor de Dios". Pero estos dones son "inasibles" en nuestra experiencia, si no los vinculamos a sus frutos: "El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia" (Gal 5,22-23). Los unos iluminan a los otros. No es fácil hablar del Espíritu Santo si no lo vemos en acción. Y los cristianos serán reconocidos precisamente por cómo viven el don del Espíritu: "El que me ama será fiel a mi palabra". El amor es el signo del reconocimiento de que vivimos según el Espíritu.

Amor

Amar a Cristo para aprender a amarnos los unos a los otros. El amor a Dios no aísla, no aleja, sino que nos ayuda a amar aún más, a ir más allá de la desconfianza, más allá de los miedos. Pero en ese mandamiento comprendemos que el amor no es sólo un sentimiento, sino que implica a toda la persona, porque es una elección, una decisión capaz de transformar a quien ama.

Un maestro interior

“Paráclito” -un término que sólo encontramos en el Evangelio de Juan- significa el que socorre, el que ayuda. Es el abogado defensor que se opone al acusador y divisor (satanás). "El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho". La acción del Espíritu es un acompañamiento dentro de la realidad, y una guía hacia la plenitud de la verdad (cfr. Jn 16,13).
Son, pues, tres los dones que Jesús deja y al mismo tiempo indica: el amor a Él (Señor y Dios), la escucha de su Palabra (Palabra de verdad) y la observancia de los mandamientos (garantía de un amor hermoso). Tres dones concretos y verificables, porque uno ilumina y revela al otro. No basta con decir "Señor, Señor" (cfr. Mt 7,21 ss.) para decir que se ama al Señor; ni tampoco basta con decir que se "escucha la Palabra", si no se la pone en práctica (cfr. Lc 11,27-28). Hemos de comprobar cómo vivimos los mandamientos, lo que no significa sólo "observarlos", sino captar su espíritu de fondo, que es el amor (cfr. el joven rico, Lc 18,18ss).

Oración

Ven Santo Espíritu
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

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