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El Creador y las hipótesis de la ciencia

Es un best-seller el libro de dos autores franceses que pretenden ofrecer una visión general de las "pruebas científicas" de la existencia de Dios. Hace seis meses, con otra intención, el director del Departamento de física teórica del CERN había publicado un ensayo de divulgación sobre "Antes del Big Bang".

Andrea Tornielli

El primer dato indudable es el interés que suscitan la cuestión del origen del universo y la hipótesis del Dios creador. Así lo atestiguan las ventas del libro de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies (Dio la scienza le prove (Dios la ciencia las pruebas), de la editorial Sonda, pp. 610, 24,90 euros) que, tras haber sido publicado en Francia en el 2021, convirtiéndose en un best-seller, está escalando posiciones también en Italia, donde acaba de salir de la imprenta.

Los dos autores pretenden presentar pruebas científicas de la existencia de Dios y, por tanto, de un diseño inteligente en el origen del universo, alineando una serie de descubrimientos recientes. Son teorías, corroboradas por cálculos y observaciones, que sacuden muchas de las presuntas certezas de quienes en nombre de la ciencia han pretendido refutar la existencia del Creador.

Se puede cuestionar la elección de mezclar, en un mismo volumen de declarada intención apologética, el tema del origen del universo y las apariciones de Fátima (tema al que se dedican cuarenta y cuatro páginas), así como otras reflexiones sobre la historicidad de Jesús y sus milagros. Pero la cuestión planteada – el misterio del origen del universo y de la vida – es fascinante.

En efecto, muchas páginas del libro ayudan a comprender la sabiduría de las palabras contenidas en la constitución dogmática Dei Filius del Concilio Vaticano I: "No puede haber verdadero desacuerdo entre la fe y la razón".

Aquel concilio, a quienes afirmaban la incompatibilidad entre las verdades de fe y el conocimiento racional confiado a la razón natural, respondió afirmando, con palabras aún actuales, que existen dos órdenes distintos de conocimiento, distintos por principio y por objeto, que no entran en conflicto entre sí.

Pero también explicó que existe una inteligencia más amplia, que vincula todas las cosas creadas a su Creador, capaz de abarcar lo que la inteligencia humana, con sus medios, puede conocer de la realidad empírica.

Es la idea de razón de la que habló Benedicto XVI en su memorable discurso ante el Bundestag en septiembre del 2011: tras afirmar que "la cosmovisión positivista es en su conjunto una gran parte del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la que no debemos renunciar en absoluto", el Papa Ratzinger describió los riesgos de cierta razón positivista, "que se presenta de manera exclusivista y es incapaz de percibir nada más allá de lo funcional".

Y lo comparaba "con los edificios de hormigón sin ventanas, en los que nos damos el clima y la luz por nosotros mismos y ya no queremos recibir ambos del vasto mundo de Dios". Sin embargo, las palabras del Vaticano I y las de Benedicto sirven también para advertir contra una tentación especular y opuesta, la de forzar la cuestión de Dios en el ámbito restringido de la razón científica, que acaba así siendo reconocida implícitamente como la única fuente autorizada de conocimiento. El ensayo de los dos autores franceses no está exento de este riesgo.

Que no haya conflicto entre ciencia y fe lo atestigua también la larga serie de científicos creyentes que han realizado grandes descubrimientos. Baste citar aquí sólo dos nombres: el de un contemporáneo de Darwin, el monje agustino Gregor Mendel de Moravia, hoy considerado el padre de la genética; o el del sacerdote Georges Edouard Lemaître, definido como el padre de la cosmología moderna, que en 1927 fue el primero en darse cuenta de la expansión del universo, descubrimiento que está en el origen de la teoría del Big Bang.

En el libro de Bolloré y Bonnassies se describen ampliamente dos argumentos cosmológicos en apoyo de la existencia de Dios. En primer lugar, la evidencia, confirmada por diversas pruebas científicas, de que el universo está en expansión y de que tuvo un principio hace unos trece mil ochocientos millones de años.

Si no se pudo observar el instante inicial, sí se encontraron pruebas de una fase posterior, cuando el universo tenía el 0,003% de su edad actual. Estas pruebas hacen afirmar a los autores que, puesto que la ciencia ha demostrado el comienzo del tiempo, esto postula la existencia de un Creador.

Hasta hace unas décadas, los astrofísicos tenían muchas más certezas que hoy. Ahora los científicos nos dicen que sólo conocemos el 5% de nuestro universo. Sólo este 5% es materia "ordinaria" y visible (galaxias, estrellas, planetas, lunas, gas...).

El 95% "restante" consiste en un 27% de materia oscura y un 68% de energía oscura. Aún está por descubrirse qué son realmente esta materia y energía oscuras, cómo se entrelazan en la estructura global del cosmos. Ciertamente, la ignorancia consciente sobre el tema es una razón más para evitar anclar una cuestión tan seria como la existencia de Dios a un modelo cosmológico aun científicamente incompleto.

Mejor sería reconocer que "la ciencia no puede probar la existencia de Dios simplemente porque Dios no es el ‘tipo de cosa’ que la ciencia es capaz de investigar con sus métodos. Por supuesto, lo contrario también es cierto: las posturas que pretenden utilizar la ciencia para excluir la creencia en Dios están completamente fuera de lugar”, señaló el astrofísico Marco Bersanelli al reseñar el libro de Bolloré y Bonnassies en el diario Il Foglio.

El segundo argumento propuesto en el ensayo recientemente publicado se refiere a otra prueba científica, a saber, que las leyes reguladoras de nuestro universo están predispuestas a producir las condiciones para la aparición de la vida.

En efecto, la vida en la Tierra es posible gracias a una serie de circunstancias precisas (por ejemplo, la inclinación del eje terrestre estable gracias a la Luna a 23,5 grados, la distancia justa de la Tierra al Sol, la existencia de la molécula de agua tan atípica que parece hecha precisamente para que pueda haber vida: si el agua se comportara como otras sustancias sería más densa al enfriarse, el hielo se hundiría en lugar de flotar y los mares se congelarían, etc.).

El universo, en definitiva, está hecho para permitirnos existir. La sintonía con la existencia de la vida es tan precisa que si todo el universo no fuera exactamente como es, hoy no existiríamos.

Existen, por tanto, constantes físicas fundamentales cuyo valor permite la existencia del universo tal y como lo vemos y de la vida tal y como es. Estas constantes no son muchas, y actualmente no se conoce ninguna razón para que lo sean. Si hubiera más materia de la que hay ahora, el universo se colapsaría: ya lo habría hecho, no habría alcanzado sus más de trece mil millones de años. Si, por el contrario, hubiera un poco menos de materia, el universo se habría expandido más deprisa y no habría estrellas, esenciales para la vida. Si la materia no se aglutina para formar estrellas, no hay vida.

Frente a esta evidencia, hay quien habla de la casualidad como elemento que está en el origen de nuestro universo, hipotetizando la presencia de infinitos universos – la teoría de los multiversos – que se habrían desarrollado aleatoriamente de forma completamente distinta a la nuestra y que nos son desconocidos. Esta afirmación es un tanto "metafísica" (desde el punto de vista científico, en el sentido de más allá de la física, la ciencia en el sentido galileano del término): en efecto, estos otros universos infinitos se hipotetizan para justificar la existencia causal del nuestro, pero no son observables y, por tanto, no pueden experimentarse.

Como se ve, la hipótesis – para quien tiene el don de la fe, no hipótesis, sino certeza – de que Alguien haya pensado y esté en el origen de los cielos y de la tierra, que Alguien nos haya pensado, queridos y evolucionados tal como somos, que nos haya amado y siga amándonos dándonos en cada instante la vida, no es "científicamente" demostrable, pero no es menos plausible que otras hipótesis igualmente metafísicas.

Le es por tanto positiva la superación de las vallas, como lo es la ruptura de viejos axiomas según los cuales la ciencia, en particular la que se ocupa del origen del universo, podría demostrar que Dios no existe. Al mismo tiempo, sin embargo, también debería evitarse el intento de demostrar científicamente la existencia de Dios.

A este respecto, es interesante leer Prima del Big Bang (Antes del Bing Bang) de la editorial Rizzoli, pp. 249, 19 euros), el libro del director del Departamento de Física Teórica del CERN Gian Francesco Giudice, publicado el pasado mes de septiembre. También éste es un ensayo de divulgación, cuyo origen se remonta a la pregunta formulada por una niña que viajaba en tren y que estaba sentada frente al científico, enfrascado en la lectura de un artículo sobre cosmología cuántica. La niña había preguntado qué estaba leyendo y la respuesta fue: "Es la historia del universo".

Así que había respondido: "Si cuenta toda la historia del universo, ¿habla también de mí?". Una pregunta que había sorprendido a Giudice, dejándolo sin palabras, para responder inseguro: "No, creo que no. Pero aún no lo he leído todo.

Este libro también habla del Big Bang; de la expansión del universo demostrada por el descubrimiento causal de dos radioastrónomos de la compañía telefónica Bell que, en 1965, captaron la energía cósmica de fondo, considerada prueba irrefutable de que el universo no sólo se expande hoy, sino que había alcanzado temperaturas muy elevadas en el pasado; de la uniformidad casi perfecta del universo incluso en lugares del espacio que nunca han podido comunicarse entre sí; del estado de un universo incomprensiblemente ordenado tras el Big Bang. Hasta llegar a la teoría de los "multiversos", según la cual todas las historias cósmicas posibles suceden en algún universo paralelo y se repiten en otros infinitos universos paralelos. Esta última teoría, que el científico del CERN comenta así:

"Es innegable que hoy en día la verificabilidad del multiverso parece extremadamente difícil...". Giudice, que también critica el exceso de entusiasmo mostrado por los creyentes ante el descubrimiento del Big Bang, también echa por tierra el uso más reciente del mismo descubrimiento para justificar el ateísmo por parte de quienes afirman que la creación cósmica tiene lugar a partir de la nada.

En Antes del Big Bang leemos también páginas que describen el asombro del hombre, en este caso también científico, ante el universo: "El descubrimiento de los mecanismos profundos que están en la base de los fenómenos físicos no los vacía de su belleza, sino que nos hace sentir – escribe Giudice – la emoción de ver de repente la naturaleza con otros ojos, con la sensación de penetrar en su esencia más íntima... El retrato del Big Bang pintado por la inflación es de tal intensidad que nos hace sentir presentes en el espectáculo del origen de la materia, que parece desplegarse ante nuestros ojos como una extraordinaria exhibición cósmica".

He aquí que el espectáculo del nacimiento del universo, y el asombro con que lo relata el científico, hablan más al creyente que los intentos de probar a Dios con ecuaciones y experimentos de laboratorio. Es el mismo asombro presente en el comunicado de la Specola Vaticana, que hace unas semanas daba cuenta del descubrimiento del padre Gabriele Gionti y del padre Matteo Galaverni, del desarrollo de un nuevo método matemático útil para comprender los primeros instantes del universo, mostrando cómo existe una conexión entre las teorías alternativas de la gravedad y una teoría particular de la gravedad llamada "anti-Newtoniana" o "anti-gravedad".

Así que bienvenidos los libros que nos permiten penetrar un poco más en los misterios de la formación del universo. Pero hay que tener mucho cuidado para evitar apoyarse en la ciencia y sus métodos para "probar" la existencia del Creador. Recordemos siempre las afirmaciones de Juan Pablo II, que dijo durante una audiencia general en julio de 1985: "Cuando se habla de pruebas de la existencia de Dios, debemos subrayar que no se trata de pruebas de orden científico-experimental”.

La prueba científica, en el sentido moderno de la palabra, sólo se aplica a las cosas perceptibles por los sentidos, ya que sólo sobre ellas pueden ejercerse los instrumentos de investigación y verificación de que se sirve la ciencia. Querer una prueba científica de Dios sería rebajar a Dios al rango de los seres de nuestro mundo y, por tanto, equivocarse ya metodológicamente sobre lo que Dios es.

La ciencia debe reconocer sus limitaciones y su impotencia para llegar a la existencia de Dios: no puede afirmar ni negar esta existencia. Sin embargo, no hay que deducir de ello que los científicos sean incapaces de encontrar razones válidas para admitir la existencia de Dios en sus estudios científicos. Si la ciencia, como tal, no puede llegar a Dios, el científico, que posee una inteligencia cuyo objeto no se limita a las cosas sensibles, puede descubrir en el mundo razones para afirmar un ser que lo supera. “Muchos científicos han hecho y hacen este descubrimiento”.

Palabras que hacen eco a las del pionero del Big Bang, el padre Lemaître, quien, al final de una conferencia pública, a la pregunta de si el átomo primitivo debía identificarse con Dios, respondió con una sonrisa: "Tengo demasiado respeto por Dios como para hacer de él una hipótesis científica".

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04 abril 2024, 12:29