Buscar

La portada del libro de mons. Dario Viganò y Valerio Cassetta La portada del libro de mons. Dario Viganò y Valerio Cassetta  

Francisco: en la fatiga un atleta es como el santo, ve donde otros no ven

El Papa firmó el prefacio del libro "No es sólo fatiga, es amor", escrito por monseñor Dario Edoardo Viganò y el periodista Valerio Cassetta. Historias de campeones deportivos que revelan la relación entre la competición, el éxito y los valores, en las que el ser humano es más y otra cosa con respecto a la "máquina del espectáculo" que celebran los medios de comunicación

PAPA FRANCISCO

Cuando un atleta alcanza su sueño de victoria, sube solo al podio para recibir la medalla que se le coloca en el cuello. Pero, pensándolo bien, no llegó solo a la victoria: sin entrenador, de hecho, no nace un campeón. Hace falta alguien que apueste por él, que invierta tiempo y, sobre todo, que sea un poco visionario para poder vislumbrar en él posibilidades que, quizás, ni él mismo imaginaría. Y hacerlas brillar.

Un entrenador que está a la altura de su misión sabe que debe trabajar mucho en la preparación física. Es lo mínimo indispensable para lograr la conquista de la victoria. Pero es la otra cara de la medalla la que marcará la diferencia: la capacidad de motivar, de corregir sin humillar, de estimular la resistencia. De hablar al corazón, sabiendo que cuanto más dotado y talentoso sea el atleta, más delicada será la gestión de su alma. Luego, en el punto álgido del desafío, el entrenador se hará a un lado y aceptará depender de las gestas de su atleta. Si el atleta gana, ninguna cámara lo encuadrará, no subirá al podio, no habrá medalla en sus manos. Si, por el contrario, hay una derrota, el entrenador estará dispuesto a sacar la cara por él.

Monseñor Viganò con el jugador de fútbol Giorgio Chiellini
Monseñor Viganò con el jugador de fútbol Giorgio Chiellini

En este sentido, entrenar es un poco como educar. Al fin y al cabo, existe una estrecha y profunda relación entre el deporte, la vida y la fe. Los deportistas que practican un deporte de alto nivel basan toda su existencia en ciertos principios: el respeto a los demás y a las reglas, la lealtad, el compromiso, el sacrificio, la inclusión, el espíritu de equipo, el altruismo y el deseo de elevarse. Otras veces he recordado cómo la misma Palabra de Dios nos permite leer el agonismo sano, el que no es envidioso, como una dinámica que puede contribuir a la maduración del espíritu. Quiero recordar dos pasajes de las cartas de San Pablo: ¿No han aprendido nada en el estadio? Muchos corren, pero uno solo gana el premio. Corran, pues, de tal modo que lo consigan (1 Cor 9,24). Esta es la invitación, muy hermosa en mi opinión, a involucrarse, es decir, a no mirar el mundo desde la ventana de casa. También San Pablo, cuando se dirige a su amigo Filemón, parece confesarse diciendo: “Corro porque he sido conquistado” (Flp 3,12). Este pasaje es aún más fascinante. De hecho, ningún atleta corre por correr. Todo atleta, todo campeón corre como atraído por algo, una especie de belleza que atrae hacia sí a quien comienza a perseguirla. Al fin y al cabo, cualquier camino en la vida comienza con una fascinación que atrae, que seduce. A partir de ese inicio, comienza el esfuerzo y la determinación para superarse en una disciplina deportiva.

Hay que tener cuidado con la fácil ilusión de tomar atajos, pensando que el camino más corto es siempre el mejor y más conveniente. ¿Ignorar las reglas del juego, del deporte y de la vida? ¿A qué nos llevaría? Sin reglas, el juego no es bello, no es verdadero. Sería artificial, el fruto una trampa. Y también así la vida, que está hecha de victorias y derrotas. ¿Quién no quiere ganar? ¿Y quién quiere perder?

Sin embargo, incluso en el fracaso hay algo positivo. La sensación que produce la victoria es a veces difícil de describir, pero la derrota también tiene su propio significado profundo, auténtico y noble. Quien pierde no puede eludir el deber de preguntarse por qué y cómo no ha ido bien una competición, un ejercicio, un juego. Quien pierde necesita pararse y reflexionar, analizar sus errores, hacer examen de conciencia y recargarse para volver a empezar. Por eso, de las grandes derrotas pueden nacer bellos triunfos, cabalgadas virtuosas, remontadas inimaginables. Quien está acostumbrado a ganar, al dormirse en los laureles, corre el riesgo de caer en la arrogancia y la presunción. El cansancio forma parte del juego, es un componente fundamental, es un peso que te quiebra, te desgasta y te desestabiliza, pero a ese cansancio, que adopta muchas formas, hay que encontrarle un significado. Un sentido. Y entonces su yugo se hará más ligero. El atleta que, en su fatiga, ve más allá, es como el santo que no siente la carga y mira donde otros no ven. El campeón que encuentra el impulso adecuado se alegra de afrontar el esfuerzo. Porque más allá de la meta, lo que cuenta es el camino, el recorrido. Sin motivaciones y estímulos, no se puede hacer frente al sacrificio.

Los deportistas actuales, conocidos y queridos por los más jóvenes, tienen una gran responsabilidad, debida a su talento y personalidad, que los lleva a ser un modelo de inspiración, no sólo en el deporte, para las muchas personas que siguen los partidos y las competiciones, para los aficionados y los seguidores. Por eso, es fundamental que un deportista sea consciente de hasta qué punto una de sus frases, uno de sus guiños, uno de sus gestos puede afectar a miles de personas. Y cuando estos gestos son positivos, el efecto beneficioso se multiplica, y para toda la comunidad hay una ventaja. Pienso, por ejemplo, en cuántos campeones han sabido combinar el estudio y la formación, el éxito y el voluntariado, el protagonismo y la privacidad de la amistad y el compartir.

Este libro pretende relatar lo que trasluce en la filigrana de las historias de los campeones, para recuperar el sentido genuino de los hombres y mujeres apasionados por su deporte y su disciplina, pero, al mismo tiempo, capaces de guardar un corazón que sabe ser consciente de los dramas y las dificultades de la gente que les rodea. Son retratos de hombres y mujeres que no se acostumbran al mundo de los aplausos, las luces y las medallas, sino que saben percibir y escuchar las peticiones de compartir y ayudar. Pienso, por ejemplo, en la participación de los discapacitados, en la cercanía al mundo de la investigación científica y a las salas de pediatría de los hospitales, en la ayuda concreta al mundo de las misiones.

No soy ingenuo y sé bien que en torno al mundo del deporte gira un mundo económico muy importante. Y soy consciente de que la fascinación de un deportista puede convertirse fácilmente en objeto que genera ganancias. Como recordaba en una entrevista con La Gazzetta dello Sport, la riqueza corre el riesgo de apagar la pasión que ha transformado a un chico, a una chica corriente, en una obra maestra extraordinaria. Y creo que un poco de "hambre" en el bolsillo es el secreto para no sentirse nunca satisfechos, para mantener viva esa pasión que les sedujo de niños. De hecho, es triste ver a campeones ricos pero desganados, casi como burócratas de su deporte.

Este libro da testimonio de que un poco de hambre en los bolsillos, un gran corazón, una mirada atenta a los demás, hace que los campeones sean testigos de una vida interpretada en primera persona con pasión y también capaz de generosidad y apertura a los demás.

(Traducción de trabajo)

Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí

11 octubre 2022, 15:53